El «coge lo que necesites, da lo que puedas» de Cáritas Filipinas: «Es como si fuéramos ricos»
En pocas semanas, Cáritas Filipinas ha puesto en marcha un proyecto de respuesta a la crisis del coronavirus descentralizado y basado en la comunidad. Ya ayuda a salir adelante a tres millones de familias. Ellas también contribuyen en la medida de sus posibilidades… y con gran generosidad
En Sorsogon, una provincia de Filipinas situada en el extremo sur de la isla de Luzón, la proporción de gente que se dedica a trabajos como la conducción de triciclos, la venta ambulante o la construcción es menor que en los suburbios de la capital. Este dato podría hacer pensar que el impacto del confinamiento por la pandemia de COVID-19 iba a ser menor. Nada más lejos de la realidad.
En esta región rural, muchas personas viven de la agricultura y la pesca. Y aunque han podido seguir trabajando y produciendo, las restricciones al transporte hacían que les fuera imposible llegar con su mercancía a los mercados. Como consecuencia, pronto empezaron «la escasez de abastecimiento y la subida de precios», que se sumaron al «ineficaz reparto de ayuda del Gobierno», explica Jing Rey Henderson, responsable de Desarrollo de Alianzas de Cáritas Filipinas, que trabaja en la zona.
En cuanto constató este problema, Henderson contactó con profesores, directores de escuela y otros profesionales cualificados para estudiar cómo podían hacerle frente. La idea era aunar recursos y contactos de personas que les pudieran ayudar a conseguir alimentos. Pero con una novedad: «Desde el principio tuvimos muy claro que no queríamos hacer un reparto de ayuda de emergencia».
Les movía una intuición, el deseo de que «las comunidades se dieran cuenta de que los recursos de todos, cuando se ponen en común, nunca van a faltar a nivel comunitario (local)». Así nació la Estación de la Bondad, puntos de distribución en los que, siempre respetando las medidas legales de higiene y seguridad, los beneficiarios podían surtirse de pescado fresco o desecado, frutas y verduras y tubérculos. Todo ello según tres principios: «Coge lo que necesites, deja para los demás, da lo que puedas».
El orgullo de contribuir
Desde el comienzo, se insistió en que tanto quien hace una donación importante como quien aporta mercancía fruto de su trabajo o quien se va a beneficiar tiene la misma dignidad y va a ser igual de bien recibido. «Personas de todos los estratos –subraya Henderson– comparten la misma responsabilidad» (por ejemplo no acaparando o intentando aportar en la medida que cada uno pueda), «empatía y generosidad».
Así, en estas pocas semanas de vida del proyecto, su promotor ha acumulado multitud de anécdotas conmovedoras: «Ha habido gente que no se ha querido llevar nada más que una lata de sardinas y una manzana para su nieto, porque “todavía tenemos arroz, otros pueden necesitarlo más”. Una madre vino con una bolsa de arroz para “poder contribuir con algo antes de pedir ayuda”».
Pero Henderson recuerda especialmente el mensaje que le dio otra mujer, que llevó dos kilos de cangrejos recién cogidos. «Cuando le dije que valían más que lo que se llevaba (un paquete de fideos, otro de sardinas y otro de café), me contestó “permítanos el orgullo de contribuir con algo, porque rara vez ocurre. Así es como si también nosotros fuéramos ricos”. Nadie es tan pobre que no pueda dar nada», aunque no se les exige. «Ellos sienten que el proyecto también les pertenece».
Tres millones de familias
Los siete proyectos pilotos que nacieron en Sorsogon en una semana pronto se duplicaron porque este modelo gustó a varios particulares, que lo adoptaron. Así, en pocos días pudieron llegar a 2.000 familias. Pronto serían tres millones, cuando Cáritas Filipinas hizo suya la idea y la propuso a nivel nacional. Se ha implantado en 30 diócesis, donde entre este sistema y el más tradicional reparto de ayuda humanitaria ha socorrido a tres millones de familias.
Esta implantación local ha permitido, además, ir adaptando el proyecto a las necesidades de cada sitio. En San Carlos, provincia de Negros Occidental, por ejemplo, ya hay una estación en cada parroquia. «Luego se dieron cuenta de que a los granjeros y pescadores les afectaba más la crisis y organizaron la Tienda de la Bondad, para comprarles sus mercancías en origen y luego llevarlas a los mercados y familias», narra el responsable de Desarrollo de Alianzas de Cáritas Filipinas. Esta apuesta, además de la ayuda puntual, permite dar continuidad a la actividad económica local, algo muy importante de cara a la recuperación tras el confinamiento.
El dinero del Gobierno se acaba, la solidaridad no
Hay otro aspecto de este novedoso proyecto de respuesta descentralizada y basada en la comunidad que le parece especialmente interesante a Henderson en el contexto filipino, ante «la rapidez con la que se están reduciendo los fondos del Gobierno». En este tiempo, las Estaciones de la Bondad han distribuido ayuda por valor de 1,8 millones de euros. La mayor parte de los mismos no han salido de los fondos de Cáritas, sino de las aportaciones, pequeñas y grandes, de todos los implicados.
Por todo ello, su responsable confía en que «las comunidades podrán ser capaces de cuidarse solas porque hemos despertado en ellas el sentido de familia, unidad, disciplina y donación».