Peregrino de la unidad
El primer objetivo del viaje que el Papa Francisco emprende el sábado a Tierra Santa es ayudar a superar el cisma que, desde hace casi mil años, separa a católicos y ortodoxos. El momento simbólico será su abrazo al Patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, y la firma en Jerusalén de una declaración ecuménica conjunta. Será una oportunidad, asimismo, para promover el diálogo con judíos y musulmanes
El viaje que el Papa realiza entre el sábado y el lunes a Jordania, Israel y a los Territorios Palestinos nace de un objetivo muy concreto: seguir dando pasos para superar el cisma que separa a católicos y ortodoxos desde el año 1054. El motivo oficial de esta visita consiste en revivir en Jerusalén el 50 aniversario del encuentro entre Pablo VI y el Patriarca Atenágoras. En pleno culmen del Concilio Vaticano II, los dos máximos representantes del catolicismo y la ortodoxia levantaron las mutuas excomuniones que habían dado origen al Gran Cisma. Aquel gesto supuso una especie de liberación psicológica para promover momentos de encuentro y diálogo, con el objetivo de superar las divisiones, aunque los motivos de la división siguieron en pie.
Desde los tiempos de los apóstoles, se han dado cismas en la Iglesia. Pero el más grande y deplorado ha sido el Cisma de Oriente, o como dicen los ortodoxos, el Cisma de los Latinos. Se considera como origen del cisma el año 1054, cuando el Papa León IX, a través de sus legados, excomulgó al patriarca Miguel I Cerulario; este último, por su parte, respondió lanzando su anatema al Papa de Roma.
En realidad, aquella fecha no hizo más que constatar oficial y brutalmente un proceso que, desde hacía al menos cinco siglos, alejaba psicológicamente al cristianismo de Oriente del cristianismo de Occidente. El origen de este alejamiento tenía dos motivos principales: el primero es el reconocimiento de la autoridad del Papa. El obispo de Roma, sucesor del apóstol Pedro, basándose en el Evangelio, interpreta la autoridad confiada por Jesús al pescador de Galilea y a sus sucesores no sólo como un primado de honor, sino también de jurisdicción sobre los otros cuatro Patriarcados históricos: Constantinopla, Alejandría, Antioquía, y Jerusalén. El Patriarca de Constantinopla, con el apoyo de los otros tres Patriarcados, rechazaba esta interpretación.
El segundo argumento que hizo estallar el incendio ecuménico es de carácter teológico: surgió con la costumbre extendida en Occidente, introducida por el Concilio de Toledo, en el año 589 (el de la conversión de los visigodos), de hacer un añadido al Credo, afirmando que el Espíritu Santo procede del Padre «y» del Hijo. Originalmente, el Credo dice que el Espíritu Santo procede del Padre a través del Hijo. Este añadido (en latín, el famoso Filioque) fue considerado por los ortodoxos como la violación de un pacto originario (el Credo no puede tocarse) y como una auténtica herejía.
Aquel cisma no estalló en un solo día; fue fruto de medio milenio de disputas, casi siempre políticas y jurisdiccionales. El resultado, sin embargo, es claro: la división de los cristianos constituye hoy uno de los motivos de escándalo. No en vano, antes de morir, Jesús rezo por sus apóstoles para que «sean uno» y «el mundo crea». El testimonio de unidad de los cristianos, desde los tiempos de las primeras persecuciones, ha sido siempre uno de los motivos importantes de su credibilidad. Cuando estalla la desunión, los cristianos pierden credibilidad.
Por este motivo, Pablo VI emprendió hace cincuenta años un camino opuesto al que había marcado la Historia al abrazar al sucesor del Patriarca que había dictado la excomunión, Atenágoras. La ciudad escogida fue Jerusalén, no sólo por ser territorio neutral, sino sobre todo por ser el símbolo de la unidad plena entre los cristianos, testigo no sólo de la muerte y resurrección de Jesús, sino también del primer Concilio de la Historia. Ahora bien, levantar las mutuas excomuniones no significó recuperar la unidad plena. Quedaban en pie los problemas teológicos y jurisdiccionales.
Superada la disputa teológica
La disputa sobre el Filioque quedó superada en 1995, cuando tuvo lugar la primera visita del Patriarca Bartolomé a Juan Pablo II. Una nota de la Santa Sede confirmaba la formulación de los primeros siglos, que ambos representantes pronunciaron conjuntamente. El Catecismo de la Iglesia católica, promulgado dos años después, explica que, en las dos versiones, la católica y la ortodoxa, se da una legítima complementariedad, que «no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado».
Si se ha superado el problema teológico original, ¿qué falta para lograr la unidad plena? Permanece la cuestión de la autoridad del obispo de Roma.
Juan Pablo II, en su encíclica Ut unum sint (Que sean uno), de 1995, propuso «encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva». Consideraba que, si, durante mil años, católicos y ortodoxos vivieron unidos, es posible volver a la comunión. Éste es el motivo que lleva a Tierra Santa a Francisco y al Patriarca Bartolomé, y en este contexto suscita expectativa la declaración ecuménica que firmarán en Jerusalén.
Ahora bien, el gran obstáculo actual para lograr la unidad plena no son tanto las relaciones entre Roma y Constantinopla, como las divisiones entre las Iglesias ortodoxas, que les impiden hablar con una sola voz. Y aquí, nuevamente, los motivos no son teológicos, sino jurisdiccionales o políticos. Algunas Iglesias ortodoxas, en particular, la más numerosa y con mayores recursos, el Patriarcado de Moscú, no reconoce a Constantinopla el papel de primero entre iguales, que desde tiempos del Cisma le atribuían los Patriarcados ortodoxos, aunque sin fundamento evangélico.
