La compasión, aguijón revolucionario de (y para) la humanidad
Estamos ante la tercera clave de las siete que vamos comentando semanalmente del Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de las Migraciones (29 de Septiembre). Lo que mueve al samaritano, un extranjero para los judíos, a detenerse para ayudar al apaleado «es –dice el Papa– la compasión, un sentimiento que no se puede explicar únicamente a nivel racional. La compasión toca la fibra más sensible de nuestra humanidad, provocando un apremiante impulso a estar cerca» de quienes vemos en situación de dificultad».
«Cuando me alcance tu compasión, viviré (salmo 119)», dice el emigrante hoy día. Cuando el latido de tu propio corazón acompase al mío, viviré.
Ante la ola (más grande que las que derriban y ahogan a migrantes en el Mediterráneo) cada vez más creciente, sospechando malamente de quien ayuda a la víctimas (o estigmatizándolos) tenemos el gran riesgo (pecado en clave teológica por colaborar con la omisión de la caridad) de permanecer solo como espectadores del debate público. Me rebelo; y de alguna manera acuso o al menos denuncio la ruindad de aquellos que, como en el Evangelio, quieren prohibir a otros hacer milagros «porque no son de los nuestros» (Mc. 9,38). O impedirles «curar en sábado» porque la ley lo prohíbe. Y esto no es buenísimo. Solo radicalidad evangélica.
Ese es el riesgo. Ver como espectadores a los muertos por ahogamiento en bodegas de barcos, o en camiones frigoríficos, en desierto, en el fondo del mar por ejemplo. Ese es el riesgo, repito: ver como muertos a los que viven errantes… O ver como espectadores «las penurias, las violencias y naufragios, de grandes o pequeñas dimensiones porque siempre son tragedias cuando se pierde aunque sea solo una vida». «¡Acoger al otro es acoger a Dios en persona!», ya lo dijo el Papa en el Mensaje de 2016.
Hay que crear las condiciones para que nadie tenga que huir la pobreza, de la violencia y de la persecución, de los desastres naturales (¡cuántos estarán siendo desplazados ahora de la Amazonía, Dios mío!) De acuerdo. Pero lo prioritario es salvar vidas. Que también lo dice el Papa: aunque solo sea una sola, porque con esa vida perdida también va parte de la mía. Se trata de mí, de nuestra humanidad. El riesgo de la inanición (mía o cuestionando la ayuda de otros al prójimo) es el riego que lleva al olvido.
Para ello resucitemos la ternura, la compasión. Así lo comenta el mensaje papal: «Como Jesús mismo nos enseña, sentir compasión significa reconocer el sufrimiento del otro y pasar inmediatamente a la acción para aliviar, curar y salvar. Sentir compasión significa dar espacio a la ternura que a menudo la sociedad actual nos pide reprimir».
Estamos hartos de tanta violencia ante la emigración. Violencia legal, física, psicológica, mediática, por ejemplo, cuando estigmatiza colectivos por conductas individuales o para ganar votos. O para echar balones fuera cuando la causa de la injusticia y el dolor está dentro.
Es obvio que el mundo de hoy necesita misericordia, necesita ternura y compasión, o sea «sufrir con». La misericordia es la capacidad de profunda conmoción interior ante el sufrimiento del otro. «Estamos acostumbrados ya a la rutina de las malas noticias, de las noticias crueles y de las atrocidades más grandes que ofenden el nombre y la vida de Dios», como repite Francisco. «El mundo necesita descubrir que Dios es Padre, que existe la misericordia, que la crueldad no es el camino, que la condena no es el camino, porque la Iglesia misma en algunas ocasiones sigue una línea dura, cae en la tentación de seguir una línea dura, en la tentación de destacar solo las normas morales, y mucha gente queda fuera», como decía al comienzo del Año de la Misericordia. Tan fuera como queremos dejar a los refugiados y emigrantes.
Es necesario activar la ternura. La opción entre una cultura de ternura y una anticultura de la violencia –como la que se ejerce por ejemplo contra los refugiados y migrantes– se ha hecho hoy infinitamente más dramática. No solo por el enorme potencial destructivo de la humanidad (destrucción a veces con armas sibilinas o invisibles), sino porque con una competitividad tan exagerada y conflictiva como la actual puede muy bien considerarse que estamos en una guerra económica o –viendo la situación de descartes migratorios– en una «guerra silenciosa y a plazos» donde estos últimos sobran. Y mientras, el Mediterráneo (espejo de nuestra humanidad ahogándose o bloqueada para el bien) se ha acostumbrado ya a llenarse de lo sobrante.
Es necesario activar la ternura ante la ola de xenofobia y exclusión que genera el empobrecido (aporofobia que diría muy bien Adela Cortina). En este caso por las migraciones Eva Fernández ha hablado muy bien de ello entrevistando («en distancias cortas») al Papa de la Ternura, donde muchos nombres propios y relatos desvelan porqué el Papa habla de ello desde su corazón al corazón de la humanidad.
Para salvar la humanidad hay que poner en juego la cabeza, las manos y el corazón de las personas. Necesitamos activar el corazón, la empatía, algo que tiene que ver con poner rostros a los migrantes y refugiados, entrar en contacto con ellos, convivir con ellos. Y, cómo no, cambiar las políticas que limitan y rompen los derechos de las personas (¿la mayor generosidad no es quizás luchar por los derechos del otro?).
Quizás sea necesario comprobar –tú y yo– que «es cierto que ignoramos que tengo reservas de ternura. Y no me importa que esta sea una palabra sin prestigio. «Tengo ternura y me siento orgulloso de tenerla» (Benedetti). La frase de F. Dostoyevski: «la Belleza salvará al mundo», podía parafrasearse muy bien con la fórmula «la ternura, la compasión, salvará la humanidad». Y así la vida revelará su perfil bendito. La compasión es la vida. Y es aguijón revolucionario. Sobre todo cuando no solo está en juego la vida de los migrantes sino la de la humanidad.
El Mensaje del Papa para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2019 constituye todo un programa de acción para la Iglesia. Desde la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal se han ido desgranado para Alfa y Omega sus claves en una serie de siete artículos.