Guadalupe Ortiz de Landázuri: A las puertas del Cielo
La Iglesia beatifica este sábado en Madrid a Guadalupe Ortiz de Landázuri, laica, química, pionera en la incorporación de la mujer al mundo del trabajo, que hizo de su vida «un camino sencillo para llegar a la santidad»
«Guadalupe era una de esas personas que hace en cada momento lo que Dios le pide, sin pararse a pensar en nada más. Era audaz y avanzada a su tiempo porque los santos son así: viven la revolución de la caridad en el momento y en el lugar que les toca vivir». Con estas palabras define el sacerdote José Carlos Martín de la Hoz a Guadalupe Ortiz de Landázuri, a quien la Iglesia eleva a los altares como beata este sábado en Madrid.
Martín de la Hoz ha trabajado en los últimos años como vicepostulador de la causa de beatificación de Guadalupe, pero sus caminos se cruzaron mucho antes: «Yo la conocí en el instituto Ramiro de Maetzu, porque fui alumno allí y ella había sido profesora de Química. Había dejado una huella imborrable entre los alumnos. Fue de las primeras mujeres profesoras en este instituto, algo novedoso, y dejó un buen recuerdo».
A la hora de manejar la documentación para sacar adelante el proceso de beatificación de Ortiz de Landázuri, ha tenido que lidiar con miles de páginas con testimonios de personas que la conocieron y con escritos de la propia Guadalupe, y ha llegado a la conclusión de que «su vida se resume en alegría, buen humor, optimismo… En sus cartas cuenta a menudo que está “siempre contenta, yo tan contenta…”. Esa es la clave de Guadalupe. Era una mujer alegre y optimista porque hacia oración, conectaba con Jesús y abandonaba sus preocupaciones en Él. Y en la oración vislumbraba el querer de Dios para ella en el día a día». De esta manera, la oración de Guadalupe era «de confianza, de complicidad, íntima y personal. A veces más jugosa y otras veces más seca, pero siempre de tú a tú».
¿Tuvo Guadalupe una vida cómoda que hiciera más fácil su carácter alegre? Martín de la Hoz lo niega: «La vida de cualquier cristiano se va construyendo entre la oración y el sacrificio, que se puede convertir en oración. “Hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios”, dicen los Hechos de los Apóstoles. Esa sigue siendo la vida de los cristianos en todo tiempo: llevar la cruz de cada día y convertirla en oración, y así fue la vida de Guadalupe».
Sin rencores
Guadalupe nació en Madrid el 12 de diciembre de 1916, la última de cuatro hermanos. Su padre era militar y eso propició que la familia conociera varios destinos antes de instalarse definitivamente en Madrid. Nada más estallar la Guerra Civil, Manuel, su padre, es detenido y condenado a muerte por no considerar las autoridades republicanas que quedara suficientemente clara su oposición al levantamiento. Su hermano Eduardo hace las gestiones necesarias para liberarlo, y lo consigue, pero su padre se niega a recibir el indulto mientras sus subordinados van a morir fusilados. La víspera de su muerte, Manuel recibe a su mujer, a Eduardo y a Guadalupe en la cárcel y allí pasan horas rezando y consolándose. «Guadalupe asombró a todos por su serenidad y su paz. Sostiene a su padre en esos momentos, le da un rosario para rezar. Y al día siguiente dice a sus hermanos que no se preocupen, que “papá está en el Cielo”», cuenta Luis Cruz, sobrino nieto de la beata.
De aquello no le quedó a Guadalupe ningún rencor. En los años 50, trabajando en México, varios exiliados republicanos le pidieron diversos tipos de ayuda, entre ellos la poetisa Ernestina de Champourcin, esposa de Juan Domenchina, que fue secretario del presidente Azaña, para el que pedía ayuda espiritual en medio de una grave enfermedad. «Ella nunca les negó nada ni les mostró rencor, sino todo lo contrario. Ella no miraba desde el resentimiento, sino desde los ojos de Dios», dice Cruz.
