Nuestras muchas cegueras
Cuarto domingo de Cuaresma
El Evangelio de este domingo nos muestra el episodio de la curación del ciego de nacimiento. Es una narración extensa, llena de matices, que ilustran de forma elocuente algunos aspectos fundamentales del camino cuaresmal. Un primer elemento a considerar es que Jesús toma la iniciativa. No espera a que aquel hombre le solicite la curación. Le basta contemplar su situación de sufrimiento para salir a su encuentro. El drama de aquel hombre es que no puede ver. Pero el culmen del relato nos mostrará que la luz que Cristo lleva a sus ojos no es sólo la que estimula de nuevo sus secas pupilas, sino la que le hace descubrir un nuevo horizonte, para él insospechado, con los ojos de la fe: Creo, Señor.
El modo de la curación y el proceso en el que introduce al ciego de nacimiento es hermoso e interpelante a la vez. Cuando se aproxima a él, realiza un gesto poco habitual en otros relatos de curaciones. Hace barro con su saliva y se lo unta en los ojos. ¿Qué significado puede tener este primer gesto de Jesús? El que la mano de Jesús tome barro en sus manos evoca el momento de la creación: las manos de Dios toman tierra del paraíso y moldean al hombre y a la mujer. Estamos ante un hecho que va a significar una nueva creación. ¿Para quién? Para aquel ciego que al abrir los ojos tomará conciencia de que Jesús todo lo hace nuevo.
Pero ¿cómo se consuma esa novedad? Aquí aparece un segundo detalle que es bueno no olvidar. Jesús le pide que lave sus ojos en la piscina de Siloé. Y él lo hace. El lavado de aquellos ojos preanuncia, una vez más, la importancia del Bautismo para el creyente y lo que esto significa. El Bautismo nos introduce en un orden nuevo, en una vida nueva. Desde el principio se ha entendido así en la vida de la Iglesia. Por eso se explica, con especial unción, a los que van ser bautizados en la noche santa de la resurrección del Señor.
A la vez se convierte, en este camino cuaresmal, en un reto para todos los que ya fuimos bautizados en su momento y, como al ciego, una nueva luz alumbró nuestro camino. El Bautismo nos introduce en una vida nueva en la que Cristo incide de un modo muy especial. Es la luz nueva que quiebra nuestra ceguera y nos hace descubrir que su presencia no es una mera anécdota o un suceso sin importancia, sino un acontecimiento que determina nuestra presencia en el mundo y nuestra relación con Dios y los hermanos. El Señor está: ¡ya nada puede ser igual!
Aquel hombre lo descubre pronto. Su nueva situación molesta. Es lo que ocurre, también hoy, cuando proclamamos con convicción que Cristo vive y que está en medio del mundo, en especial, encarnado en los que sufren. Pero a él ya no le importa. Le marginan, le expulsan del templo, le excluyen, pero él se proclama seguidor de Cristo: Creo, Señor.
Hoy, son muchas nuestras cegueras. Nos impiden ver más allá de lo inmediato e impiden que nuestro corazón descubra de verdad lo que significa el hecho de que Cristo sea, también para nosotros, un acontecimiento. En esta Cuaresma te animo a que dejes atrás tus cegueras. Deja que el Señor unte tus ojos de barro nuevo para que la noche de la Pascua tu corazón se llene de una luz renovadora.
En aquel tiempo, al pasar, Jesús vio a un ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?» Jesús contestó: «Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (significa Enviado)». Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos le preguntaban: «¿Y cómo se te han abierto los ojos?» Él contestó: «Ese hombre que se llama Jesús». Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos). Le dijeron: «Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Contestó él: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo». Ellos lo llenaron de improperios. Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?» Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en Él?» Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando». Él dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él. Dijo Jesús: «Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos». Los fariseos le preguntaron: «¿También nosotros estamos ciegos?» Jesús les contestó: «Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste».