Las cuestiones sociales, en general, nos descubren tanto de nosotros mismos como de las propias cuestiones en sí. Esto es muy evidente en las de migración y asilo: el modo de tratar las preguntas, o las respuestas que demos, no será solo una respuesta sino también una realidad en la que se reflejará nuestro modo de ser personal y como sociedad.
Sin duda alguna el tema de las migraciones y el asilo es una fuente de conflicto para muchos católicos. Por un lado, escuchan la doctrina de la Iglesia, que básicamente contiene un mensaje de acogida y protección para el extranjero; pero al mismo tiempo se ven cuestionados por mensajes que previenen contra él, que proponen la limitación de su llegada o su expulsión como una solución imprescindible. La respuesta, tanto personal como comunitaria, que demos será una manifestación de lo que somos como ciudadanos y como creyentes.
El primer paso para dar una respuesta informada sería conocer los datos. Y aquí nos encontramos con una inmensa barrera de nuestro tiempo: sencillamente no creemos los datos, o los minusvaloramos o, lo que es peor, aceptamos informaciones no contrastadas pero que refuerzan nuestros prejuicios. Nunca hemos dispuesto de más información sobre la situación de refugiados y migrantes entre nosotros: centros oficiales de estadística, universidades, centros de investigación social… El aluvión de datos confirma tendencias con bastante precisión: los migrantes son contribuyentes netos a la Seguridad Social, son necesarios para nuestra economía, ayudan a paliar tendencias demográficas de declive y contribuyen a una diversidad cultural que es signo de los tiempos globalizados que vivimos. Pero, sorprendentemente, terminamos por creer –los católicos incluidos– toda una constelación de informaciones tendenciosas, no contrastadas, simplemente falsas.
Si la objetividad en este tema resulta muy complicada, el siguiente escalón para emitir nuestro juicio es la falta de empatía. Y en esto no estamos mucho mejor. La empatía necesita salir de nuestra comodidad y acercarnos a los otros en sus circunstancias. En el Servicio Jesuita a Refugiados este es un paso imprescindible; lo llamamos «acompañamiento», inspirados en nuestra tradición ignaciana. Es el momento del encuentro, de la cercanía personal, de recordar –y recordarnos– que la dignidad se puede recuperar, que la vida es un don que recibimos y que, por difíciles que sean sus circunstancias, merece reconocimiento, apoyo y toda nuestra solidaridad. Y esto no es solo una declaración de intenciones, es lo que hacen cientos de voluntarios todas las semanas a lo largo de Europa: visitando centros de recepción, acompañando algunas de las interminables horas en los centros de detención, ayudando a llenar incomprensibles formularios, comunicando a las familias las últimas novedades de su ser querido, acompañando al médico, traduciendo en el ayuntamiento para algún trámite… una constelación de acciones sencillas, cotidianas pero que adquieren un valor transcendente cuando recordamos las palabras del Señor: «Cuando lo hicisteis a uno de mis pequeños…».
Si no damos una oportunidad a este encuentro personal nos estaremos moviendo siempre en el movedizo terreno de los prejuicios. Escuchar sus historias, descubrir su vulnerabilidad, pero también su fuerza, su capacidad para resistir, su iniciativa y su asombrosa capacidad de superación. Son valores que todos apreciamos y que refugiados y migrantes viven de forma particular por la complejidad de sus situaciones. ¿Por qué no admitirlo? El trato con refugiados y migrantes también nos hace mejores personas a nosotros, nos ayuda a vivir mejor estos valores fundamentales para la vida.
Todo lo que hemos comentado hasta aquí se refiere a la responsabilidad importante que tenemos, como ciudadanos y creyentes, para que nuestra opinión esté bien informada. Más aún, cuando nuestra opinión se va a convertir en un voto que decidirá la composición del próximo Parlamento Europeo. En unas semanas nos volverán a llamar a las urnas y el tema de refugiados y migrantes se ha convertido en uno de los más controvertidos. Deberíamos superar prejuicios mal informados y promover una sana empatía que nos ayude a comprender la implicación para la vida de miles de personas de unas políticas de migración y asilo que sean capaces de proteger adecuadamente a las personas que llegan a nuestras fronteras, que nunca pongan en peligro su dignidad, y que no las confinen de modo sistemático en centros donde la frustración y la desesperación son nuestro extraño modo de recibir. En juego está nuestra comprensión de la libertad y de la igualdad, que deben ser posibles a todos los que lleguen a nuestro continente.
José Ignacio García SJ
Director regional del Servicio Jesuita a Refugiados – Europa.
JRS está llevando a cabo la campaña #ThePowerOfVote para movilizar a la ciudadanía europea para que vote en las próximas elecciones europeas teniendo en cuenta los derechos de las personas refugiadas y migrantes