Pasada la guerra, Guadalupe conoce a san Josemaría y pide la admisión en el Opus Dei, convirtiéndose en una de sus primeras numerarias. «Él le dio el horizonte de grandeza que estaba buscando para su vida, un horizonte de llenarse de Dios y de dar a Dios a los demás», señala su sobrino nieto.
Con una licenciatura en Ciencias Químicas, comienza a trabajar como profesora en varios colegios. «Fue una verdadera científica, una apasionada por la Química que veía la huella de Dios en la creación –afirma el vicepostulador de su causa–. Le encantaba entrar en los misterios y veía la mano de Dios detrás de todo. Además era una buena pedagoga, le encantaba enseñar y que otros aprendieran. Entendía su dedicación profesional como parte integrante de su vocación».
Una mujer sencilla
Entre todo el material que ha manejado para la beatificación, Martín de la Hoz tiene grabado el testimonio de una de las primeras mujeres del Opus Dei, que conoció a Guadalupe y que escribió: «¡Cuántos recomenzares le debo!». «Esto me impresionó –confiesa el vicepostulador–, porque me hizo ahondar en la normalidad de su vida. No dudaba en animar a alguien si estaba desanimado, porque si es importante comenzar, más importante todavía es recomenzar y volver de nuevo a tu camino si te has apartado de él».
Si en Gaudete et exsultate el Papa Francisco mostraba la necesidad de santos cercanos, de la puerta de al lado, un año después la Iglesia propone como intercesora y como modelo a «una mujer normal, de su tiempo, de nuestro tiempo –dice Martín de la Hoz–, que a través de su trabajo diario y de su preocupación por los demás nos ha mostrado a todos un camino sencillo para llegar a la santidad».
Guadalupe Ortiz de Landázuri será elevada a los altares este sábado en el Palacio Vistalegre Arena, a partir de las 11:00 horas, en una ceremonia presidida por el cardenal Angelo Becciu, prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, y concelebrada por el cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, junto al prelado del Opus Dei, monseñor Fernando Ocáriz, y varios cardenales, obispos y sacerdotes.
La ceremonia será retransmitida por TRECE y podrá seguirse en streaming a través de la web opusdei.org. Se calcula que unas 11.000 personas asistirán en directo al acto en el recinto madrileño (las entradas ya están todas distribuidas), de las que 3.000 proceden de México y de otros países donde hay devoción a la nueva beata. El domingo se celebrará una Misa de acción de gracias, presidida por monseñor Fernando Ocáriz, en el mismo lugar, a las 12:00 horas.
Guadalupe se dejó llevar por Dios, con alegría y espontaneidad, de un lugar a otro, de un trabajo a otro. Su disponibilidad ante los planes de Dios, aparentemente cambiantes y de no fácil puesta en práctica, fue total. Y los frutos de esa disponibilidad fueron copiosos. Su proyecto de vida quedó engrandecido al situarse dentro del plan divino: el Señor potenció sus capacidades y talentos, desarrolló su personalidad y multiplicó la eficacia de su labor. Su ejemplo estimula a considerar que hasta lo que parece más rutinario y menos excitante puede proyectarse, cuando se es consciente de la llamada de Dios a la santidad, sobre un horizonte hermoso y grande.
El sacerdote Luis Cruz es sobrino nieto de Guadalupe. Cuando ella murió él solo tenía 3 años, pero su recuerdo ha permanecido imborrable en la familia. «Mi abuelo, su hermano Eduardo, decía que el secreto de su hermana consistía en aceptar como bueno todo lo que le sucedía», afirma. Por ejemplo, cuando al final de su vida tuvo un problema de corazón que le hacía cansarse muchísimo, ella tenía siempre una sonrisa inolvidable. «No era resignación, era algo más. No es que fuera sacrificada en sentido superficial, sino en el sentido etimológico profundo de la palabra sacrificio: hacer sagradas las cosas. Sabía ponerse en la mirada de Dios para ver lo bueno de las pequeñas cosas, y por eso disfrutaba de todo».
