«Espero haber sido un buen compañero de viaje». Cerca ya de los 70, Bruce Springsteen se sube a un escenario de Broadway y ofrece una versión de sí mismo por momentos más ácida que nunca, pero también más auténtica. Y desnuda su alma en un disco acústico con cierto sabor a despedida para el que solo se ayuda en un par de temas de los coros de su mujer y compañera de escenarios, Patti Scialfa. Springsteen on Broadway —el vídeo está disponible en Netflix— es un repaso a algunos de los temas más autobiográficos de su carrera en el que la gran novedad está en las largas introducciones a cada canción, buen complemento a sus memorias, publicadas en 2016 con el título Born to run, nacido para correr, un lema de juventud, de los tiempos en los que necesitaba escapar de la ratonera de Nueva Jersey. Hoy —cuenta— vive a diez minutos de donde estuvo su hogar paterno, reconciliado con su biografía personal, en particular con su padre ausente, un irlandés de clase obrera melancólico y depresivo (en contraste con su jovial madre de ascendente italiano) al que siempre idolatró desde la distancia, hasta el punto —confiesa— de que el personaje público que durante casi 50 años ha interpretado como estrella de rock and roll se corresponde con la imagen idealizada que de niño tuvo de su padre, Douglas.
Pero el rock and roll es para Springsteen mucho más que un entretenimiento. «Hicimos nuestra modesta versión del trabajo de Dios», dice al recordar al fallecido Clarence Clemons, su antiguo saxofonista y gran amigo. La música tiene el poder de fortalecer la esperanza y generar una comunión de almas, conectándolas con sus mejores y más nobles sentimientos, capacidad que invoca hoy Springsteen ante la deriva política de Estados Unidos, donde han escapado de sus tumbas «los más feos y divisivos fantasmas de nuestro pasado» con discursos de odio que «creíamos desaparecidos para siempre».
Cuenta Springsteen que, mientras escribía sus memorias, se acercó una tarde de noviembre al vecindario católico de su ciudad, Freehold, donde pasó su infancia. Allí se quedó un rato en silencio, junto a su a vieja iglesia. Unas palabras se adueñaron de su mente: «Padre nuestro que estás en el cielo…», recita lentamente ante una audiencia en la que no se oye ni el sonido de las respiraciones. «Bueno», arranca tras una larga pausa. «Que Dios os bendiga, a vosotros, a vuestras familias y a todos los que amáis. Y gracias por venir esta noche». Para terminar, como de costumbre, interpreta Born to run.