¿Puede votar un católico a un partido que propone legalizar la eutanasia? ¿Y a otro que plantea expulsar sin más a personas extranjeras en situación irregular? ¿Puede un católico hoy ejercer su derecho (y deber moral) al voto en España? La respuesta dependerá de la flexibilidad con la que los creyentes de una y otra sensibilidad política interpreten los criterios del mal menor en las actuales circunstancias. Desde la crisis catalana a la reforma educativa, hay en juego asuntos decisivos que en una democracia madura deberían ser objeto de grandes acuerdos de Estado, pero que en España generan enormes controversias. Se trata de una anomalía que debería interpelar a los católicos: acudiendo, sí, a votar el domingo a la opción que crean más conveniente, pero sobre todo implicándose más en la vida pública, ya sea en partidos, sindicatos, ONG o asociaciones vecinales. Se necesitan constructores de puentes, capaces de generar una cultura del bien común para afrontar los retos y problemas del país desde un espíritu inclusivo. Así, tal vez, se superarán los dilemas que hoy quitan el sueño a muchos votantes católicos.