«Si tuvierais fe...»
XXVII Domingo del tiempo ordinario
Tras varios domingos centrados en episodios en los que el Señor nos pone ante la grandeza de la misericordia de Dios, que a su vez debe ser practicada por nosotros, se abre ahora un conjunto de relatos donde se abordan algunas cuestiones fundamentales para la vida cristiana. La paciencia, la humildad, la sencillez o la confianza en Dios, pese a no ser el centro de las aspiraciones habituales del hombre de hoy, constituyen el fundamento de cualquier itinerario de vida cristiana. La fe, como confianza radical en Dios, ocupa este domingo el centro de la escena evangélica. Para Lucas, estamos ante el quicio de la vida cristiana, ya que Jesús, a lo largo de su vida pública, educa a sus discípulos a crecer en la fe. La respuesta de los discípulos a la acción del Señor es la petición, puesta en boca de los apóstoles, que abre el fragmento de este domingo: «Auméntanos la fe».
La fortaleza de la fe
Es significativo que incluso aquellos que compartían la vida con Jesús le pidan ser afianzados y confirmados en la fe. Podríamos pensar, incluso, que poco sentido tiene pedir fe para aquellos que están continuamente viendo al Señor y siendo testigos de sus palabras o sus milagros. En realidad, la petición de verse sostenidos en la fe no se trata tanto de una constatación de falta de fe como de la muestra de que siempre es necesario fortalecerla. Dos ejemplos fuera del Evangelio lo reflejan este domingo: la primera lectura, de la profecía de Habacuc; y la segunda, de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo. La primera lectura presenta las principales objeciones del hombre frente a la acción de Dios. En un contexto de violencia, opresión y destrucción del pueblo de Israel, este le responde al Señor reiteradamente con un expresivo: «¿Por qué?». Se trata del antecedente bíblico del cuestionamiento de la existencia y la acción de Dios ante el mal, el dolor y la muerte, especialmente cuando estos son sufridos por el inocente. La respuesta de Dios será una llamada a la esperanza y a la confianza de que «el altanero no triunfará» y «el justo por su fe vivirá». En el mismo contexto de persecución, san Pablo escribe desde la cárcel a Timoteo con expresiones que, lejos de mostrar desesperación o abatimiento, reflejan la confianza puesta en la fuerza, la fe y el amor que reciben su sustento en Cristo. Sin duda, las palabras «si tuvierais fe como un granito de mostaza» indican que la clave de la vida del hombre no está ni en los bienes materiales ni en los privilegios humanos, sino en el reconocimiento de Dios, fuente de todos los dones, y en el establecimiento de una relación íntima con él. Esto implica acogerlo, seguirlo sin reservas, y posibilita al mismo tiempo que se lleven a cabo cosas humanamente irrealizables. Mientras que el impío se basa en una realidad frágil e inconsistente, el creyente fundamenta su vida en una verdad oculta, pero sólida.
La necesaria humildad
En la misma línea de la historia de la salvación, las afirmaciones del Señor nos recuerdan que no podemos separar la fe de la imprescindible humildad. El Evangelio entronca, pues, con las páginas de la Biblia en las que los distintos personajes, en particular quienes han recibido la misión de guiar al pueblo de Dios, se consideran siervos del Señor. Solo desde la conciencia de que todos los dones los hemos recibido de él y de que, por lo tanto, no somos acreedores, sino deudores de Dios, viviremos un agradecimiento profundo a nuestro creador. Es este el modo de huir de la soberbia y el orgullo en el que corremos el riesgo de caer cuando nos consideramos autosuficientes. Y solo desde una posición de agradecimiento y optimismo podremos percibir que, por mucho sufrimiento y dolor que podamos experimentar o ver a nuestro alrededor, Dios se muestra tremendamente generoso con nosotros.
En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería. ¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».