Los obispos polacos entonan el mea culpa por los abusos
Publican una carta que fue leída el domingo en todas las misas del país tras la conmoción del documental No se lo digas a nadie, que destapa casos de abusos menores, a los que se unen la mala gestión de los mismos por parte de las autoridades de la Iglesia
Polonia vive conmocionada tras el impacto del documental No se lo digas a nadie, dirigido por Tomasz Sekielski y estrenado a principios de mayo. En el se narran casos concretos de abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes y también, de algún modo, la inacción de los superiores. Pero, sobre todo, es un material –está subido a You Tube y tiene casi 22 millones de visualizaciones– en las que se escucha a las víctimas, que en algunos casos se las confronta con sus abusadores.
A lo largo de la cinta se pone de manifiesto que en la Iglesia en Polonia se cometieron mucho errores al respecto. Por ejemplo, un sacerdote que había sido condenado y estado en prisión se saltó la orden judicial que no le permitía estar con niños al dar un retiro para menores de edad, o el descubrimiento de los abusos que cometió el que fuera confesor del histórico líder polaco Lech Walesa.
Todo esto ha generado un clima de presión hacia la Iglesia –incluso desde la política, pues el Gobierno ha prometido medidas más duras– que ha provocado que los obispos de Polonia hayan hecho pública una carta que fue leída el pasado domingo en todas las Eucaristías celebradas en el país. En ella, además de expresar su vergüenza, pedir perdón y condenar los hechos dan voz a las víctimas que aparecen en el documental, extrayendo algunas de sus declaraciones. Como la de Anna: «Los abusos han dejado una gran marca en mi vida. Todavía tengo pesadillas. Sigue en mí».
Además, reconocen que la mayoría de los obispos han visto el filme y añaden que les ha hecho ver la magnitud del sufrimiento de las víctimas, a las que agradece «la valentía de narrar su sufrimiento». «Somos conscientes de que ninguna palabra puede reparar el daño que han sufrido», recoge la misiva.
También admiten que no estuvieron a la altura y que «no han hecho todo lo posible para prevenir este daño». «Para muchos creyentes, especialmente para los jóvenes que buscan a Dios, los escándalos sexuales del clero están siendo un prueba de fe y un gran escándalo», agregan.
Reconocida la culpa, los obispos polacos manifiestan la necesidad de ayudar a las víctimas y de crear espacios para que puedan, en la medida de los posible, recuperarse. Afirman que en el seno de la Iglesia ya se están dando procesos de acompañamiento y escucha de las víctimas pero que no se divulgan para proteger la privacidad de las víctimas. «Quizá en el futuro quieran alzar la voz. La reacción de la comunidad más cercana no suele caracterizarse por la sensibilidad y sí por los reproches y por eso es necesario un cambio de mentalidad con aquellos que han sido dañados en su infancia o adolescencia en la delicada esfera de la sexualidad».
En este sentido, animan a todas las personas que hayan sufrido algún tipo de abuso a ponerse en contacto con las autoridades civiles y con la Iglesia, y recuerdan que en casi todas las diócesis hay un delegado que recibe las denuncias.
La misiva también se refiere a la responsabilidad. Responsabilidad en la educación en los seminarios con los futuros sacerdotes: «No queremos permitir que personas inmaduras, que no están capacidades para ser fieles a sus votos y promesas, entren en el sacerdocio». Y responsabilidad en la formación en protección de menores con la organización en los últimos años de numerosos talleres para religiosos y sacerdotes diocesanos y con la puesta en marcha de sistemas de prevención en todas las diócesis.
Del mismo modo, la carta reconoce el papel de la gran mayoría de los sacerdotes, que son «fieles al Evangelio y sirven con celo y generosidad a Dios y a los fieles». «Que todo lo bueno que se ha hecho en la Iglesia a través de este ministerio no se vea oscurecido por los pecados de unas personas», apuntan.
Y concluyen: «Con las personas de buena voluntad, unimos nuestros esfuerzos para identificar y eliminar los factores que pueden conducir a un crimen. Por eso, pedimos el apoyo de educadores y cuidadores, así como de las instituciones educativas. Pedimos ayuda para alcanzar conocimiento y habilidades para que todas las instituciones de la Iglesia sean lugares seguros, donde se cumplan los más altos estándares de protección de menores».