El juez asesinado por la mafia
Rosario Livatino se saltó la omertá, la ley del silencio que acalla a los convecinos de la mafia italiana. Convencido de su vocación como juez, y por tanto, buscador de la verdad y la justicia, destapó varias redes de corrupción de la Stidda. Fue asesinado en 1990, con 38 años recién cumplidos. Desde 2011, está abierta su causa de beatificación
Cuatro días antes de su viaje a Cassano allo Jonio, el Papa recibió en Roma a los miembros del Consejo Superior de la Magistratura Italiana. Durante el encuentro, Francisco recordó a los jueces la importancia de ser «leales a las instituciones y valientes al defender la justicia y la persona humana». El mismo día, durante la Misa en Santa Marta, volvió a arremeter contra la corrupción y recordó que «el corrupto irrita a Dios y hace pecar a su pueblo». Francisco no da puntada sin hilo: si algo define a las organizaciones mafiosas son sus vínculos con los cargos públicos y el silencio que logran generar en torno a su actividad ilegal. Ese silencio lo rompió un joven juez en los años 90, Rosario Livatino. Le costó la vida. El Papa les propuso a los magistrados el modelo de este joven juez. Para el Pontífice, Rosario ofreció «un testimonio ejemplar del estilo propio del fiel laico cristiano: abierto al diálogo, firme y valiente defensor de la justicia».
La historia de Rosario está ligada a la lucha de la Iglesia contra la mafia. En 1993, Juan Pablo II, durante su visita a Agrigento, se reunió con sus padres, y ante ellos le definió como «mártir de la justicia y de la fe». En aquel viaje, el mensaje del Papa Wojtyla a la organización siciliana fue cristalino: «En el nombre de Cristo digo a los responsables:
¡Convertíos! ¡Un día llegará el juicio de Dios!» Tuvo sus consecuencias: dos meses después, la Cosa Nostra hizo estallar dos coches bomba en la basílica de San Juan de Letrán y en la iglesia de San Jorge en Velabro.
Poner alma a la ley
Rosario Livatino nació en 1952 en Agrigento, una provincia siciliana. Tenía 38 años cuando fue asesinado por la Stidda, la mafia local. El joven, al que el entonces Presidente de la República, Francesco Cossiga, llamaba el giudice ragazzino -el juez niño-, murió en la carretera, mientras acudía, como cada día, a trabajar al Tribunal. Cuatro hombres le esperaban para acabar con su vida, primero a golpes, y luego rematándole a tiros con una escopeta.
Hijo único del abogado Vincenzo Livatino y de Rosalia Corbo, estuvo ligado desde niño a la Acción Católica. Se graduó en Derecho en la Universidad de Palermo, y, poco después, se clasificó entre los primeros puestos para ejercer como magistrado, primero en el Tribunal de Caltanisseta, y después en la corte de Agrigento, como juez asociado. Fue en este período cuando se hizo cargo de las investigaciones más delicadas contra la mafia, que poco tiempo después -en 1992- provocarían la Tangentopoli siciliana, el sobrenombre que se dio al proceso por el que se descubrió una extensa red de corrupción que implicaba a todos los principales grupos políticos del momento y a varias empresas. Aunque Rosario trabajó duro para destapar la trama, no llegó a verlo. Le mataron dos años antes.
Los que le conocieron destacan de él «su inflexibilidad y coherencia. Era absolutamente ininfluenciable, no se adhería a clubes o asociaciones, y sus intervenciones públicas eran contadas». Así lo explica Gianpietro Pettiti en una semblanza del joven juez. Del trabajo iba a casa a seguir con la labor, y en su escritorio tenía un crucifijo y un Evangelio, el cual, como él mismo decía, «había que consultar mucho, porque la justicia es necesaria, pero no suficiente. Debe ser superada por la caridad». Cada mañana, antes de acudir al Tribunal, Rosario hacía una parada en la pequeña iglesia de San José, donde pedía al Señor fuerzas para dotar de «alma a la ley».
Después de su muerte, numerosas anécdotas sobre él inundaron Sicilia. Como la contada por el encargado de la morgue, que entre lágrimas relataba las veces que le había visto rezar junto a los delincuentes con los que se había tropezado cuando era fiscal. Monseñor Carmelo Ferraro, arzobispo de Agrigento, dijo de él en su funeral que «era un hombre de ley, un hombre de Cristo». Un año después, pidió a un juez que reuniese pruebas para su Causa de beatificación, y en 2011 se inició el proceso diocesano en la iglesia de San Domenico, en Canicatti.
«Los que han tomado el camino del mal en su vida, como los mafiosos, no están en comunión con Dios, están excomulgados», dijo el Papa Francisco el sábado, durante la Eucaristía que puso el broche final a su visita a Cassano allo Jonio, en Calabria, localidad donde, el pasado mes de enero, la mafia local, la Ndrangheta, asesinó a Cocó, un niño de tres años, junto a su abuelo y la mujer de éste.
«Cuando no se adora a Dios, uno se vuelve adorador del mal, como los que viven del crimen y la violencia», afirmó el Papa durante su homilía, y calificó a la Ndrangheta como «la adoración del mal y el desprecio del bien común». El Pontífice señaló también que «la Iglesia debe decir No a la mafia y empeñarse para que el bien prevalezca». Y se dirigió a los jóvenes con una especial petición: «No os dejéis robar la esperanza».
Durante la mañana, el Papa Francisco visitó la cárcel de Castrovillari, donde cumplen condena el padre y las abuelas de Cocó, y el joven rumano acusado de matar a golpes al sacerdote Lázaro Longobardi. Durante el encuentro con los familiares del pequeño, el Papa aseveró que «nunca más debe haber víctimas de la Ndrangheta», y confesó haber «rezado y rezar mucho por Cocó y por todos los niños víctimas de este sufrimiento».
También aprovechó su visita al penal para hablar de la importancia de la reinserción, y advirtió que, «si se descuida esa finalidad, la ejecución de la pena se degrada a un mero instrumento de castigo y revancha social, dañino para el individuo y para la sociedad».
El Santo Padre, finalmente, se reunió con enfermos, ancianos y jóvenes en programas de desintoxicación. Y antes de almorzar en el comedor de Cáritas, visitó a los sacerdotes en un encuentro improvisado. Les animó a «seguir trabajando con la familia y por la familia. Es un trabajo que el Señor nos pide hacer de un modo particular en este tiempo, que es un tiempo difícil tanto para la familia como institución, como para las familias a causa de la crisis».