Catedrático de Farmacología: «Hay que tratar al adicto considerando que es un enfermo»
El III Congreso Nacional de Bioética de la ACdP y las universidades CEU ha abordado, en una de sus mesas, los dilemas bioéticos relativos a la investigación, prevención y tratamiento de las adicciones, con preguntas como hasta dónde llegar para tratarlas, si al hacerse se modifica puede llegar a tocarse la libertad de la persona
¿Es aceptable tratar sine die a una persona que recae continuamente en una adicción, por ejemplo al alcohol? La respuesta, en apariencia fácil, se complica al plantear que entre estos tratamientos haya algunos tan complejos como un trasplante de hígado. ¿Se le podrían o deberían hacer indefinidamente si, por sus continuas recaídas, sigue necesitándolos?
Es una de las muchas preguntas bioéticas que afectan al ámbito de la investigación, prevención y tratamiento de las adicciones, y que lograron que este tema se introdujera, entre otros más comunes como las amenazas en el inicio y el final de la vida, en la tercera edición del Congreso Nacional de Bioética organizado por la Asociación Católica de Propagandistas y las universidades CEU. Con el lema Bioética al servicio de la vida y de la salud, el encuentro se está celebrando hasta el miércoles en el campus de Montepríncipe de la Universidad CEU San Pablo.
«Evidentemente, no hay órganos para todos», responde Luis Fernando Alguacil, moderador de la mesa y catedrático de Farmacología en la misma universidad. «Hay que desarrollar unos criterios que prioricen a quien no ha tenido aún acceso a un trasplante por encima del que sí lo ha recibido ya». Esto, independientemente de que la necesidad de un nuevo órgano se deba a una adicción o a otras circunstancias, como el tipo de enfermedad. «Eso lo tienen muy claro ya quienes trabajan en esto, los protocolos están muy bien desarrollados», apunta en entrevista con Alfa y Omega.
Pero Alguacil añade que, al mismo tiempo, al tratarle se debe «considerar que el adicto es un enfermo», y evitar que en su trato con él y en la toma de decisiones subyazca la idea de «para qué hacerle un trasplante si es un vicioso. Ahí se le añade un factor de culpa que no debemos contemplar. Hay que intentar ayudarle siempre que se pueda» y hasta donde se pueda.
El éxito de la metadona
Alguacil se dedica a la investigación básica en farmacología. Por ello, otro dilema bioético que le atañe de cerca es «hasta qué punto investigar. Las adicciones afectan a partes esenciales de nuestra conducta, y es bastante posible que un medicamento capaz de controlar una adicción modifique también la manera de comportarse en otros ámbitos» e incluso afecte al ejercicio de la libertad.
Este riesgo tiene como consecuencia que los tratamientos farmacológicos sean «pocos y, en general, insatisfactorios». Esto se debe a que, para evitar que las sustancias que se desarrollan crucen esa línea, no son demasiado efectivas. «En el campo del alcoholismo se han producido algunos avances y se sigue investigando. Pero si no hay otro apoyo fracasan».
Sí se han desarrollado buenos tratamientos para abordar la dependencia física —el síndrome de abstinencia— que generan algunas adicciones, sobre todo vinculadas al abuso de sustancias. Es el caso de la metadona y similares, que ayudan a superar la urgencia de necesitar consumir y no tienen inconvenientes bioéticos «porque no están modificando la voluntad».
«No somos simples animales»
El campo en el que no se tiene tanto éxito es la dependencia psicológica, que «toca otros centros del cerebro, los que regulan las emociones más íntimas». Esto, por un lado, apunta a que «no somos simples animales», insiste el catedrático de Farmacología. En este sentido, critica la tendencia, bastante extendida, a «simplificar y a darle un exceso de peso a lo biológico. Pero, además de ese componente, hay otros, por ejemplo el educacional y el social, muy grandes. No es algo que se trate simplemente con una pastilla».
La otra consecuencia es que el abordaje de las adicciones tiene que ser multidisciplinar, con apoyo psicológico, social, y en otras esferas. «De hecho, lo que permite la metadona es que una persona no sufra el síndrome de abstinencia, pero para poder en ese tiempo abordar su situación desde otro tipo de ámbitos». Hasta el punto de que uno de los elementos beneficiosos de este tratamiento era la relación humana que se establecía entre distintos pacientes cuando entraban en el programa, y que les ayudaba a salir de una situación de aislamiento total en la que habían caído.
También el juego y el porno
¿Son iguales todas las adicciones? ¿Es lo mismo estar enganchado a la pornografía, al juego o a la cocaína? «Hay peculiaridades, pero todas tienen en común el anteponer el objeto de la adicción a todo lo demás: vida familiar, social, estudios, trabajo…». Esto se debe, explica el farmacéutico, a que incluso las adicciones sin sustancia, como el juego o el porno, llegan a alterar los mismos mecanismos en el cerebro.
La mesa moderada por Alguacil, que tuvo lugar el lunes, no tenía previsto abordar el debate sobre la legalización de las drogas, o al menos de algunas de ellas. Se trata —aclara— de una cuestión más de ética a secas que de bioética. «Ahí la pregunta es si tenemos que aplicar unos criterios éticos a la hora de actuar, o basta con los económicos».
Muchos de los argumentos a favor de la legalización (los ingresos para las arcas del Estado vía impuestos, la prevención de gastos sanitarios como consecuencia del consumo de productos adulterados o por sobredosis, una hipotética disminución de la criminalidad…) tienen una derivada económica. «Haciendo números, es probable que legalizarlas fuera beneficioso —reconoce—. Pero eso conlleva, de forma casi segura, aumentar las posibilidades de consumo y el propio consumo. ¿Hasta qué punto podemos ahorrarnos dinero a costa de incrementar la cantidad de estos esclavos modernos?».