Gianni La Bella: «La Compañía será del Vaticano II o no será»
El historiador Gianni La Bella acaba de publicar Los jesuitas. Del Vaticano II al Papa Francisco (Mensajero), libro dedicado a la que considera «la familia religiosa más importante de la Iglesia» y «un laboratorio de pensamiento». Su acercamiento a la Compañía llegó de la mano de Arrupe, quien mantuvo una «relación de amistad» con la Comunidad de Sant’Egidio, de la que él es miembro
Habla de la Compañía fundada por san Ignacio, de la que surge de la supresión y de la que llega con el Vaticano II…
San Ignacio organiza su grupo con tres ideas: la misión; los ejercicios espirituales, que son una vía directa para llegar a Dios, y la Compañía como cuerpo apostólico, que mira al mundo entero. Con la supresión surge una segunda Compañía, que mira al pasado y un poco miedosa del mundo. En los años 30 del siglo XXI empieza un movimiento de repensamiento y, hasta el Concilio, conviven dos almas.
Entonces llega Arrupe…
La Congregación General 31, que sería como el Concilio de los jesuitas, se produce entre la tercera y la cuarta sesión del Vaticano II. Arrupe llega de esta antigua Compañía, con la educación tradicional, pero entiende que la Compañía será la del Vaticano II o no será.
¿Pesa su paso por Japón?
Como diría Francisco, allí ve la necesidad de salir del centro e inculturarse, de separar la cultura occidental del valor profundo del mensaje del Evangelio. Se trata de entender la voz del Espíritu en la historia. De esta idea surge el binomio fe-justicia, que marca a la Compañía posconciliar.
¿Qué incomprensiones surgen al aplicar el CV II?
Durante el generalato de Arrupe y buena parte del de Kolvenbach se produce una guerra civil. Hay quienes ven la renovación como una secularización. Usan el hecho de que se van más de 3.500 jesuitas. Hay una lectura criminalizada del Vaticano II, sin ver cómo cambia el mundo, por ejemplo, con Mayo del 68. En España, parte de la Compañía pide hacer una nueva orden. Aunque en la Curia muchos apoyan esta separación, Pablo VI no acepta. Arrupe se convierte en una especie de pararrayos, es acusado de todo.
Cuando llega Juan Pablo II hay presión para poner a los jesuitas en la recta vía. Se produce el momento traumático del comisariado con el padre Dezza. No es una pelea entre los jesuitas y el Papa, sino que hay un cortocircuito entre la Congregación para la Vida Consagrada y los religiosos, que piden libertad para experimentar caminos nuevos, a veces cayendo en extremos.
Con todo, los jesuitas mantienen el cuarto voto…
Al comienzo de la Congregación 33, Juan Pablo II reconoce admirado la obediencia. Los jesuitas aceptaron la decisión papal en silencio. Dezza viene de la antigua Compañía, tiene 90 años y es un metafísico de la escuela romana, pero siempre dijo que Arrupe era un santo, que el problema era el gobierno. Hace un trabajo muy importante con el Papa: le explica que la mayoría de jesuitas no son izquierdistas revolucionarios, sino que viven cerca de los pobres en todos los lugares. Son mártires: desde el Concilio más de 70 han muerto por la justicia, la fe, la evangelización, el cuidado del medio ambiente…
¿Qué tarea tiene Kolvenbach?
Poner fin a la incomprensión con el Vaticano, acabar con la división y buscar de nuevo la misión con vigor y entusiasmo.
Lo sucede brevemente Adolfo Nicolás y luego Arturo Sosa. ¿Qué implica que dos jesuitas sudamericanos sean general y Papa?
El Papa pide a los jesuitas que lo ayuden para que la Iglesia entienda el valor del discernimiento espiritual, personal y comunitario, para leer los signos de los tiempos con la inspiración del Evangelio. Este pontificado no se entiende solo porque sea latinoamericano, sino por su gramática interior como jesuita. Al mismo tiempo, los jesuitas viven plenamente su cuarto voto. Evangelii gaudium es su programa.