Esta edición completa de las obras de Alicia (Alicia en el País de las Maravillas, Alicia a través del espejo y La caza del snark) se enmarca en la colección de Edhasa Los libros del tesoro, lo que implica algo verdaderamente delicioso: que las joyas literarias reunidas ven la luz en tapa dura con las más sugerentes ilustraciones, las originales.
Del compendio, nos quedamos con la primera (1865) y más popular Alicia en el País de las Maravillas, y sus ilustraciones de John Tenniel, coloreadas por Fritz Kredel. Se trata de la favorita de los niños, y, por el contrario, de todas es la menos apreciada por el lector adulto debido a que tiene que esforzarse para emplear adecuadamente más la intuición que el intelecto. «¿De qué sirve un libro si no tiene ilustraciones ni diálogos?», se pregunta la niña Alicia, sentada en el campo al aire libre, mientras observa leer a su hermana. Es el comienzo de la historia, que ya en el tercer párrafo se abre a lo extraordinario, cuando la protagonista escucha lamentarse al conejito blanco de ojos rosados que pasa veloz a su lado: «¡Dios mío, Dios mío! ¡Qué tarde voy a llegar!», y sin pensarlo dos veces decide colarse tras él por una gran madriguera bajo un seto. Ese umbral al mundo de lo maravilloso entronca con la más excelsa tradición europea que encumbra a Lewis Carroll entre sus iconos fundacionales, dentro de una línea en la que tomamos a George MacDonald como padre de la fantasía moderna para seguir tanto con la figura carrolliana como con las de C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien.
Según la más viva corriente inglesa del nonsense, Lewis Carroll encumbra un gran discurso de sátira extravagante, piruetas gramaticales y semánticas, líos de palabras e irreverencias contra la rígida educación burguesa. Incluso asoma la cabeza a su propio texto tomando la loca forma de ese inolvidable gato de Cheshire (encantadora teoría desarrollada por el experto Jaime Ojeda). Pero el verdadero valor contestatario de esta obra, epifanía del surrealismo, radica en su apuesta por reivindicar la ilusión y el juego infantil. Nadie lo dice mejor que André Breton: «Esta adaptación al absurdo vuelve a admitir a los adultos en el misterioso reino habitado por los niños». A su vez, y es el matiz definitivo, Carroll rompe el esquema victoriano de la infancia ingenua para presentar a la interlocutora como una niña real, con cierta capacidad de comprensión y juicio.
Mención especial para el apéndice, donde hallamos la Felicitación de Pascua para todo niño al que le guste Alicia, firmada por Carroll en la Pascua de 1876: «No creo que Dios quiera que dividamos la vida en dos mitades: poner un rostro grave los domingos y pensar que ni siquiera está bien mencionarle entre semana. ¿Crees que a Él le gusta ver únicamente figuras arrodilladas y escuchar solo plegarias, y no ver brincar también a las ovejas a la luz del sol y escuchar las alegres voces de los niños mientras se revuelcan por el heno? Seguramente la risa inocente es tan dulce a Sus oídos como la más excelsa antífona surgida de la media luz religiosa de alguna solemne catedral».
Lewis Carroll
Edhasa
2018
336
19,95 €