Sínodo panortodoxo
Para que el abrazo entre Francisco y Bartolomé pueda dar frutos es necesario un Sínodo panortodoxo que permita a las Iglesias ortodoxas hablar con una sola voz con Roma. Se trata de una cumbre que se prepara desde hace 50 años, y que hasta ahora ha sido abortada por divisiones en la Ortodoxia. Este sacro y grande Sínodo se acaba de convocar para 2016 en Estambul, en la sede del Patriarcado de Constantinopla. Nos encontramos ante un acontecimiento histórico.
El argumento principal del Sínodo será el primado en las Iglesias ortodoxas. Pero dado que ésta es, ante todo, una cuestión teológica, será inevitable abordar el primado en la Iglesia en general, y por tanto, la naturaleza del primado del Papa.
La preparación del Sínodo está llena de piedras en el camino a causa de disputas originadas por cuestiones de jurisdicción territorial entre Patriarcados. Ahora bien, el abrazo entre Francisco y Bartolomé se convertirá en un llamamiento apremiante: es posible superar las divisiones si los cristianos regresan a lo esencial: el amor de Cristo y su Evangelio.
Relaciones con el judaísmo
Obviamente, la visita de un Papa a Israel tiene, además, importantes consecuencias para el diálogo con los judíos, como le gusta decir al Papa Bergoglio, «nuestros hermanos mayores». El Santo Padre rendirá homenaje a las víctimas del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial al visitar, el 26 de mayo, el Memorial de Yad Vashem. Le seguirá después una visita a los dos Grandes Rabinos de Israel, así como al Presidente, Simon Peres, y al Primer Ministro, Benjamín Netanyahu.
El momento más emotivo tendrá lugar cuando el Papa se acerque al Muro de las Lamentaciones, acompañado por su gran amigo, Abraham Skorka, Rector del Seminario Rabínico Latinoamericano en Buenos Aires, quien también le acompañará a Belén, como gesto de amistad y respeto. «Con el Papa Francisco hemos soñado encontrarnos juntos frente al Muro de las Lamentaciones, abrazarnos para dar un signo a los dos mil años de desacuerdos entre judíos y cristianos, y que yo lo acompañara a Belén para estar cerca de él en un momento tan significativo para su espíritu, como gesto de amistad y de respeto», ha explicado el rabino en una entrevista al padre Antonio Spadaro, jesuita, director de la revista La Civiltà Cattolica.
El Papa ha querido que su amigo judío le acompañe para lanzar un mensaje, que ya ha transmitido a Skorka en otras oportunidades: «Nuestra amistad y nuestro diálogo es signo de que se puede…», le dijo el Papa la primera vez que le acogió en el Vaticano. Y el rabino añadió: «Se puede crear el camino que lleva hacia la paz y que sabe acercar más Roma y Jerusalén».
Ante las expectativas que suscita esta visita apostólica, el rabino Skorka confiesa: «No me espero que Francisco resuelva todos los problemas entre palestinos e israelíes, ni todos los conflictos de Oriente Medio y del mundo». Y añade: «Por varias razones -añade-, el conflicto palestino-israelí es objeto de especial atención y está entre aquellos que despiertan las pasiones más encendidas en muchas zonas del mundo. Su digna y justa resolución constituiría un paradigma para los otros conflictos que afligen a la Humanidad». Ahora bien, según Skorka, «el verdadero poder del Papa reside en la credibilidad que él consigue suscitar en los suyos y en los otros». Además, «en una realidad mundial carente de valores, donde todo se mide y se analiza en la óptica del poder geopolítico y del ingreso de material, Francisco viene a cambiar este paradigma existencial introduciendo una dimensión espiritual». Por tanto, indica el rabino, «para forjar una paz verdadera es necesario obtener un cambio de actitud», y el Papa «puede concentrar sus esfuerzos sobre este objetivo».
Relaciones con el Islam
Además de un rabino, en la delegación oficial que acompañará al Papa se encuentra otro amigo personal, un representante islámico, Omar Abboud, antiguo Secretario General del Centro islámico de Argentina. Abboud visitó Roma en febrero, tras un viaje interreligioso a Tierra Santa, y aseguró que existe «una alta expectativa entre la gente de la calle» ante la visita del Papa. Es la primera vez en la historia de los viajes pontificios que la delegación incluye a dignatarios de otras religiones.
En el periplo pontificio por el cercano Oriente, el diálogo con el mundo islámico comenzará este sábado, cuando el Papa aterrice en Amán, donde será recibido por los reyes de Jordania. Entre los momentos emotivos de esa visita, destacará el encuentro con los refugiados y los jóvenes discapacitados.
El domingo, viajará a Belén y visitará a Mahmud Abbas. El Vaticano, en el programa oficial, le presenta como Presidente del Estado de Palestina, y no de la Autoridad Nacional Palestina, después de que la Asamblea General de la ONU reconociera en noviembre de 2012 a Palestina como Estado observador no miembro de la ONU. También allí visitará a los niños de los campos de refugiados. De este modo, el Papa mostrará cómo el diálogo entre musulmanes y católicos constituye un diálogo de vida, es decir, de colaboración en la construcción de un mundo mejor, conscientes de que todos somos hijos del mismo Padre.