No todos salen en la foto, y deberían estar ahí, en primer plano. Entre la colección de retratos de aquellos que contribuyeron a luchar contra los distintos regímenes comunistas que asolaron Europa, está Aleksandr Solzhenitsyn, quien dijera, en Archipiélago Gulag: «Con el corazón oprimido, durante años me abstuve de publicar este libro, ya terminado. El deber para los que aún vivían podía más que el deber para con los muertos. Pero ahora, cuando, pese a todo, ha caído en manos de la Seguridad del Estado, no me queda más remedio que publicarlo inmediatamente». También está Lech Walesa, eficaz alfil en el tablero europeo para que Polonia rompiera de facto con el comunismo mediante unas elecciones que marcaron el principio del fin del telón de acero. Y Vaclav Havel, el último Presidente de la República Checoslovaca y primero de la República Checa: su disidencia frente al régimen comunista que dominaba Checoslovaquia le llevó a pasar de la literatura a la acción política.
Pero hay un personaje casi desconocido y, sin embargo, es un mito en la lucha por la libertad en su país contra el régimen comunista de Ceaucescu. Me refiero a la escritora rumana Ana Blandiana. Fundó la Alianza cívica, un movimiento que iba a ser el arranque del tejido social necesario para la entrada de Rumanía en la Unión Europea. Con la caída del régimen, y al contrario que Vaclav Havel, ella no aceptó puestos políticos, sino que prosiguió su vocación literaria. Dice la profesora Viorica Patea que ella entiende la política como los griegos de la antigüedad: «Una responsabilidad cívica de cada individuo para los asuntos de la polis».
El último poemario de Ana Blandiana, Mi patria A4, acaba de ser traducido por la editorial Pre-Textos. Aquí cabe mucho dolor, porque la escritora ha envejecido, y es como si llevara en su cuerpo deslustrado «las marcas de unas garras»; ha visto morir a su madre, es consciente de la maldad, hay mucho diálogo acerbo con Dios por respetar tanto el corazón de quienes obran torcidamente. Pero hay brasas de trascendencia, una lucha por mantener la lucidez de la fe. Su vida es como el cabo de una vela, «Al igual que la fe/ puesta a prueba, incierta, creciendo hacia lo alto, feliz,/luego doblándose, titilando desesperada,/ reducida a la gota de oscuridad/ en la que arderá de nuevo».