Mientras los bendecía fue llevado hacia el cielo
VII Domingo de Pascua. Solemnidad de la Ascensión del Señor
En torno a los 40 días tras la Resurrección celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor. No es el texto del Evangelio el que alude a ese espacio de tiempo, sino la primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles. Precisamente al acercarnos a la primera lectura y al Evangelio llama la atención que la conclusión del Evangelio de Lucas coincide en la temática con el inicio del libro de los Hechos. Así, de este libro leemos el principio, mientras que del Evangelio la conclusión. Se subraya con ello que el punto de llegada de la misión de Jesús quiere enlazar con la misión de la Iglesia. No existe, pues, un espacio vacío ni una discontinuidad entre la presencia del Señor y la de su Iglesia.
La unidad con la pasión y la resurrección
Como sabemos, a lo largo del tiempo pascual en el que estamos, tanto la Palabra de Dios como el resto de los textos utilizados en la liturgia han querido destacar el estrecho vínculo entre la gloria de la Resurrección y la Pasión y Muerte del Señor en la cruz. Hoy es necesario incidir en que el misterio de la Ascensión forma una unidad con el de la Resurrección del Señor. Este es el motivo por el que no es imprescindible celebrar esta fiesta exactamente a los 40 días del día de Pascua. Lo realmente interesante es poner de relieve el significado más hondo de los misterios de la Pascua, de la Ascensión del Señor o de Pentecostés, que celebraremos el domingo que viene. Asimismo, es necesario encuadrar estos acontecimientos en el marco del tiempo pascual. No se trata solamente de unos hechos independientes y sucesivos, celebrados con la correspondiente fiesta anual. Estamos ante un hecho salvífico único, que una vez que ha sucedido en Cristo, se nos va comunicando en la celebración de cada año.
Testigos del triunfo del Señor
Tras la descripción de la Pasión y de la victoria del Señor sobre la muerte, Jesús insiste en el papel de sus discípulos como testigos de lo que ha ocurrido. Es fundamental recalcar que «subir» o «ascender» no hace referencia, en primer término, a una concepción geográfica, que es quizá la que predomina en la conocida descripción que escuchamos hoy en el libro de los Hechos. Dicho de otra manera, la Ascensión del Señor a la vista de sus discípulos representa ante todo la glorificación plena del Señor resucitado, en la misma línea en la que se profesa en el credo, cuando afirmamos «subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso». Ciertamente, ascender o descender geográficamente no supone ningún cambio en la vida de nadie, pero ser constituido juez, señor y mediador universal tiene gran repercusión para Cristo y para quienes hemos sido incorporados su vida. Además, el pasaje evangélico alude al gesto de bendición en el momento en que Jesús era llevado al cielo. El hecho de bendecir levantando las manos aparece solo dos veces en el Antiguo Testamento, refiriéndose a la bendición del sumo sacerdote tras el sacrificio. Por eso, este gesto y la postración evidencian que Jesucristo ha realizado el verdadero y definitivo sacrificio, y que, al mismo tiempo, ha sido constituido Señor de cielo y tierra. Comprender la Ascensión como una consecuencia de la Resurrección supone aceptar el triunfo del Señor como nuestro propio triunfo y, al mismo tiempo, ver en esta victoria el impulso para la comunidad que no se queda paralizada mirando al cielo, sino que, comenzando por Jerusalén, realizará el anuncio del Evangelio hasta los confines del orbe.
Como nosotros actualmente, la comunidad de discípulos sabe que el encargo que ha recibido no es sencillo, pero, al mismo tiempo, es consciente de la presencia y la ayuda del Señor resucitado, que prometió que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. El Evangelio de este domingo también habla del encargo del Señor de esperar en Jerusalén «hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto», introduciendo la esperanza en la venida del Espíritu Santo.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto».
Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.