«Los minutos del día son pocos para encajar la larga letanía de sus maravillosos y dulces contrapuntos. No soy nada de mí porque todo lo he perdido; pero al mismo tiempo soy todo de ella en mí, porque coincidentemente todo lo he ganado» (Manuel Lozano Garrido, Las estrellas se ven de noche).
Esas cosas escribe Lolo, el beato Manuel Lozano Garrido, de su hermana Lucy. Y lo dice a renglón seguido de una letanía de contrapuntos, cuyo resumen sería algo así: «No tengo ojos…, pero yo seré tu luz (Lucía)». Más aún: allí mismo sigue escribiendo él: «Todavía no se habían inventado los trasplantes y ya tenía yo en mí sus ojos, sus manos, sus pies, su corazón inmenso».
Lucy, al fin de sus muchos años, se nos ha ido de la tierra. Ha sido el 10 de marzo, casi cuando va a nacer la primavera a la que Lolo tan bellamente cantaba. Al día siguiente, celebrábamos la Misa en la parroquia de Santa María, de Linares. Bajo el altar estaban las reliquias del beato Lolo, su hermano.
La noticia, ¿podría darse así?: «Ha muerto Lucy; su hermano Lolo os invita a este encuentro festivo y de gloria». Los restos mortales de la hermana, que ahora moría, se colocaban ante las reliquias glorificadas de su bienaventurado hermano. Pero más gozoso y festivo tendría que ser el encuentro a las puertas del cielo. Seguro que el Dios Padre esa mañana tenía un encargo: «Anda, Lolo, abre las puertas de par en par… Dile a los ángeles que toquen las campanillas del cielo…».
Ver allí, bajo el altar, los restos glorificados de Lolo, del beato —su hermano— Manuel Lozano Garrido; y, ante esos restos —ya gloriosos—, colocados también los despojos mortales de Lucy, era repasar en profundidad la maravillosa lección de la Comunión de los Santos.
Durante su vida en la tierra, Lolo, el beato y feliz hermano de Lucy, sentía «como trasplantados en él» los ojos, las manos, los pies, el corazón de Lucy. Luego, cuando él llegó al cielo (¡porque sí; porque está allí…; porque su vida fue santamente heroica!), procuró (o sea: hacer diligencias o esfuerzos, que es lo que significa procurar) que en Lucy se hiciera otro trasplante: «Los discípulos de Jesús, unos peregrinan…; otros, ya difuntos, se purifican; otros gozan de la gloria contemplando la belleza de Dios. Mas todos viven unidos en una misma caridad para con Dios y para con el prójimo», dice la Lumen gentium.
Al ver allí en el templo de Santa María, en Linares, al Santificador (Jesús, el Señor) inmolado sobre el altar; al santificado en sus reliquias santas (el beato Lolo) bajo el altar; y a Lucy, junto al altar, ya descansando de las fatigas de la vida, se veía que había llegado la Comunión de los Santos a plenitud por el amor del Padre derramado a través de su Hijo Jesucristo sobre las vidas de todos los hermanos de la tierra…, y sobre las vidas de estos dos hermanos, Lolo y Lucy, unidos en el tiempo, unidos en la eternidad. En la Eucaristía, la más sublime comunión del hombre con Dios y con los hermanos, que estábamos celebrando, aparecía esa plenitud: unos, peregrinan; otros, ya difuntos; otros… contemplan sin fin la belleza de Dios.
Rafael Higueras Álamo