Misioneros y santos
Al crear diecinueve cardenales –entre ellos, el arzobispo emérito de Pamplona, monseñor Fernando Sebastián Aguilar–, el Papa Francisco traza el perfil de las virtudes que hoy día deben caracterizar a los pastores de la Iglesia: misioneros, compasivos, servidores y santos
Al crear, este fin de semana pasado, diecinueve cardenales, el Papa Francisco ha trazado el perfil de los hombres que hoy necesita la Iglesia: compasivos, servidores y santos. Es el primer grupo de cardenales creados por el Papa Jorge Bergoglio. Entre ellos, no sólo se encuentran posiblemente miembros de un futuro cónclave de elección del sucesor de Pedro, sino sobre todo pastores de la Iglesia que deberán asistir al Papa en su delicada labor de gobierno.
Los cardenales, originariamente, eran los sacerdotes de Roma que asistían al Papa en el gobierno de su diócesis. Con el tiempo, para reflejar el servicio de comunión y gobierno de la Iglesia universal, pasaron a ser escogidos entre personas con particulares responsabilidades tanto dentro de la Curia romana como en importantes diócesis de los diferentes continentes. Se llamó a los cardenales príncipes de la Iglesia, pues debían ser los primeros (origen etimológico de la palabra) en dar testimonio de Cristo, incluso con la sangre, como explica el color púrpura de sus vestiduras. Con el paso del tiempo, sin embargo, más de un cardenal se tomó en sentido muy humano el término príncipe, acumulando poderes y riquezas. Pero, si todavía hoy existiera la posibilidad de confusión sobre esta materia, el Papa la ha cortado para siempre por lo sano. El cardenal -advirtió el Papa Francisco- «entra en la Iglesia de Roma, no en una corte. Ayudémonos unos a otros a evitar comportamientos cortesanos: habladurías, camarillas, favoritismos, preferencias».
La creación de cardenales tuvo lugar el sábado pasado, con una sorpresa inesperada, la presencia por primera vez en un encuentro público del Papa emérito Benedicto XVI, en la basílica vaticana. Fue un momento sumamente emocionante. Antes de la celebración, los fieles descubrieron sorprendidos en primera fila a Joseph Ratzinger, vestido con una sotana y una gabardina blanca, en una silla, junto a los cardenales. Cuando se acercó la procesión, el Papa emérito abandonó las filas para abrazar a su sucesor.
Los cardenales que la Iglesia necesita
En su homilía, el Papa Francisco fue muy directo, al dirigirse a los nuevos cardenales: «La Iglesia tiene necesidad de vosotros, de vuestra colaboración y, antes de nada, de vuestra comunión, conmigo y entre vosotros. La Iglesia necesita vuestro valor para anunciar el Evangelio en toda ocasión, oportuna e inoportunamente, y para dar testimonio de la verdad. La Iglesia necesita vuestras oraciones, para apacentar bien la grey de Cristo, la oración –no lo olvidemos– que, con el anuncio de la Palabra, es el primer deber del obispo».
«La Iglesia necesita vuestra compasión sobre todo en estos momentos de dolor y sufrimiento en tantos países del mundo», continuó el Papa. Por eso, pidió en particular a los nuevos cardenales que expresen juntos su «cercanía espiritual a todos los cristianos que sufren discriminación y persecución. La Iglesia necesita que recemos por ellos, para que sean fuertes en la fe y sepan responder el mal con bien. Y que esta oración se haga extensiva a todos los hombres y mujeres que padecen injusticia a causa de sus convicciones religiosas», aseguró el Papa.
Al día siguiente, domingo, el Papa concelebró la Eucaristía, por primera vez con los nuevos cardenales, y siguió trazando el perfil de cardenal que hoy quiere para la Iglesia. Les pidió que sean templos de Dios con su vida, es decir, que su actuar se convierta «en una liturgia existencial: la de la bondad, del perdón, del servicio; en una palabra, la liturgia del amor. Este templo nuestro resulta como profanado si descuidamos los deberes para con el prójimo. Cuando en nuestro corazón hay cabida para el más pequeño de nuestros hermanos, es el mismo Dios quien encuentra sitio. Cuando a ese hermano se le deja fuera, el que no es bien recibido es Dios mismo. Un corazón vacío de amor es como una iglesia desconsagrada, sustraída al servicio divino y destinada a otra cosa», dijo.
«El Señor Jesús y la Madre Iglesia nos piden testimoniar con mayor celo y ardor estas actitudes de santidad -subrayó-. Precisamente en este suplemento de entrega gratuita consiste la santidad de un cardenal». Por tanto, «amemos a quienes nos contrarían; bendigamos a quien habla mal de nosotros; saludemos con una sonrisa al que tal vez no lo merece; no pretendamos hacernos valer; contrapongamos más bien la mansedumbre a la prepotencia; olvidemos las humillaciones recibidas. Dejémonos guiar siempre por el Espíritu de Cristo. Este debe ser el comportamiento de un cardenal. Que nuestro lenguaje sea el del Evangelio, que nuestras actitudes sean las de las Bienaventuranzas, y nuestra senda la de la santidad».
Entre los nuevos cardenales se encuentra el arzobispo Loris Capovilla, quien fue secretario personal de Juan XXIII y que, a sus 98 años, mantiene una mente lúcida, aunque no pudo desplazarse a Roma para la ceremonia. Cuando le preguntamos cómo ha vivido la provocación que el Papa les lanzó a los nuevos cardenales a no sentirse miembros de una corte principesca, el nuevo cardenal responde con estas palabras: «Yo he hecho muy poco en mi vida, siento toda mi pequeñez. Sé que soy un hombre pequeño, pero, junto a Jesús, también yo soy alguien. En el nombre de Jesús, puedo expulsar el pecado, el mal, el demonio. En el nombre de Jesús, también yo puedo entrar en la casa del enfermo y decir: Levántate y camina. En el nombre de Jesús, yo también puedo vivir en un ambiente descristianizado y no quedar contaminado, pues estoy desintoxicado por la oración, la vida sana, cristiana, generosa».