Del Papa a los jóvenes: «No se dejen comprar»
«¡No tienen precio!». Por eso, «no se dejen comprar», seducir, esclavizar por las «colonizaciones ideológicas» de quienes los quieren volver dependientes, fracasados en la vida. «Deben repetirlo siempre: no estoy en una subasta, no tengo precio. ¡Soy libre, soy libre!». Una invitación estimulante, y retadora. Es el tono elegido por el Papa para dirigirse a los jóvenes del mundo, en su documento más amplio y profundo dedicado a los desafíos de la juventud, hoy
Se titula Christus vivit (Vive Cristo) y fue presentada el 2 de abril en la sala de prensa del Vaticano. En su versión española ocupa 180 páginas. Es una exhortación apostólica, construida sobre el documento final de la asamblea del Sínodo de los obispos que en octubre de 2018 celebró una sesión sobre el tema de los jóvenes.
«¡Él vive y te quiere vivo!», escribe Jorge Mario Bergoglio en el primer párrafo de su texto, difundido inicialmente en seis idiomas (italiano, inglés, francés, alemán, portugués y árabe). Estos se suman al español, la lengua original del documento. Una rareza, aunque no debería serlo en tiempos del Papa argentino. Pero un manuscrito español habla del involucramiento de Francisco, en primera persona, a la hora de ensamblar la exhortación.
Christus vivit se presenta como una encendida convocatoria a crecer en la santidad y un aliento decidido a comprometerse con la propia vocación. Parte de una premisa: Jesús era joven en el momento culminante de su vida. Y a Él, entre otras cosas, no le caía bien que las personas adultas miraran despectivamente a los más jóvenes o los tuvieran a su servicio de manera despótica.
Lejos está de ser un texto calculado, o acartonado. Aunque el principal desafío será siempre que sus destinatarios lo lean, en tiempos de la sociedad del entretenimiento. No por casualidad, el mismo Francisco advierte de que se puede pasar la juventud distraído, «volando por la superficie de la vida, adormecido, incapaz de cultivar relaciones profundas y de entrar en lo más hondo de la vida».
Pero, acto seguido, muestra que hay otra opción vital, puesto que «uno puede gastar su juventud para cultivar cosas bellas y grandes, y así prepara un futuro lleno de vida y de riqueza interior». Un ejercicio que repite a lo largo de todo el texto. Esto evita que el documento se limite a un mero diagnóstico, o una colección desordenada de mea culpa por los errores de la Iglesia en el trato con los jóvenes.
«Ser joven, más que una edad es un estado del corazón», dice el Papa. «De ahí que una institución tan antigua como la Iglesia pueda renovarse y volver a ser joven en diversas etapas de su larguísima historia», agrega.
Por eso, implora a la Iglesia liberarse de quienes «quieren avejentarla, esclerotizarla en el pasado, detenerla, volverla inmóvil». Además, también pide que se libre de otra tentación: «Creer que es joven porque cede a todo lo que el mundo le ofrece, creer que se renueva porque esconde su mensaje y se mimetiza con los demás».
No a una Iglesia a la defensiva
El desafío de la irrelevancia. Bergoglio lo encuadra bien en su exhortación apostólica. Sabe y escribe que, para muchos jóvenes, Dios, la religión y el catolicismo son palabras vacías. Por eso pide que la Iglesia deje de estar pendiente de sí misma y refleje al mundo el mensaje de Jesucristo. Que deje de pasar el tiempo condenando al mundo y escuche más, que abandone una actitud de «guerra por dos o tres temas que la obsesionan».
«Una Iglesia a la defensiva, que pierde la humildad, que deja de escuchar, que no permite que la cuestionen, pierde la juventud y se convierte en un museo. ¿Cómo podrá acoger de esa manera los sueños de los jóvenes?», cuestiona.
Es la disyuntiva entre una Iglesia temerosa y una Iglesia viva. La primera, indica el Papa, parece estar en crítica permanente en temas como la defensa de los derechos de las mujeres. La segunda, añade, puede prestar atención a las legítimas reivindicaciones femeninas y reconocer la «larga trama de autoritarismo por parte de los varones, de sometimiento, de diversas formas de esclavitud, de abuso y de violencia machista». Solo así está capacitada para dar su aporte con convicción para una mayor reciprocidad entre varones y mujeres, «aunque no esté de acuerdo con todo lo que propongan algunos grupos feministas».
