Los primeros casos de COVID-19 en Liberia y Sierra Leona despiertan el fantasma del ébola
Liberia, que durante dos semanas se mantuvo en tres casos, y Sierra Leona, libre de coronavirus hasta hace dos días, se presentaban como ejemplo de la eficacia de medidas restrictivas en los países sin un sistema sanitario capaz de hacer frente al COVID-19. Sin embargo, las noticias de los últimos días llaman a la precaución
«Desolación, vacío, soledad, silencio y tristeza». La hermana Encarnación González, de las Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, recuerda bien la sensación que encontró al volver a su centro médico, en Monrovia (Liberia) en diciembre de 2014. La epidemia de ébola que se desató ese verano la había sorprendido de vacaciones en España, por lo que ese medio año siguió lo que ocurría desde el dolor de la distancia y la impotencia. Sobre el terreno, sus hermanas «tuvieron que cerrar la clínica. No había medios de ninguna clase. Y, aunque no se registró ningún caso en esta zona, los trabajadores se encontraban en un caos de pánico e incertidumbre».
Estos recuerdos permanecen frescos en los habitantes de Liberia y Sierra Leona, donde entre 2014 y 2016 el ébola se cobró 4.809 y 3.956 vidas respectivamente (en una población de 3,5 y siete millones de personas). «El ébola fue devastador», comparte desde Lunsar (Sierra Leona) Michael Koroma, delegado de los Hermanos de San Juan de Dios para ambas naciones.
Hace unos días, se reactivaron las comisiones que lucharon contra esa plaga. «El Gobierno sabe que es muy arriesgado que el coronavirus llegue a este país —continúa el religioso, desde el hospital San Juan de Dios—. No tenemos un sistema sanitario fuerte. Se han designado dos hospitales en Freetown, la capital, para tratar estos casos… y solo me consta que haya un respirador en uno de ellos. No quieren asumir riesgos».
El problema del confinamiento
También la población, «que al principio de la epidemia de 2014 no creía los mensajes del Gobierno (pensaban que era una forma de sacarles dinero), ahora acepta las medidas». Desde muy temprano, sin haber ningún caso en el país, se decretó el cierre de fronteras y de los centros educativos, la limitación primero y luego cancelación de vuelos, la cancelación de celebraciones religiosas públicas y la promoción de medidas de higiene. Esto permitió que el primer caso, surgido este martes, fuera una persona llegada de Francia el 16 de marzo y que se encontraba desde entonces en cuarentena. El miércoles, al surgir el segundo caso, una médico que no había tenido ningún contacto con él, se decretó el confinamiento en todo el país durante tres días.
«Es un grave desafío», sobre todo en las zonas rurales, con pequeñas casas sin ventilar, sin buen acceso a los medios de comunicación y sin presencia de los cuerpos de seguridad, explica Koroma. «La gente tiene que salir de casa para sobrevivir». Por eso, aunque las medidas de seguridad se acatan, hay descontento entre la población. También por el gran impacto en la economía. «En nuestro hospital ya faltan medicinas. Y en Liberia, pronto habrá escasez de medicamentos y de combustible. Pero la gente es resiliente».
«Solo podemos protegernos»
Si se multiplicaran los contagios, el problema no sería solo la incapacidad de los hospitales para abordarlos. «Ahora mismo no hay más que un millar de pruebas disponibles. Estamos esperando una donación de 20.000 de China, pero incluso eso es poco». En el San Juan de Dios de Lunsar, «ya hemos organizado al personal, les hemos recordado cómo usar el material de protección. Si tenemos un caso sospechoso, solo podemos protegernos y proteger al resto de pacientes, aislarlo» y avisar para que se le haga la prueba y se le traslade a uno de los dos hospitales de la capital donde se van a tratar los casos.
En la vecina Liberia, donde durante más de dos semanas solo se detectó un tercer positivo después de los dos iniciales, parecía que medidas similares a las de Sierra Leona, fuertemente restrictivas, estaban teniendo éxito. Sin embargo, el hecho de que en las últimas horas hayan surgido tres nuevos casos llama a la cautela. La hermana Encarnación teme que la gente pueda «tender a ocultar» que tiene síntomas.
«Si llegara el COVID-19 a nuestra zona, se desataría el pánico. El grado de afectación sería notable, pues no hay ningún hospital preparado con equipamiento para hacerle frente». La clínica diocesana que gestionan, el Centro de Rehabilitación Benedict Menni, ofrece servicios de medicina general, maternidad, laboratorio, unidad de tuberculosis, acompañamiento a enfermos de sida, y prevención. De momento, lo único que pueden hacer es «prepararnos con lo más esencial: mascarillas, guantes, trajes de protección, lugares de aislamiento».
Este precario panorama subraya, para el hermano Koroma, la necesidad de haber cerrado las fronteras. «Es lo único que podemos hacer. Pero, ¿durante cuánto tiempo?».