El orgullo es «la actitud más peligrosa de cualquier vida cristiana», y «puede contagiar también a las personas que viven una vida religiosa intensa». Lo dijo el Papa Francisco durante la Audiencia general de hoy en la Plaza San Pedro, durante la que prosiguió su ciclo de catequesis sobre el Padre Nuestro. Francisco subrayó que en lugar de considerarse «perfectos», los cristianos deberían ser conscientes de que todos son pecadores y «deudores» en relación con Dios.
«Jesús nos enseña a pedirle al Padre: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”», recordó el Pontífice argentino. «Así como necesitamos pan, también necesitamos perdón. Y esto todos los días. El cristiano que reza pide antes que nada a Dios que perdone sus deudas, es decir sus pecados, las cosas feas que hace. Esta es la primera verdad de toda oración: aunque fuéramos personas perfectas, aunque fuéramos santos cristalinos que nunca se alejan de una vida de bien, seguimos siendo hijos que le deben todo al Padre. La actitud más peligrosa de cualquier vida cristiana –prosiguió el Papa–, ¿cuál es? ¿Lo saben? Es el orgullo».
«Es la actitud de quien se pone ante Dios pensando que siempre tiene las cuentas en orden con Él, el orgulloso cree que todo está en su lugar», continuó Francisco citando la parábola evangélica del fariseo que «cree que reza, pero en realidad se alaba a sí mismo ante Dios», diciendo «te agradezco Señor porque yo no soy como los demás», y, al contrario, el publicano que «se detiene a la entrada del templo, no se siente digno de entrar, y se encomienda a la misericordia de Dios». «Hay pecados evidentes que hacen ruido, pero también hay pecados solapados, que anidan en el corazón sin que nos demos cuenta. El peor de estos es la soberbia… Orgullo y soberbia son más o menos lo mismo: soberbia que puede contagiar también a las personas que viven una vida religiosa intensa. Había una vez –añadió Francisco– un convento de monjas famosas en el siglo XVIII, en la época del jansenismo, eran perfectísimas y se decía que eran purísimas como ángeles, pero soberbias como demonios: es algo feo».
Los seres humanos, por el contrario, son «deudores», dijo el Papa, «porque, aunque logren amar, nadie es capaz de hacerlo solo con sus fuerzas. Podemos amar, pero con la gracia de Dios. Nadie brilla con luz propia. Existe eso que los teólogos antiguos llamaban un mysterium lunae no solo en la identidad de la Iglesia, sino también en la historia de cada uno de nosotros: la luna refleja la luz del sol y también nosotros, la luz que tenemos es un reflejo de la gracia de Dios. Si amas es porque alguien, fuera de ti, te sonrió cuando eras niño, enseñándote a responder con una sonrisa. Si amas es porque alguien a tu lado te ha despertado al amor, haciéndote comprender que en él reside el sentido de la existencia».
«Tratemos –exhortó el Papa, que el Jueves Santo celebrará la misa in Coena Domini en la cárcel de Velletri– de escuchar la historia de cualquier persona que se haya equivocado: un preso, un condenado, un drogadicto. Conocemos a tanta gente que se equivoca en la vida. Dejando a un lado la responsabilidad, que siempre es personal, te preguntas algunas veces quién debe ser culpado por sus errores, si solamente su conciencia, o la historia de odio y de abandono que algunos arrastran. Es este el misterio de la luna: amamos antes que nada porque hemos sido amados, perdonamos porque hemos sido perdonados. Y si alguien no ha sido iluminado por la luz del sol, se vuelve gélido como el terreno durante el invierno. ¿Cómo no reconocer, en la cadena de amor que nos precede, también la presencia providencial del amor de Dios?».
Francisco, que había comenzado la catequesis animando a los fieles que lo escuchaban bajo la lluvia («El día no es tan bonito, pero ¡buenos días de cualquier manera!»), al final de la audiencia saludó a las religiosas que participan en el Curso de la Unión de Superioras Mayores de Italia y de la Pontificia Facultad de Ciencias de la Educación Auxilium. Estaban presentes en la Plaza San Pedro el obispo de Rouen, monseñor Dominique Lebrun, y un grupo de su diócesis, que visitaron Roma para entregar a la Congregación vaticana para las Causas de los Santos los documentos sobre el proceso de beatificación del padre Jacques Hamel, el anciano sacerdote francés que fue asesinado por yihadistas franceses de origen magrebí mientras oficiaba la misa el 26 de julio de 2016. Después del asesinato, el Papa, hablando inmediatamente sobre martirio, decidió derogar la praxis de esperar cinco años a partir de la muerte para abrir una causa de beatificación y canonización. La fase diocesana concluyó el pasado 9 de marzo.
Iacopo Scaramuzzi / Vatican Insider