Hermano Alois, prior de Taizé: «Los jóvenes necesitan vivir la Iglesia como un lugar de amistad»
Alois Löser (Baviera, 1954) tenía solo 24 años y acababa de hacer su compromiso permanente en la Comunidad de Taizé cuando el fundador, el hermano Roger, se fijó en él para ser su sucesor. La decisión se anunció oficialmente al resto de hermanos en 1998. Antes de asumir este ministerio en 2005, el hermano Alois había asumido tareas delicadas como visitar a los cristianos tras el Telón de Acero. También ha compuesto algunas de las canciones que hacen famosa a la comunidad
¿Le preparó el hermano Roger de alguna forma especial para sucederle?
Cuando el hermano Roger me habló por primera vez de ello parecía algo tan lejano que no lo pensé mucho. Solo poco a poco me empecé a dar cuenta de que en algún momento aquello sería una realidad. Pero ni yo ni el resto de hermanos podíamos ni intentábamos imaginarnos cómo sería la vida de la comunidad sin él. No preparamos mucho ese paso, confiábamos en que cuando fuera el momento sabríamos qué hacer. Tampoco él me indicó nada. La única preparación fue vivir juntos.
La comunidad interpretó su designación como signo de la gran confianza que el fundador tenía en los jóvenes.
Y seguimos viviendo esa confianza. Es sorprendente cómo a Taizé siguen viniendo no solo los antiguos jóvenes (lo cual es bueno) sino cada nueva generación de jóvenes. Son muy distintas a las de antes, pero nosotros queremos seguir apoyándolas. La globalización ha cambiado mucho el mundo y la forma en la que los jóvenes lo miran. Viajan mucho más y están más abiertos. Pero al mismo tiempo se sienten menos seguros sobre el futuro. Durante largos períodos no saben qué va a ser de su vida y no pueden hacer planes a largo plazo. Se les exige que sean muy flexibles en cuestiones como el trabajo, la residencia… Así, ¿cómo van a asumir compromisos de por vida como casarse? Otros muchos no tienen trabajo. Todo esto hace que haya mucha más inseguridad. Y también está creciendo el miedo al otro, el miedo al extranjero.
Dios, fuente de hospitalidad
Su mensaje para el año 2018 lo dedicó a la alegría, para contrarrestar ese desencanto que parece invadir Europa. Ahora, para 2019 ha propuesto la hospitalidad, abordada no como categoría social o política sino desde la fe. ¿Están relacionadas las actitudes contrarias a la hospitalidad con la secularización?
Creo que sí. No hablo solo de la hospitalidad hacia el extranjero, sino en el interior de nuestra misma sociedad, cada vez más competitiva. Queremos recordar que para los cristianos esta actitud tiene una base espiritual, porque expresa nuestra fe en que Dios nos acoge y nos ama a cada ser humano sin distinción. Quiere morar en nosotros, llenar nuestra vida con su amor y su presencia. No solo para tener nosotros alegría interior, sino también para que la transmitamos al mundo. Si perdemos este sentido del mensaje de Cristo, perdemos también nuestra capacidad de vivir la hospitalidad.
¿No es paradójico que en el encuentro dedicado a la acogida haya costado tanto encontrar familias para los jóvenes?
Es que acoger es difícil. Así que deberíamos estar contentos de que tantas familias y también comunidades religiosas hayan terminado acogiendo.
En sus reflexiones de estos días ha invitado también a acoger nuestras limitaciones humanas. ¿Cómo superar la vulnerabilidad que sentimos al abrirnos a los demás?
Somos vulnerables. Pero también recibimos. Acoger no significa solo dar, sino estar dispuestos a que la persona a la que acogemos nos aporte algo. Nosotros hemos experimentado esto acogiendo en Taizé a refugiados. Especialmente en los últimos años: una familia siria con cinco hijos que un hermano conoció en el Líbano, algunos jóvenes adultos de Sudán que fueron desalojados de los slums de Calais… El día que llegaron estos últimos a Taizé, era noviembre y había niebla. No querían bajar del autobús porque les daba miedo, desconfiaban de dónde los habían llevado. Pero fueron bajando y rápidamente nos hicimos amigos. ¡Y cuánto nos aportan: amistad, bondad…! Pero esta acogida no la hace solo la comunidad, participan los pueblos cercanos. Cada vez que llega alguien, preguntamos quién puede ayudar e inmediatamente se ofrecen 40: una mujer les da clases de francés, alguien dona una nevera… Y, además, para cada uno de los refugiados encontramos a una familia dispuesta a ser su referente, para que no estén solos.
¿Qué huella cree que ha dejado Madrid en los más de 40 años de historia de la Peregrinación de Confianza?
Creo que un aspecto especial era mostrar que la Iglesia es un lugar de amistad. Experimentarla así, acogedora, y no solo como una institución moral, es muy importante para los jóvenes. Y me alegra mucho haber podido vivir esto en Madrid porque tengo la impresión de que hay una gran generosidad entre los jóvenes españoles. Hay muchos que son voluntarios, pero con frecuencia en entidades sin relación con la Iglesia. Y con este encuentro hemos mostrado que la Iglesia es un lugar donde no solo hay una sensación de amistad sino un compartir real.
