Emilio Moscoso, jesuita mártir de la persecución religiosa en Ecuador, ya es beato
El jesuita Emilio Moscoso, asesinado por odio a la fe en 1897, fue «un apóstol generoso y amable» que, animado por «el ardiente deseo de conformarse con Jesús», aceptó el martirio a manos de soldados liberales que habían asaltado el colegio del que era director. 20.000 personas celebraron su beatificación en Riobamba, presidida por el cardenal Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos
El jesuita ecuatoriano Emilio Moscoso fue un «religioso humilde, un apóstol de la oración y un educador de la juventud», cuyo ejemplo puede, en palabras del Papa Francisco, «apoyar nuestro viaje de fe y testimonio cristiano». El Santo Padre aludía, después del rezo del ángelus del domingo en la Plaza de San Pedro, a la beatificación el sábado, en Riobamba (Ecuador) de este jesuita mártir, asesinado por odio a la fe el 4 de mayo de 1897.
La ceremonia tuvo lugar en el estadio olímpico Fernando Guerrero, ante más de 20.000 personas llegadas de todos los lugares del país y que celebraron su elevación a los altares con fuegos artificiales. El cardenal Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, lo describió en la homilía como «un apóstol generoso y amable, listo para el sacrificio» y animado por «el ardiente deseo de conformarse con Jesús, incluso en la muerte».
Noveno de 13 hijos, Moscoso nació en la ciudad ecuatoriana de Cuenca en 1846. Al terminar los estudios secundarios, siguiendo la tradición familiar, comenzó la carrera de Leyes en la Universidad de Cuenca. Pero mientras estudiaba sintió la vocación a entrar en la Compañía de Jesús.
Una visita a España
Después de los primeros votos, según el itinerario formativo de los jesuitas, entre 1867 y 1874 realizó la etapa de magisterio en Riobamba y Guayaquil. Después de la formación teológica, en 1877 fue ordenado sacerdote. En los años siguientes completó sus estudios en Francia y Manresa (España) y fue destinado a Perú, donde hizo la profesión solemne como jesuita en 1879.
En 1882 volvió a Ecuador, y en 1889 fue destinado al colegio de San Felipe Neri, de Riobamba. Allí fue ministro de la comunidad jesuita, prefecto espiritual, director espiritual de alumnos, director del Apostolado de la Oración, rector, prefecto de estudios, decano de la facultad de Filosofía y profesor de Lógica y Metafísica.
Preparándose para el martirio
En 1895, los liberales accedieron al poder en Ecuador y dio comienzo un período de hostilidad contra la Iglesia. En la ceremonia, el cardenal Becciu recordó que en esa época de «cierre de los seminarios pequeños, restricciones en la educación, control de las parroquias y expropiación de conventos», el nuevo beato se volcó «en la oración intensa, en la dedicación incansable a su ministerio sacerdotal y en el servicio el próximo».
Eran las fuentes que lo fueron preparando para el martirio. Una forma de morir que «es fruto de la fe arraigada en Dios y vivida día a día, que demanda coherencia, valor y la intensa capacidad de amar a Dios y al próximo con el don de uno mismo».
Asalto al colegio
El 2 de mayo de 1897, toda la comunidad de jesuitas de San Felipe Neri fue arrestada. Sufrieron maltrato, pero fueron liberados al día siguiente. El respiro duró poco.
El 4 de mayo, el colegio fue asaltado por tropas del Ejército, originalmente con el objetivo de enfrentarse a un grupo de rebeldes conservadores que se había refugiado allí, sin conocimiento ni colaboración de los jesuitas. Sin embargo, después de reducir a los rebeldes los asaltantes cometieron actos sacrílegos en la iglesia e invadieron la residencia de los religiosos.
El padre Emilio se había retirado a su dormitorio a rezar. Hasta allí llegaron los capitanes Santos Manzanilla y Luis Soto, y lo mataron con varios disparos de fusil. Él estaba ante un crucifijo y con un rosario en la mano. Después le pusieron en sus brazos el fusil con que lo mataron, para simular que estaba combatiendo contra los militares.
No contentos con eso, el coronel Luis Quirola lo arrastró hasta la calle. Pero allí se encontró con los reparos de los demás militares y la resistencia del pueblo, que devolvió el cadáver al interior del templo.
«Dios no muere»
La ofensiva liberal había marcado ya, en cierto sentido, toda la trayectoria del padre Emilio Moscoso como jesuita. Al ingresar en el noviciado, este estaba en Cuenca, su misma ciudad, porque las disputas territoriales entre Ecuador y Colombia y el carácter anticatólico del ejército colombiano, que amenazaba con llegar a Quito, habían aconsejado en 1846 trasladar esta institución de la capital ecuatoriana a Cuenca.
Unas décadas después, en 1874, Ecuador se consagró al Sagrado Corazón de Jesús, muy vinculada a los jesuitas. El artífice de esta decisión fue el presidente Gabriel García Moreno, que un año después fue asesinado al grito de «¡muere, tirano! ¡Muere, jesuita!». A lo que él, ya herido de muerte, respondió «Dios no muere».