Una Pascua con los preferidos del Padre
Una cárcel, una residencia de ancianos, un centro de niños con discapacidad, un comedor social, un hogar con enfermos de sida… Jesús no se cansa de hacerse presente en la cara más débil de todos nuestros cansancios
Juan Cormenzana nació hace 47 años en Madrid. Tras toda una juventud y una adolescencia dedicadas, de principio a fin, al mundo de la ingeniería industrial (primero como alumno y después como docente en la universidad), un día descubrió que su corazón latía al mismo compás que el de san Francisco de Asís. «Yo me preguntaba si este era mi sitio y, a medida que han pasado los años, he experimentado la certeza de estar en el sitio que Dios quiere. Y esto no lo cambio por nada del mundo».
Hoy, fray Juan, revestido con el hábito franciscano, se hace Evangelio para cada uno de los hermanos que acompaña como responsable de la Pastoral Juvenil Vocacional de los Franciscanos Conventuales de España. Así lo reza, así lo transforma en certeza, y así lo ha vivido durante esta Semana Santa junto a un grupo de 50 jóvenes que sin oro ni plata, sin dinero en sus bolsas y sin alforja para el camino, han forjado un remanso de paz en medio de este empedrado camino que, a veces, olvidamos llamarlo vida.
«En lugares de muerte, acompañando y sosteniendo la esperanza»
Todo comenzó el Miércoles Santo en la parroquia Santa Clara, del colegio San Buenaventura. «Dividimos el día en dos partes: por la mañana, tras la oración, salían a hacer la experiencia de voluntariado para que, por la tarde, tuvieran experiencias reales de lo que íbamos a celebrar». Y así, el resto de la Pascua. «Si el Jueves Santo íbamos a entrar en el lavatorio de los pies, los jóvenes estuvieron lavando los pies a los más necesitados. Si el Viernes adoramos la Cruz por la tarde, por la mañana fueron a esos rincones donde la cruz está muy presente con enfermos de sida o con ancianos. Si el Sábado Santo María estaba en el sepulcro, los chicos fueron a lugares de muerte, acompañando y sosteniendo la esperanza…».
Algunos, hoy, hacen de cada atardecer que compone estos días, un motivo más para creer que Dios no se cansa de amarnos allí donde más duele. Fray Juan sostiene su ministerio abrazado a esa confianza. «Hicimos ocho grupos de voluntariado, y nos hicimos presentes en la cárcel de Soto de Real, en el Hogar Don Orione con discapacitados, en tres comedores sociales, con los enfermos de SIDA de Madre Teresa, con menores, en un hogar de niños con discapacidad y con las Hermanitas de los Pobres con los ancianos», destaca el sacerdote. Y, en todo momento, acompañados por ocho hermanos franciscanos.
El Cordero transforma el desierto en infinito
Cormenzana sabe que, de la mirada de todos los jóvenes que han participado, brota una nueva resurrección… «Han lavado los pies y han visto el rostro de Jesús en cada una de las personas, y en cada uno de los ámbitos». Sin duda, «han venido muy tocados porque son experiencias que los marcan. Y, en la celebración de la tarde, todo resonaba en ellos de una manera impresionante». Incide en el gesto litúrgico del lavatorio, en la adoración de la cruz con tantas cruces que vieron, en la resurrección… «Las celebraciones dejaban de ser huecas», y las palabras «ya no eran vacías», sino que «encontraban el sentido en todo lo que habían vivido».
Fragilidad que enseña que es posible vivir una Semana Santa a los pies de un Jesús que, a través de los que apenas tienen voz para este mundo, mancha sus rodillas y besa los pies llagados para enseñarnos que solo un Dios como Él es capaz de dejarse clavar en una cruz de madera para regalarnos, con la ternura de un Padre bueno, eternamente la vida. «He visto en ellos la alegría que provoca la entrega», confiesa el religioso. «La entrega de Cristo da vida, y es lo que celebramos en la Resurrección». Porque «el que entrega la vida, resucita», sostiene, «y estos chicos han podido experimentar que es posible ya vivir de manera resucitada, aquí y ahora», porque «se han dado cuenta de cómo Jesús cambia la vida de color para vivir, ya aquí, resucitados».
Y ahí anida fray Juan, al lado de los más débiles, entregado al corazón de cada una de las personas que acompaña, porque sabe que de la mirada de todos ellas brota una nueva resurrección, una nueva vigilia donde el Cordero transforma, una vez más, el desierto en infinito.