En estas reflexiones han resonado algunas de las ideas clave del Sínodo de los obispos sobre los jóvenes. ¿Participar en él le influyó a la hora de formularlas?
Especialmente la idea de que la Iglesia tiene que ser un lugar de amistad es fruto del Sínodo. Al haber tantos obispos de todo el mundo, supuso plantearse el propósito común de hacer todo lo posible para que los jóvenes sientan que la Iglesia es un lugar donde son escuchados. Esta escucha hace falta a distintos niveles: una primera acogida (¿por qué en nuestras Misas y servicios religiosos no hay un grupo que salude a la gente al llegar, especialmente a los nuevos?), el acompañamiento personal y más profundo que buscan algunas personas, y acoger también los sueños y sugerencias de los jóvenes sobre la Iglesia y la sociedad.
De Hong Kong a Sudáfrica
Después de casi 75 años de paz casi completa en Europa, ahora el continente vive una importante crisis de identidad. ¿Qué papel le gustaría que jugaran los jóvenes de Taizé en su construcción?
El diálogo entre los líderes políticos no llegará a soluciones si no hay contactos personales entre los ciudadanos. Y estos encuentros europeos pueden contribuir a ello. Sin estos contactos a través de las fronteras, nos quedamos en los prejuicios entre países y regiones. Quizá en el pasado no nos tomamos nuestras diferencias lo suficientemente en serio. Pensábamos que era fácil unirnos. Pero ahora vemos que no lo es, que somos diferentes y tenemos que aceptarnos. Creo que esto está muy ligado a la comprensión de la historia. Entender las razones que hay detrás de los conflictos puede ayudarnos a afrontarlos con más paciencia y escucha.
La hospitalidad será también el tema de otros encuentros de Taizé durante 2019. ¿Qué acento se le dará en los encuentros de Beirut (Líbano) y Ciudad del Cabo (Sudáfrica)?
En Beirut veremos cómo viven los cristianos en una sociedad en la que son minoría, cómo afrontan tantas divisiones entre Iglesias en Oriente Medio, y cómo es la acogida a la enorme cantidad de refugiados que hay en el país. Podemos aprender mucho de ello. Además, nos parece importante que en Europa comprendamos mejor el mundo árabe y África. No hemos abandonado todavía una historia de colonialismo, aunque sea bienintencionado («os vamos a ayudar»). Pero la situación ya no es así; tenemos que llegar a la colaboración, y a la justicia en las relaciones económicas. Sudáfrica vivió algo increíble: la salida del sistema de apartheid. Pero la sociedad todavía sufre, y queremos ofrecerles un signo de solidaridad.
El encuentro más reciente de la Peregrinación de Confianza ha sido el de jóvenes asiáticos en Hong Kong, en el que participaron jóvenes de la China continental. ¿Cómo fue el encuentro entre ambos?
Fue significativo no solo ese intercambio, sino también el que hubo entre jóvenes de Japón y China o de Corea y China. Tras la II Guerra Mundial, en el sudeste asiático no hubo una reconciliación similar a la de Europa, que es única y sin precedentes. Que esos jóvenes se juntaran fue algo muy importante y una gran alegría para la gente. Se preparó durante mucho tiempo. Como las fronteras de China se han abierto y sus jóvenes pueden viajar bastante, nos propusimos que no fuera solo el ámbito económico el que las superara, sino también la Iglesia y los cristianos.
En el recién acabado 2018, tanto la Iglesia católica como la ortodoxia han vivido crisis y divisiones serias. ¿Se está convirtiendo el ecumenismo intraeclesial en más importante que el tradicional?
Eso es cierto. Pero la unidad que Cristo nos llama a vivir nunca ha sido una realidad. Siempre, siempre, es algo que hay que buscar, un proceso, y no algo que hemos alcanzado. Incluso dentro de una misma Iglesia… Pero también vivimos un período muy bonito de crecimiento, de abandonar cosas de ayer. Tenemos que distinguir con más claridad entre la tradición real de la Iglesia y las costumbres y hábitos que tenemos que estar dispuestos a perder. Necesitamos nuevas formas, incluso nuevas estructuras para poder vivir y aceptar esta gran diversidad y unirnos siempre más. Porque es Cristo quien nos une, no un plan que realizamos nosotros. Y por eso estoy convencido de que rezar juntos es cada vez más importante.
Cuando habla de necesidad de cambios, ¿se refiere a todas las Iglesias? ¿Se enfrentan a desafíos comunes?
Creo que sí. Pero también hay diferencias. En las Iglesias ortodoxas están buscando con mucho interés cómo transmitir la fe a las nuevas generaciones que no conocen o entran con facilidad en sus hermosas tradiciones. Algunas de las iglesias protestantes se preguntan mucho, en cambio, cómo pueden mantener en la vida de la Iglesia y en la liturgia el sentido y el lugar del Misterio, para que la fe no se convierta solo en algo racional. Existen distintos desafíos.
Parecen también oportunidades de complementarse y ayudarse.
Así es. Creo que para estos cambios nos necesitamos. Lo que está viviendo ahora la Iglesia católica al descubrir la diversidad y la dificultad de mantener tantas diversidades unidas es algo que ya ha ocurrido en varios períodos de la Historia de la Iglesia, y podemos aprender de ellos.