Jóvenes comprometidos
En su carta Francisco evita múltiples lugares comunes. Pone en guardia contra la tendencia a narcotizar a los jóvenes o a no dejarse provocar por sus cuestionamientos. Y repasa, haciendo propios, sus dolores: secuestros, extorsiones, crimen organizado, trata de personas, explotación sexual, estupros de guerra, bandas criminales, tráfico de droga, terrorismo. Drogas, juegos de azar, pornografía y otras formas de adicción. Embarazos adolescentes, VIH y la plaga del aborto.
Son casos extremos que se suman a persecuciones, falta de oportunidades, abusos y adicciones, ideologización, individualismo y violencia de todo tipo. «Así se vuelven presa fácil de ofertas deshumanizantes y de los planes destructivos que elaboran grupos políticos o poderes económicos», señala.
Y añade: «No seamos una Iglesia que no llora frente a estos dramas de sus hijos jóvenes. Nunca nos acostumbremos, porque quien no sabe llorar no es madre. Lo peor que podemos hacer es aplicar la receta del espíritu mundano que consiste en anestesiar a los jóvenes con otras noticias, con otras distracciones, con banalidades».
Al diagnóstico lacerante el Papa suma otras constataciones menos dramáticas. Como el abuso en el modelo de belleza en la cultura actual, que «no es un elogio para los jóvenes» sino, más bien, el intento de los adul-tos por «robar» la juventud para sí mismos. O las dificultades que afrontan ellos a la hora de vivir serenamente relaciones afectivas, en un mundo que enfatiza demasiado la sexualidad. Reconoce que la moral sexual suele ser causa de incomprensión y alejamiento de la Iglesia, porque se percibe como «un espacio de juicio y condena». Acepta también el deseo de los jóvenes por debatir sobre la diferencia entre identidad masculina y femenina, la reciprocidad entre hombres y mujeres, y la homosexualidad.
Advierte sobre los peligros de las redes sociales, del confundir comunicación con mero contacto virtual, de la dependencia, el aislamiento y la violencia. Recuerda además que el mundo digital esconde «ingentes intereses económicos» que buscan formas de control sutiles e invasivas, capaces de manipular conciencias e, incluso, procesos democráticos.
Dedica un capítulo especial a los migrantes, a los peligros que afrontan y a los «sufrimientos indescriptibles» que padecen. Y llama a «reaccionar con decisión» contra la mentalidad xenófoba.
Otro pasaje evoca el flagelo de los abusos sexuales en la Iglesia, cuyos perpetradores «provocan en sus víctimas sufrimientos que pueden llegar a durar toda la vida y a los que ningún arrepentimiento puede poner remedio». El Papa identifica el «espíritu clericalista» como una tentación permanente que expone a las personas consagradas a perder el respeto por el valor sagrado e inalienable de cada persona y de su libertad.
«Gracias a Dios los sacerdotes que cayeron en estos horribles crímenes no son la mayoría, que sostiene un ministerio fiel y generoso», constata sin embargo al mismo tiempo. Y pide abiertamente a los jóvenes que, cuando vean a un sacerdote en riesgo porque «busca compensaciones afectivas o está equivocando el rumbo», intervengan inmediatamente y lo alienten a mantenerse en la buena senda.
«Así ustedes prestarán una invalorable ayuda en algo fundamental: la prevención que permita evitar que se repitan estas atrocidades. Esta nube negra se convierte también en un desafío para los jóvenes que aman a Jesucristo y a su Iglesia, porque pueden aportar mucho en esta herida si ponen en juego su capacidad de renovar, de reclamar, de exigir coherencia y testimonio, de volver a soñar y de reinventar», abunda.
La parte final del documento constituye una llamada a la acción, a la alegría y a la esperanza. Porque «ser joven no es solo la búsqueda de placeres pasajeros y de éxitos superficiales». Francisco indica las razones para confiar: «Dios te ama, Cristo es tu salvador y él vive». Multiplica sus convocatorias a involucrarse, a no renunciar a lo mejor de la juventud ni a mirar la vida desde un balcón. Porque la felicidad no se encuentra en un diván o detrás de una pantalla.
Así lo resume: «No sean autos estacionados, mejor dejen brotar los sueños y tomen decisiones. Arriesguen, aunque se equivoquen. No sobrevivan con el alma anestesiada ni miren el mundo como si fueran turistas. ¡Hagan lío! Echen fuera los miedos que los paralizan, para que no se conviertan en jóvenes momificados. ¡Vivan! ¡Entréguense a lo mejor de la vida! ¡Abran la puerta de la jaula y salgan a volar! Por favor, no se jubilen antes de tiempo».