Hace unos pocos días, la Santa Sede publicó el decreto de la Congregación para las Causas de los Santos en virtud del cual se reconoce el milagro atribuido al cardenal Stefan Wyszynski (1901-1981) que puede conducir a su beatificación. Esta imagen es del 23 de octubre de 1978 y muestra al cardenal y arzobispo de Gniezno abrazando a san Juan Pablo II (1920-2005), primer Papa polaco de la historia.
Cuando se tomó esta foto, el Telón de Acero parecía inquebrantable. Millones de europeos sufrían una tiranía que, so pretexto de liberar al ser humano, pretendía despojarlo de su dignidad y lo sometía a la esclavitud y al miedo. La propaganda y el adoctrinamiento en los colegios, el control de los medios de comunicación y el control policial político tenían una presencia abrumadora en todos los órdenes de la vida. Amigos denunciaban a amigos, hermanos a hermanos, hijos a padres.
En el momento de abrazarse, estos dos hombres ya lo habían visto todo. Conocían el optimismo de la patria restaurada y el horror de las guerras. Habían sufrido la ocupación alemana y la soviética, el horror del nazismo y el comunismo, el terror que todo totalitarismo lleva consigo. Sabían del antisemitismo y la destrucción de los judíos de Europa. Habían enterrado a amigos y a hermanos en Cristo, habían asistido a los torturados y heridos, habían consolado a los presos y a sus familias. En la Eucaristía de cada día, estos dos sacerdotes habían traído a Cristo a un mundo en que la cruz era el único signo de resistencia frente a las cárceles, los campos de trabajo y los tribunales políticos. Los comunistas los habían difamado, los habían amenazado y habían intentado infiltrarse la Iglesia para acabar con ella desde el interior. Este abrazo demostraba el fracaso de los agentes, los informadores y los delatores. Cristo era más fuerte que todas las policías políticas, más poderoso que todos los tribunales y su Palabra resonaba más que toda la propaganda junta.
El cardenal Wyszynski se inclina levemente. Era el día del 900 aniversario de san Wojciech, patrono de Polonia al que en Europa occidental se conoce como san Adalberto. Sobre este cardenal pesan nueve siglos de historia de la Iglesia en Polonia. Sobre este Papa, pesan casi dos milenios de sucesión apostólica. Uno nunca sabe qué va a pasar cuando se pone en marcha para seguir a Cristo. Él mismo no lo dice, sino que invita a descubrirlo: «Venid y lo veréis». Lo que Él construye no lo pueden derribar ni los césares, ni los emperadores, ni los sultanes otomanos ni los políticos ni los partidos. Él puede hacer de nosotros –sacerdotes, profetas, reyes y también pecadores– lo que hizo con Jeremías: «Yo te haré para este pueblo muralla de bronce inexpugnable. Y pelearán contigo, pero no te podrán, pues contigo estoy yo para librarte y salvarte –oráculo de Yahvé–. Te salvaré de la mano de los malvados y te rescataré del puño de esos malvados».
Así obró el Señor con estos hombres que aquí se abrazan.