Un obispo incómodo
Sus homilías y sus intervenciones radiofónicas podían llegar a paralizar a todo el país. Monseñor Óscar Arnulfo Romero fue un obispo incómodo para el poder, que no se calló ni siquiera ante las amenazas de muerte. «El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea la semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad», dijo premonitoriamente pocos días antes de su asesinato
Sobre su propio martirio
«El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea la semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad».
«Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan. Ojalá así se convencieran de que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás» (Entrevista al periodista mexicano José Calderón Salazar, corresponsal del diario Excelsior, en Guatemala, dos semanas antes de su muerte).
«Conviértanse. Cese la represión»
«Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y, en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles… Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la Ley de Dios que dice: No matar».
«En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión» (Homilía dominical, 23 de marzo de 1980, un día antes de su muerte).
«Conviértanse. No pueden encontrar a Dios por esos caminos de torturas y de atropellos. Ustedes, que tienen las manos manchadas de crimen, de tortura, de atropello, de injusticia, ¡conviértanse! Los quiero mucho. Me dan lástima porque van por camino de perdición» (Homilía del 10 de septiembre de 1978).
Iglesia y política
«El pastor tiene que hablar de política, no porque es político, sino porque, desde el dinamismo de Dios, la política también cae bajo el dominio de Dios». La Iglesia «quiere ser un pueblo que lleva esa historia de salvación para iluminar la historia profana del pueblo, y por eso no podemos dejar de hablar de las realidades sociales, económicas y políticas, porque tenemos que iluminarlas con la luz del Evangelio» (En la concesión del Premio de la Paz 1980, de manos del embajador de Suecia en El Salvador).
¿Los ricos no tienen alma?
«Estas desigualdades injustas, estas masas de miseria que claman al cielo, son un antisigno de nuestro cristianismo. Están diciendo ante Dios que creemos más en las cosas de la tierra que en la alianza de amor que hemos firmado con Él» (Homilía del 18 de septiembre de 1977).
«[Hay una] calumnia que se oye muy frecuente: ¿Por qué la Iglesia sólo le está predicando a los pobres? ¿Por qué la Iglesia de los pobres? ¿Acaso los ricos no tenemos alma? Claro que sí y los amamos entrañablemente y deseamos que se salven, que no vayan a perecer aprisionados en su propia idolatría; les pedimos espiritualizarse, hacerse almas de pobres, sentir la necesidad, la angustia del necesitado» (Homilía dominical, 15 de octubre de 1978).
«¿Qué otra cosa es la riqueza cuando no se piensa en Dios? Un ídolo de oro, un becerro de oro. Y lo están adorando, se postran ante él, le ofrecen sacrificios. ¡Qué sacrificios enormes se hacen ante la idolatría del dinero! No sólo sacrificios, sino iniquidades. Se paga para matar. Se paga el pecado. Y se vende. Todo se comercializa. Todo es lícito ante el dinero» (Homilía dominical, 11 de septiembre de 1977).
«La justicia social no es tanto una ley que ordene distribuir; vista cristianamente, es una actitud interna como la de Cristo, que, siendo rico, se hace pobre para poder compartir con los pobres su amor. Espero que este llamado de la Iglesia no endurezca aún más el corazón de los oligarcas, sino que los mueva a la conversión» (Homilía dominical, 24 de febrero de 1980).
Teresa Ekobo / Jesús Colina
La Asamblea de Caritas Internationalis clausurada el domingo en Roma ha pedido que monseñor Óscar Romero sea proclamado su patrono, junto a san Martín de Porres y a la beata Teresa de Calcuta. La gran sensibilidad hacia los pobres y marginados del arzobispo de San Salvador, que nacía de una intensa vida de contemplación, hace que el próximo beato sea un referente especialmente idóneo para la organización, ha explicado a Radio Vaticano el presidente saliente de Caritas Internationalis, el cardenal Óscar Maradiaga. «Yo pude acompañarlo en un seminario en República Dominicana sobre la devoción al Corazón de Cristo, y me consta que, en ese momento, él se sintió muy motivado para ir creciendo cada día en la caridad», ha contado el arzobispo de Tegucigalpa.
A nivel local, monseñor Romero queda como referente para la paz. En la Misa de beatificación, en el ofertorio se incluirá un libro con los Acuerdos que pusieron fin a la guerra civil que, durante 12 años (1980-1992), asoló El Salvador. Romero es el referente, pero no el único mártir que dio en ese período la Iglesia. El vicepostulador de la causa, monseñor Rafael Urrutia, ha informado de que están en estudio nada menos que otros 500 posibles casos de martirio en El Salvador, entre ellos el del jesuita Rutilio Grande, que marcó decisivamente a Romero.