En las reuniones familiares salen también anécdotas divertidas, y recuerdan que «no tenía muy buen oído para la música, pero ella sabía reírse de sí misma», señala Luis, que desvela que «la primera vez que Guadalupe cocinó una gallina, ¡lo hizo con plumas! Ella misma sabía reírse de sus torpezas, y así hacía la vida a los demás muy agradable. Si ves su vida, tampoco hizo grandes cosas, pero cuidaba mucho su alegría, que era fruto de la oración».
Al principio, Cristina de Moya se acercó a Guadalupe por interés. Ella estudia Ingeniería Industrial en Madrid y un sacerdote le animó a pedir su ayuda cuando tuviera dificultades, así que junto a varias compañeras se encomendaron a ella en vísperas de un complicado examen de Química, precisamente la materia que enseñó Guadalupe durante muchos años. «Se lo pedimos con muchísima fe y nos salió bien a todas. Somos superconscientes de que fue ella la que nos ayudó. “¡Hasta le hemos cogido cariño a la asignatura!”», confiesa divertida.
Desde entonces, Cristina ha ido profundizando más y ahora se está leyendo las cartas que le escribió a san Josemaría, el fundador del Opus Dei: «Me están encantando. Al principio pensaba que era demasiado sencilla, pero creo que eso es lo que la hace sobrenatural. Me llama la atención que escribe a menudo: “Estoy contenta”. Le da valor a lo que le da valor Dios. No se conforma con poco. Y si la vida cotidiana es lo que le interesa a Dios, entonces eso mismo es lo que le interesa a ella».
Todos los que estudiaron con Guadalupe la recuerdan con cariño, como Carmen Puelles, a quien Guadalupe enseñó Química Textil en el Instituto Santa Engracia, en Madrid. «Era una profesional maravillosa, sabía muchísimo, investigaba, era pionera en la formación de la mujer. Y era maravillosa humanamente. La veías entrar y te cautivaba, se conducía siempre con respeto y humildad, y guardaba una gran serenidad con las alumnas. En el trato personal, se preocupaba siempre de que estuviésemos contentas. Entraba a clase sonriendo y salía también sonriendo. Siempre estaba pendiente de nuestras necesidades», recuerda.
Años más tarde, Carmen comenzó a trabajar como profesora en el mismo instituto y entonces Guadalupe «me ayudó mucho. Me enseñó a escuchar y acoger a cualquier alumno, a intentar encontrar las respuestas que buscan, con sencillos gestos de cercanía», señala.
Y ahora que lega el día de la beatificación, confiesa: «una profesora y yo decíamos hace poco que desde que la conocimos jamás nos hemos olvidado de ella ni un solo día. Nos enseñó una forma de vivir, y no solo con palabras sino con su presencia y saber estar. Rezo la oración de su estampa desde hace años, y es una maravilla que sea beatificada. Ya era hora, qué alegría».
«A Guadalupe la he conocido como se conoce a las grandes personas: a través de las vidas que ha tocado con sus obras», señala la mexicana Erika Salazar, que hace algunos años conoció a un grupo de jóvenes que estudiaban en Montefalco, el colegio que Guadalupe fundó en México. «Podría extenderme por horas sobre las maravillas que obra Montefalco en los niños de la comunidad que atiende, pero lo verdaderamente impresionante es la profundidad de la huella que dejó Guadalupe en México en solo cinco años», afirma.
Cuando se enteró de que Guadalupe sería beatificada «de inmediato quise saber más», y así descubrió «a una mujer de quien me gustaría ser amiga, una persona sencilla pero a la vez muy grande. Que se hizo una con los mexicanos, pero que nunca dejó de ser española. Que sabía ver en las personas lo mejor de ellas, porque las consideraba almas, almas para Cristo. Simpática, alegre, que se sabía imperfecta pero que nunca dejó de luchar por ser mejor amiga de sus amigas, por ser mejor amiga de Dios».