El inspirador de la pax vaticana
El 26 de noviembre de 1994, hace un cuarto de siglo, fallecía el cardenal Pietro Pavan —el birrete se lo dio san Juan Pablo II—, una de las personas más influyentes y menos conocidas de la Curia romana en la segunda mitad del siglo XX: fue, entre otras cosas, el principal inspirador de la encíclica Pacem in terris, que cambió para siempre la diplomacia vaticana y la visión de la Iglesia sobre el mundo
Los primeros años de la Guerra Fría, y muy especialmente la actitud —neutralidad de siempre o bendecir cierta beligerancia— que la sede apostólica debía mantener frente a la Unión Soviética, provocaron zozobra en el Vaticano. Por una parte Pío XII temía el acoso que padecían a diario los católicos de los países comunistas; por otro no deseaba, como la mayoría de los prelados, rebasar los límites de la doctrina de la prohibición total de la guerra. Con esta indefinición diplomática y doctrinal se encontró san Juan XXIII cuando fue elegido Papa en 1958. Como nuncio apostólico, ya había acumulado demasiada experiencia como para convertirse en un pacifista ingenuo: su concepto era de tintes equilibrados y consistía en evitar, en una época en que las armas nucleares estaban ya muy perfeccionadas, el estallido de un nuevo conflicto de consecuencias incalculables. Había que encontrar el momento oportuno para exponer ese pensamiento. La oportunidad se la brindaron conjuntamente el Concilio Vaticano II y la crisis de los misiles cubanos: el comienzo del primero coincidió con la irrupción de la segunda.
Era octubre de 1962. El día 20, san Juan XXIII, ante 2.500 obispos venidos de todo el planeta, abría el Concilio Vaticano II. Mientras, la tensión iba en aumento entre Estados Unidos y la Unión Soviética por el uso de misiles que esta última había colocado en la Cuba castrista y que tenían capacidad para alcanzar las costas de Florida. El dilema del Papa era doble: cómo intervenir —¿se podía involucrar al concilio en un asunto terrenal tan acuciante apenas inaugurado?— sin herir susceptibilidades. Con todo, san Juan XXIII sentía que no podía permanecer callado. Al final optó por un mensaje radiofónico que pronunció el 25 de octubre. Estaba dirigido no solo a los católicos, sino a «todos los hombres de buena voluntad», fuesen o no creyentes. El Papa suplicó a los contendientes que siguieran negociando, «porque es una actitud leal y abierta así como un gran testimonio tanto a nivel personal como de cara a la Historia». Hasta la fecha, nadie ha documentado que las palabras del Papa sirvieran para detener la escalada.
De discurso a encíclica
Sin embargo, el discurso hizo mella en la escena internacional y también en la eclesial: pocos días después, el Papa recibió una carta firmada por el padre Pietro Pavan, rector de la Universidad Lateranense (recién elevada a la categoría de pontificia), en la que propone al Papa la redacción de una encíclica relacionada con su discurso. Pavan estaba muy curtido tanto en doctrina social de la Iglesia como en misiones delicadas. Había contribuido a pergeñar el Código de Camaldoli —corpus ideológico fundacional de la Democracia Cristiana—, había logrado apaciguar algunas tensiones que brotaron entre Pío XII y Alcide de Gasperi y había participado en la redacción de la encíclica Mater et magistra entre 1960 y 1961. Sobre todo, era el autor de los dos trabajos que prefigurarían la Pacem in terris: en 1950, con motivo de las Semanas Sociales de Nantes –allí conoció al futuro Papa, a la sazón nuncio apostólico en Francia–, había cuestionado la prohibición total de la guerra, doctrina consolidada de la Iglesia en la materia, defendida con ahínco en la Curia romana por el influyente cardenal Alfredo Ottaviani; y en 1958 había publicado La democrazia e le sue ragioni, primer documento eclesial en el que se resalta la importancia de la ONU. Con estos sólidos antecedentes, el Papa aceptó la propuesta de Pavan.
Sabedor de que le quedaban pocos meses de vida, san Juan XXIII quería dejar este legado moral antes de dejar el mundo. Pavan se puso manos a la obra y la víspera de la Epifanía de 1963 entrega una primera propuesta de 110 folios. Primera innovación doctrinal: conceptos como la estabilidad económica, la cultura y la movilidad de la familia humana pasan de ser condiciones de la democracia a derechos plenos. El plato fuerte, sin embargo, tal y como lo cuenta Alberto Melloni, es el vínculo que hace el texto entre la convivencia humana basada en Dios y la cuádruple convivencia de la libertad, de la justicia, del amor y de la verdad. La libertad entendida, claro está, como impronta de la marca del Creador: adaptación a los signos de los tiempos —concepto roncalliano básico— sin abandonar la enseñanza tradicional.
Estos cuatro pilares también inspiraran el capítulo dedicado a las relaciones entre estados, que teoriza la negociación como instrumento favorito de la Iglesia en lo tocante a las relaciones internacionales. Unas relaciones que el Papa quería, de forma más utópica, que estuviesen coronadas por una autoridad planetaria. El 11 de abril de 1963 fue publicada la encíclica Pacem in terris.