Iwao Hakamada era con 78 años el preso más anciano del mundo. Llevaba 46 años en el corredor de la muerte cuando el tribunal del distrito de Shizuoka (centro de Japón) decidió sacarlo de la cárcel tras analizar nuevas pruebas de ADN presentadas por su equipo legal que demostraban su inocencia. Era el año 2014.
Ahora con 83 años pudo ver uno de sus sueños cumplidos: asistir a una Misa del Papa. En el marco de su viaje a Japón, el Pontífice ofició una Misa este lunes en el Tokio Dome, un estadio donde le esperaban 50.000 personas con gran entusiasmo en un país donde su figura es una todavía una gran desconocida para la mayoría de la sociedad. Los católicos en Japón representan solo el 0,34 % de la población.
Hakamada fue acusado de apuñalar hasta la muerte al dueño de la pequeña fábrica de soja donde trabajaba, así como a la mujer de este y a sus dos hijos en 1966. A pesar de que él siempre se declaró inocente del crimen, dos años más tarde fue sentenciado a morir en la horca, el método con el que las autoridades japonesas aplican la pena capital. Fue durante sus años en el corredor de la muerte cuando Hakamada se convirtió al catolicismo, según informan medios locales.
Varias organizaciones humanitarias denunciaron durante años las irregularidades en la investigación. Su caso se ha convertido en un símbolo en la lucha contra la pena de muerte en Japón. Desde 1949, los tribunales del país asiático solo han reabierto seis veces el caso de una persona ya sentenciada a muerte. De los otros cinco condenados cuatro fueron absueltos. Según datos de Amnistía Internacional, actualmente hay en Japón más de 100 personas en el corredor de la muerte.