¿Se nos acabó la compasión?
Al mirar esta fotografía me pregunto si Europa ha perdido la compasión. Se supone que cualquiera que fije su mirada en los ojos de estos niños y en el de sus familias tendría que sentir una reacción inmediata de empatía y urgencia en su corazón ante quienes se encuentran en una situación peor que la propia. Con suerte, los niños de esta fotografía, en cuanto puedan, seguirán chapoteando entre el barro e inventándose juguetes con cartones y plásticos. Ajenos a la inhumanidad de los mayores, son los únicos que mantienen la esperanza
Fue hace cinco años. El cuerpo del pequeño Aylán varado en la arena avergonzó al mundo. Junto a él se ahogaron también las promesas incumplidas de una Europa cada vez más cerrada sobre sí misma, demasiado acostumbrada a mirar hacia otro lado. Después llegaron otros muchos Aylán, que nunca soplarán una vela de cumpleaños. El último murió hace unos días en el naufragio de su barcaza frente a Lesbos. Ni siquiera sabemos su nombre. Se convirtió en la primera víctima desde que Turquía multiplicó el horror al abrir sus fronteras con Grecia. Según pasan los días, el cruce de reacciones entre ambos países se vuelve cada vez más virulento. Turquía acusa a Grecia de disparar contra inocentes, y Grecia asegura que la guardia fronteriza turca alienta a los migrantes a cruzar la frontera. Quienes aparecen en esta foto sí tienen nombres. Imaginemos que son Ahmad, Khaled, Samir, Fátima, Houda… Niños que han perdido familiares, sueños, el colegio. Un lugar donde estar.
Parece que la alta y baja política trata a los inmigrantes como ropa de temporada. Mientras están de moda y a la vista de todos en los escaparates, se declara y tuitea que no se les puede dejar solos y que quienes lo permiten son poco menos que abominables. En cuanto han pasado unos días pasamos a otro tema y se guarda la ropa en el cajón. Se convierte a los refugiados en un fondo de armario. La Unión Europea debería estar a la altura, facilitando el reasentamiento y protegiendo a los más vulnerables, pero ha optado por la indiferencia.
La situación no parece tranquilizarse, sino todo lo contrario. Unas 14.000 personas están atrapadas en los puntos fronterizos de Pazarkule e Ipsala, y muchas más intentan llegar a Europa por donde pueden. El Gobierno griego les niega la entrada, carga con gases y cañones de agua contra quienes lo intentan y no aceptará ninguna solicitud de asilo en los próximos meses. Su política de mano dura que no tiene base jurídica.
Al mirar esta fotografía me pregunto si Europa ha perdido la compasión. Una palabra cuyo significado se convierte en un tratado de conducta: es el sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo. Se supone que cualquiera que fije su mirada en los ojos de estos niños y en el de sus familias tendría que sentir una reacción inmediata de empatía y urgencia en su corazón ante quienes se encuentran en una situación peor que la propia. El mayor dolor que se puede infringir a un ser humano es condenarlo a la invisibilidad, al alejamiento, a la exclusión. Con suerte, los niños de esta fotografía, en cuanto puedan, seguirán chapoteando entre el barro e inventándose juguetes con cartones y plásticos. Ajenos a la inhumanidad de los mayores, son los únicos que mantienen la esperanza. Llevan la luz al infierno y nos enseñan a deletrear la palabra compasión.