Dinamarca reduce el número de divorcios con terapia familiar
Antes de liquidar su relación, los matrimonios deben recibir apoyo psicológico y completar un curso de tres meses. En regiones como Ringkøbing-Skjern, esta fórmula ya ha reducido los divorcios un 17 %
Hasta abril de este año, para divorciarse en Dinamarca, uno de los países más secularizados de Europa, bastaba con rellenar un sencillo formulario online. Como consecuencia, en este país nórdico se disolvieron 15.000 parejas en 2018, una cifra que equivale a la mitad de los matrimonios que se celebraron aquel mismo año. El frenético ritmo con el que se sucedían los divorcios acabó empujando al gobierno a buscar alguna solución. Así, el ejecutivo danés lanzó en abril un paquete legislativo que obligaba a los matrimonios con intención de romper su relación a recibir terapia y realizar un curso antes de separarse definitivamente. Tres meses después, Dinamarca hace balance.
«Podemos mantener a las familias unidas y, además, estamos ahorrando dinero a largo plazo. Aparte de ser bueno para las parejas, lo es para nosotros», declara Jette Haislund, directora de salud de Ringkøbing-Skjern, al periódico danés Politiken. El municipio en que esta mujer desarrolla su labor tiene experiencia con el programa, pues lo pusieron en marcha ocho años antes que el gobierno central. En su primer año de funcionamiento, 2011, consiguieron reducir la tasa de divorcios un 17 %.
Para Pablo Guerrero, coordinador nacional del Área de Familia de la Compañía de Jesús, la terapia de pareja en contextos de crisis matrimonial es especialmente útil porque «cuando estamos en mitad de un problema, solemos olvidarnos del pasado». Incluso aunque haya sido uno muy feliz. Por ese motivo, el jesuita cree que esta apuesta de Dinamarca puede ayudar a redescubrir «que la relación con una pareja es algo valioso y una manera de cuidarlo es buscar todas las posibilidades para arreglarlo». «No podemos olvidar que amar es trabajar», añade.
«Un Estado que cuida las familias está cuidando el país»
El curso obligatorio y la terapia de pareja para matrimonios en crisis, que corren a cargo de los ayuntamientos daneses, pretenden ayudar a las familias a resolver sus conflictos para que puedan permanecer unidas. Algo que puede parecer sorprendente en un país tan secularizado como Dinamarca pero que, según el diario británico The Guardian, sus ciudadanos valoran muy positivamente. Para Pablo Guerrero es lógico porque «un Estado que cuida el matrimonio y la familia está cuidando el país». «Se ha generado en algunos países la idea de que defender la familia no es progresista, pero es algo básico para el ser humano y cualquier ideología política tendría que estar muy sensibilizada con este tema. Debilitar la familia, en el fondo, es debilita a la sociedad», sentencia.
Steen Kruse, uno de los responsables del Centro para el Desarrollo de la Familia de Dinamarca, también considera «sensata» esta medida. En declaraciones a Politiken, aprueba que las autoridades locales «asuman una parte de la responsabilidad en las relaciones y en la vida familiar». A su juicio, con programas así, el estado protege la salud mental de sus ciudadanos, especialmente la de los hijos de los matrimonios que se divorcian. «A muchos nos gustaría ayudar a evitarlo si es posible porque para la mayoría de niños y adultos es una circunstancia estresante tener que vivir en dos lugares a la vez», cuenta a Politiken.
Es un factor que Gert Martin Hald, profesor de la Universidad de Copenhague, ya ha estudiado. Según revela este psicólogo en una entrevista a The Guardian, antes de que Dinamarca aprobara esta medida para frenar los divorcios, primeramente midió sus efectos con 2.500 voluntarios daneses sumidos en este proceso. «En 13 de cada 15 casos, el efecto sobre la salud física y mental fue positivo y redujo el absentismo laboral. Al año, las parejas se comunicaban como si no se hubieran divorciado», revela Hald.
No hace milagros
A pesar de haber reducido los casos de divorcio un 17 % en regiones como Ringkøbing-Skjern, conviene mantener unas expectativas realistas con este método. Según Hjalmar, un ejecutivo danés de mediana edad beneficiario de este programa, «el curso no va a reparar todos los matrimonios rotos». Mucho menos a aquellos «con niveles muy elevados de conflicto, en relaciones violentas o muy pocos recursos», matiza Trine Schaldemose, subdirectora de la asociación de ayuda familiar Mødrehjælpen. «Para los hijos significa estar atrapados más tiempo en el conflicto y un curso online no va a resolver sus problemas», cuenta a The Guardian.
Por ese motivo, esta ayuda no se ofrece a las parejas sumidas en una dinámica de maltrato. «En el momento en que hay violencia machista, la terapia está desaconsejada», advierte Pablo Guerrero. «Una cosa es el no entendimiento entre dos personas y otra es el delito salvaje, lo primero que hay que hacer es llamar a la Policía», explica. En estos casos, el jesuita considera contraproducente, «animar a la mujer a permanecer en una situación inadmisible» y apunta que, si se ofrece terapia a cualquiera de los miembros de la pareja, esta debe ser individual.
Pero en contextos normales, el curso es de gran ayuda. Incluso para los matrimonios que acaban rompiéndose igualmente. «Es muy diferente divorciarse ante el primer problema que viene que después de haber puesto todo de tu parte para solucionarlo. Un divorcio que viene después de un proceso de terapia de pareja redunda en beneficio de cada una de las personas implicadas, también los niños», opina Guerrero. A su juicio, «si hay una mediación externa, va a haber mucho menos desgaste y un clima en la pareja de menor confrontación».
Además, durante este periodo de reflexión, los cónyuges pueden diseñar fríamente qué estrategia van a seguir en la crianza de sus hijos aunque tomen caminos separados. «Aunque se divorcien, no se van a divorciar de los hijos». De este modo, pueden acordar un régimen de visitas amistoso y poner todos los medios para que el proceso de separación de sus padres sea lo menos traumático posible.