Miguel Maury: «Rumanía siente nostalgia de la unidad de la Iglesia de Cristo»
El arzobispo español Miguel Maury (Madrid, 1955), llegó a Rumanía como representante papal en diciembre de 2015, tras siete años como nuncio en Kazajistán, Kirguizistán y Tayikistán. En su actual destino ha podido comprobar la «vinculación particular con Roma» de los rumanos, aunque advierte que quedan todavía heridas por cerrar
La Iglesia ortodoxa rumana, la segunda con más fieles del mundo, es una de las que mayor cercanía tiene con Roma y en las que más se anhela la unidad. Hace 20 años, a Juan Pablo II le conmovieron los gritos de «unidad, unidad» de los fieles. ¿Ese anhelo se concreta en lo práctico?
La Iglesia ortodoxa rumana, si no se tiene en cuenta la independencia de la Iglesia ortodoxa ucraniana, es en efecto la segunda con más fieles: unos 20 millones de bautizados con una práctica habitual del 7 al 8 %. Rumanía es un país latino. Formó parte del Imperio romano y, aunque ha mantenido estrechos vínculos seculares con Bizancio (el Patriarcado ecuménico de Constantinopla), siente la nostalgia de la unidad de la Iglesia de Cristo y mantiene una vinculación particular con Roma y un sincero aprecio al Papa.
Hay estudiantes ortodoxos en las facultades teológicas romanas y sus teólogos participan en el dialogo teológico internacional al máximo nivel, con una formación que supera a la de otros muchos países. Aunque no faltan, sobre todo entre los monjes conectados con el monte Athos [una península griega sede de una veintena de monasterios ortodoxos, N. d. R.], grupúsculos antiecuménicos, en la línea que se ha visto durante la reciente visita del Papa a Bulgaria.
¿De dónde cree que nace esta corriente antiecuménica que se extiende por todo el mundo ortodoxo?
El miedo a disolverse dentro de la gran Iglesia católica puede que sea el motivo subyacente a esta tendencia ultraortodoxa. En Rumania estos reducidos sectores, conocidos popularmente entre los mismos ortodoxos como talibanes, lo más que han logrado es organizar alguna manifestación de tres o cuatro decenas de personas ante el Patriarcado. Una pena.
A pesar de las buenas relaciones, como en casi todos los países de mayoría ortodoxa que sufrieron el comunismo, persiste el problema de la unificación forzada de la Iglesia grecocatólica a la ortodoxa y de los templos confiscados. ¿Afecta esto a la relación con los ortodoxos?
En 1948 el Estado comunista rumano confiscó todos los bienes de la Iglesia bizantina unida a Roma y entregó sus lugares de culto a la Iglesia ortodoxa nacional: en total 2.588 iglesias, de las cuales hasta ahora solo han sido restituidas unas 200. Desde hace años están congeladas las negociaciones entre las dos Iglesias bizantinas, la grecocatólica y la ortodoxa, pero el problema no solo les afecta a ellas sino a las mismas relaciones entre Rumanía y la Santa Sede, por lo que antes o después tendrá que solucionarse de forma pactada.
¿Qué espera que aporte al diálogo la beatificación de los siete obispos mártires grecocatólicos?
Rumanía debe en buena parte lo que es a la Iglesia grecocatólica. La beatificación debería ayudar a reconocer tal deuda, a apreciar a esos pastores de la Iglesia que prefirieron la cárcel hasta la muerte antes que traicionar su fe. Su beatificación se celebrará en Blaj, hermosa ciudad transilvana conocida como la pequeña Roma, donde reside el arzobispo mayor grecocatólico, el cardenal Muresan, de 88 años, que compartió en su juventud la persecución de los mártires.
A diferencia de a varios de sus países vecinos, a Rumanía no le preocupa la llegada de inmigrantes y solicitantes de asilo. En todo 2018 y lo que va de 2019, ha acogido a 109 refugiados, muchos menos de los «400 jóvenes de entre 20 y 40 años que cada día se marchan del país en busca de trabajo», subraya monseñor Maury, nuncio en el país. Esta oleada comenzó en los años 90, cuando «tras la caída del comunismo algunas de las empresas más importantes fueron compradas por firmas europeas, que al poco tiempo las cerraron por considerarlas obsoletas; aunque no pocos sospechan que lo hicieron para eliminar esta competencia. La gente al verse sin trabajo tuvo que emigrar». Y la tendencia continúa. Solo desde 2007, cuando Rumanía entró en la UE, han emigrado 3,4 millones de personas, un 17 % de la población. Solo en España hay un millón; «la mayoría, bien integrados», valora monseñor Maury. «Rumanía está vaciándose y quedándose casi sin mano de obra Hay zonas del país en las que solo quedan ancianos y niños». El nuncio ve en este fenómeno «una de las razones que han evitado hasta ahora la proliferación de los sentimientos xenófobos que han surgido en otras naciones» de la zona oriental de Europa.
La salida de la parte más activa de la población supone un importante reto para el país, que se suma a la todavía insuficiente recuperación económica. Rumanía está a la cola de la UE en la mayoría de indicadores socioeconómicos. «En el país prácticamente no hay paro, pero los salarios son muy bajos. Un problema que ha impedido que se beneficie de los fondos comunitarios es la excesiva burocratización heredada del régimen comunista y la perpetuación de una mentalidad en la que uno espera que el Estado te lo resuelva todo».