El Caballero de Gracia, un diplomático al servicio de la Iglesia
El 7 de noviembre tuvo lugar en Madrid la clausura de la fase diocesana del proceso de beatificación del Caballero de Gracia. Después continuará en Roma. Se ha retomado así el itinerario que ya san Simón de Rojas, sucesor del Caballero de Gracia, inició al poco tiempo de su muerte, en 1623, del cual, por causas desconocidas, no llegó a Roma la documentación y se interrumpió el proceso
Jacobo Gratij, más conocido como el Caballero de Gracia —por el hábito de Caballero de la Orden de Cristo que le concedió el rey Sebastián de Portugal—, nació en Módena (Italia) en 1517 y falleció en Madrid en 1619. Está sepultado en el real oratorio que lleva su nombre.
Del Caballero de Gracia pueden decirse muchas cosas interesantes, pues su centenario vital dio mucho de sí al servicio de la Iglesia, primero como diplomático de la Santa Sede y después como sacerdote. Le tocó vivir la época de Carlos V y Trento frente al protestantismo, de Felipe II con la Liga Santa y Lepanto contra el turco, del arzobispo Carranza, de la anexión de Portugal…; es decir, tiempos de gran intensidad diplomática entre España y la Santa Sede.
A esto cabe añadir su trato personal con santos como Simón de Rojas, Felipe Neri o Francisco Caracciolo, fundador de los Clérigos Menores; con la princesa Juana, hermana de Felipe II y madre del rey Sebastián de Portugal; o con Lope de Vega, Tirso de Molina, Tomás Luis de Victoria y otros genios literarios y musicales del Siglo de Oro español.
A los 70 años se ordenó sacerdote y se dedicó más intensamente a la oración y la penitencia, además de promover diversas fundaciones de tipo benéfico —dos hospitales y un colegio para niñas huérfanas— y religioso —tres conventos y, sobre todo, la Congregación de los Esclavos del Santísimo Sacramento—.
Como se ve, mantuvo una vida polifacética digna de ser llevada al cine. Una vida que no logra ensombrecer la calumniosa leyenda surgida dos siglos después de su muerte, sin ningún fundamento histórico, que sin embargo es casi lo único que muchos han oído hablar de él. Pocos saben, por ejemplo, que su proceso de beatificación se inició al poco de fallecer, y que los testimonios de su fama de santidad fueron muy abundantes ya en esos primeros momentos.
Durante la clausura del proceso de beatificación del Caballero de Gracia, el cardenal arzobispo de Madrid, don Carlos Osoro, dijo que promover la santidad es una tarea principal del obispo, y por eso el acto que se estaba celebrando es un momento importante y entrañable. Sin prejuzgar el juicio definitivo de la Iglesia, se puede proponer como ejemplo de santidad la vida del Caballero de Gracia por su amor a la Eucaristía, a la Iglesia y a los más necesitados. Su vida es un ejemplo de generosidad; no se reservó nada para sí, supo poner al servicio de los demás todo lo que tenía.
Y el oratorio del Caballero de Gracia, añadió, puede ser –como tantas otras iglesias madrileñas donde reposan santos, beatos y venerables– un lugar de peregrinación, para meditar su vida de entrega y pedir por las necesidades de tantas personas. Finalmente, el cardenal Osoro concluyó manifestando la esperanza de poder llegar a ver la beatificación del Caballero en una próxima celebración en Madrid.
Entre los asistentes a la clausura de la fase diocesana se encontraba monseñor Luca Perici, de la Nunciatura Apostólica, donde hace siglos trabajó el Caballero de Gracia, y monseñor Alberto Zironi, Vicario de la diócesis de Módena (Italia), ciudad natal del Caballero. Le acompañaron también el delegado diocesano de las Causas de los Santos, el Promotor de Justicia, el Canciller Secretario y la Postuladora de la causa.
Rasgos del caballero
Era un profesional competente de la diplomacia vaticana, con una formación académica que comenzó en Bolonia —donde estudió Artes y Derecho— y fue fraguándose, como seglar, junto a prestigiosos cardenales y obispos, tres de los cuales llegaron a ser Papas.
Fue un hombre desprendido de honores y cargos, que le ofrecieron Papas y reyes en gratitud a sus destacados servicios, y renunció a ellos.
Humilde y eficaz: sin ser protagonista principal de los importantes acontecimientos diplomáticos que le tocó vivir, el Caballero de Gracia se ganó el aprecio fraterno y la confianza total de su más inmediato superior: Juan Bautista Castagna, futuro Papa Urbano VII, al que conoció en sus años de Bolonia y con quien trabajó codo con codo 30 años.
Generoso y limosnero, supo también poner su patrimonio para fundar hospitales y colegios en ayuda de los más necesitados, además de facilitar la implantación en Madrid de algunas congregaciones religiosas, a una de las cuales dejó en herencia su propia casa.
Probado con la cruz, ya desde la infancia, a su temprana orfandad se sumó el abuso de unos parientes que usurparon el patrimonio perteneciente a Jacobo y a sus hermanas.
Supo perdonar a injustos acusadores, como sucedió en 1583, mientras ejercía de protonotario apostólico en la Nunciatura de España y fue falsamente acusado —como se probó en juicio— de haberse apropiado de una fuerte cantidad de dinero.
El caballero era un hombre culto, cultivador de la amistad con notables artistas, que puso al servicio de la dignidad de la liturgia las bellas artes: la música, la pintura y la literatura.
Enamorado de Madrid, vivió en ella media vida y quiso morir, muy reconocido y estimado por personas de las más diversas procedencias sociales, desde reyes, príncipes y nobles hasta gentes del pueblo llano, que le tenían un gran respeto y admiración.
Y, en fin, fue profundamente eucarístico. La estancia en Trento durante la tercera sesión del Concilio, en la que se precisó y definió la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, debió de influir en él. Este amor le llevó a su fundación más querida, que perdura hasta nuestros días, a fin de difundir la devoción al Santísimo Sacramento: la hoy denominada Asociación Eucarística del Caballero de Gracia, a la que pertenecían casi 2.000 personas ya en los primeros años de su fundación.