La Comisión independiente sobre abusos en la Iglesia de Francia (CIASE) ha recibido, en tres meses, 2.000 llamadas y correos electrónicos. Jean-Marc Sauvé, su presidente, presentó el primer balance el pasado día 19. A primera vista, Sauvé no dice nada que no sepamos con relación al sufrimiento, a los efectos causados por el trauma de los abusos, o al sentimiento de traición que experimentan las víctimas. La abundante bibliografía publicada, los múltiples informes que se han conocido desde el año 2000 en adelante, y los testimonios de las víctimas, son una fuente inagotable de conocimiento. En este sentido, la CIASE ratifica lo que sabemos: escuchar a las víctimas es el único camino para conocer no solo la hondura del sufrimiento provocado, sino la naturaleza del abuso infligido. La cuestión es que la Comisión Sauvé no se limita a eso. La comisión ha sido creada para investigar lo sucedido en la Iglesia de Francia desde 1950 hasta nuestros días. En realidad de lo que se trata es de escuchar para investigar (se), porque la escucha no puede quedar encerrada en un reduccionismo terapéutico o limitarse a privatizar el daño causado. Su finalidad última es la reparación material, social y personal de la víctima, la prevención del delito y la adopción de medidas institucionales. El éxito o el fracaso de la Comisión Sauvé, y de todas las comisiones que han sido, son, y serán, está en función del modo cómo se afronte en una respuesta única los tres objetivos señalados.
Por eso hay que escuchar a las víctimas; para reconocerles su protagonismo y sus derechos dentro de la Iglesia, para ayudar a «liberar su palabra», como dice Sauvé, haciendo suya la razón de ser de la mayor asociación de víctimas francesas, y todo esto para que sea plenamente efectivo el derecho a su rehabilitación.
No estamos solo ante un asunto de futuro, sino de pasado. No se trata solo de prevención, sino de memoria. Prevenir adelanta el futuro al presente. Reparar actualiza el pasado. La prevención apunta a lo que no ha sucedido. La reparación carga con lo que jamás podrá borrarse. Quizás por eso nos resulte tan difícil perseguir aquello que el penalista y jesuita Antonio Beristain pedía para otras víctimas: «enaltecer su memoria».