La fe en tiempos de Erasmus
Hace años, no eran muchos los que viajaban al extranjero para estudiar. Hoy, en cambio, los jóvenes viajan mucho. Los colegios organizan intercambios desde la secundaria hasta la universidad y ya se ha convertido en regla estudiar en el extranjero gracias al programa Erasmus. Un año en el extranjero que debe servir para crecer cultural y humanamente y ser útil para conocer un mundo distinto del nuestro. Es, por lo tanto, una gran oportunidad para nuestros jóvenes.
Muchos van al extranjero para estudiar y llegan muy preparados. El que vaya a Londres, seguro que ya ha leído a Shakespeare, lo sabe todo sobre el Big Ben y sobre la familia real. El que vaya a España, ya habrá tenido tiempo de apreciar El Quijote, querrá visitar el Museo del Prado, y se habrá informado sobre la Guerra Civil. El que vaya a Grecia habrá estudiado la literatura épica, y conoce tanto el Partenón como la Dictadura de los Coroneles. Sin embargo, si estos jóvenes desean ir a misa los domingos y compartir su fe con los oriundos del lugar ¿saben lo que les espera? ¿Están preparados? ¿Saben que en aquellos países son cristianos pero no siempre católicos? Dicho de otra forma: ¿saben que aún sin ser católicos son también cristianos y que, por lo tanto, comparten nuestra fe en el Evangelio? ¿Saben enfrentarse al mundo como cristianos formados y dialogar con quienes comparten la fe cristiana sin ser católicos? El principal riesgo que se corre es que nuestros estudiantes, aun siendo buenos cristianos, no estén preparados para enfrentarse a esas «diversidades» solo porque no han oído hablar de ellas y, como consecuencia, dejen de ir a misa.
Hoy los jóvenes ya no son ciudadanos italianos, sino del mundo, Saben idiomas, usos y costumbres, la historia, el arte, la cultura, pero a nivel eclesial ¿qué preparación tienen? ¿Cuántos jóvenes, en esta edad difícil, prefieren «dejarlo» antes que acudir a las iglesias locales? En las escuelas superiores, la clase de religión es una gran oportunidad para preparar a los jóvenes a compartir la propia fe con los miembros de otras confesiones. A los jóvenes les gusta les gusta conocer y vivir las diversidades así como dialogar sobre los temas difíciles. Hablar sobre ello crea interés, curiosidad y sienta las bases para que los jóvenes vayan a las iglesias locales y se enfrenten a la situación. Después, cuando rezan juntos, se sienten reconfortados. Hacen Iglesia de forma nueva, muy distinta respecto de cómo la habían vivido hasta entonces. Esto se pone de manifiesto cada vez que están juntos y ocurre cada vez con más frecuencia en las distintas comunidades de acogida que albergan a jóvenes de diversas confesiones y es testimonio inequívoco de de las ganas que tiene los jóvenes de confrontarse, también en materia de fe. Es una necesidad oculta, pero que anida en el corazón de nuestros jóvenes: tenemos el deber de estimularla y hacerla emerger.
Asombra descubrir la fe común y rezar juntos. Pero ¿cuántos jóvenes han dejado de ir a misa durante sus estudios en el extranjero? ¿Y los estudiantes extranjero que viven en Italia? ¿Son acogidos a nivel pastoral? Muchos de ellos son católicos, pero también cristianos. ¿Podrán formar parte de nuestra Iglesia como cristianos o se toparán con las puertas cerradas porque no son católicos? Para los jóvenes, sean o no italianos, resulta difícil permanecer fiel al Evangelio ya que el mundo moderno ofrece tentaciones difíciles de rechazar. Por eso es tan importante compartir la fe y rezar juntos antes que permanecer aislados. Agilicemos sus búsquedas. Después, será fácil comprobar que es bello, útil y vivificante y constataremos cómo las cosas que nos unen son más que las que nos separan.
Sería, pues, muy provechosa, ya que nuestros jóvenes se van a estudiar al extranjero a través del programa Erasmus, una presentación por parte de la Iglesia del país que van a conocer. De esta forma, el estímulo del conocimiento será más fuerte y tendremos más posibilidades de que entre las cosas que nuestros jóvenes van a descubrir en el extranjero, esté también la Iglesia.
Carlo Grandi / L’Osservatore Romano
Traducción: J. M. Ballester Esquivias