Jubileo en Almonte: el Rocío todo el año
La aldea almonteña vive ya un año jubilar con motivo de la coronación canónica de la Blanca Paloma
La aldea del Rocío en Almonte (Huelva) acaba de vivir su fin de semana grande coincidiendo con la fiesta de Pentecostés, dos días que en esta ocasión han tenido un aliciente más: la apertura de un año jubilar con motivo del centenario de la coronación canónica de la Virgen. Bien lo merece una efeméride de estas características, pues si la devoción al Rocío se extiende hoy más allá de las fronteras internacionales es gracias en gran parte al impulso de la corona dorada, fruto de las donaciones de los fieles, que le colocó hace 100 años el cardenal Enrique Almaraz. De hecho, las hermandades vinculadas ha esta advocación mariana crecieron exponencialmente desde entonces hasta alcanzar más de 120.
El gran impulsor fue el canónigo de la catedral de Sevilla y escritor Juan Francisco Muñoz y Pabón, quien en un artículo de El Correo de Andalucía en mayo de 1918 cuestionaba que una Virgen como la de El Rocío, vista la devoción que generaba, no estuviera coronada. Su artículo consiguió numerosos apoyos y en el mes de septiembre el Vaticano aprobó la coronación canónica. El Papa era Benedicto XV.
Desde entonces, por la aldea almonteña han pasado millones de peregrinos, entre ellos, reyes, políticos, artistas… y hasta un Papa. En 1993 llegó Juan Pablo II, «el Papa rociero», como lo define el obispo de Huelva, José Vilaplana. Sin duda, la visita papal fue uno de los grandes hitos que se vivieron en este santuario y un impulso más a esta muestra de piedad popular.
Un año de purificación
Fue el sábado, aniversario de la coronación, cuando Vilaplana procedió a abrir la puerta santa de este año jubilar mariano tras los tres toques de llamada y unas breves palabras. «Es el preludio de una experiencia de gracia y reconciliación […]. La puerta es signo de la misericordia de Dios, que nos acoge siempre. […] Entremos por ella dispuestos a seguir al Buen Pastor acompañados por la Virgen del Rocío», dijo el prelado durante la ceremonia.
El propio obispo onubense recordaba en un mensaje previo el propósito del jubileo: «La peregrinación al Rocío se convierte en una invitación a realizar un camino de purificación. Tomamos conciencia de nuestros errores y de nuestras miserias, pero también de la misericordia de Dios que nos perdona siempre y nos da la oportunidad de nacer de nuevo».
Fue más explícito durante la Misa pontifical de Pentecostés, también en El Rocío, al afirmar que «en las situaciones de crisis, espiritual y moral, por las que pasa nuestra sociedad, el cristiano no puede ser mediocre. Hemos de apuntar alto». Y añadió: «El rociero, el peregrino, todos, estamos llamados a la santidad. […] Animados por el ejemplo y acompañados por María, avancemos por el camino de la santidad y así seremos para la Virgen la mejor corona. Sí, la mejor corona sois vosotros si resplandecéis como oro por vuestras obras».
En este sentido, Vilaplana pidió a los peregrinos «una fe firme y resplandeciente», que no se dejen atrapar por el desánimo y la esperanza y que estén «diligentes y atentos a las necesidades del prójimo para no caer en la indiferencia o en la injusticia».
Y concluyó con unas palabras del Papa Francisco en la misma línea: «Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: “Dios te salve, María…”».