Nuestra Señora
La semana pasada lloramos la pérdida de Notre Dame. El incendio en una catedral emblemática nos hizo valorar el patrimonio religioso. Todos los representantes de la sociedad se encogieron ante el incendio y recordaron la catedral de París como símbolo cultural de Europa y como un conjunto histórico-artístico excepcional; y así es, pero no debemos olvidar lo más importante: la fe de la comunidad parisina que en la Edad Media levantó la catedral de Notre Dame. Una catedral no solo es un lugar artístico con grandes obras de arte, es el lugar donde la comunidad católica se reúne en torno a su obispo. Es verdad que habitualmente las catedrales son maravillosas y reúnen un patrimonio fabuloso, pero sobre todo son el signo de la fe de todo un pueblo. En la sociedad actual en la que muchas cosas pierden el sentido, hay que recordar que no son solo espacios bellos y monumentales, sino lugares de culto. El cristianismo dotó a Europa de unidad, y desarrolló un fabuloso patrimonio del que somos herederos. Nuestra obligación es conservarlo y preservarlo en todas sus dimensiones para las generaciones futuras. Nuestros hijos deben comprender, valorar y admirar las maravillosas expresiones artísticas que el ingenio humano ha creado.
El impacto económico y turístico de un monumento de esa envergadura es impresionante, especialmente en ciudades pequeñas donde la vida gira en torno a una catedral, abadía o monasterio. Resulta sorprendente pensar que cuando se construyeron esos templos fueron el motor de la ciudad, generaciones enteras participaron en la construcción. En pleno siglo XXI, estas iglesias vuelven a ser el eje en torno al que giran las actividades económicas de turismo y servicios.
En Madrid no tenemos una catedral histórica como Toledo, Sigüenza, Santiago o Valencia, pero sí tenemos un templo levantado en pleno siglo XX en honor a Nuestra Señora bajo la advocación de la Almudena, en torno al que se reúne la comunidad católica. Monasterios, iglesias y conventos de nuestra comunidad son conservados con cariño y dedicación. Tenemos un gran patrimonio que merece la pena descubrir: la catedral de Alcalá de Henares, la de Getafe, las parroquias de los pueblos, las de la ciudad, las abadías o monasterios en los que hoy día podemos retirarnos a orar, estudiar o estar en silencio como el Parral o el Valle de los Caídos.