Ignacio Boné Pina (1967-2018): El hombre con cinco vocaciones
Ayudaba a las personas a hacerse conscientes de sus pies de barro
Cuando este 24 de diciembre sus familiares, compañeros jesuitas y amigos dábamos el último adiós a Nacho Boné Pina, terminaba el despliegue de cinco vocaciones –al menos– que se fueron convirtiendo en historia. La primera, la de jesuita. En su familia se sembró una educación religiosa, y en el colegio de El Salvador primero, y el centro Pignatelli, después, esa semilla se convirtió en intuición, y ésta, en llamada. Llamada a vivir el Evangelio en la Compañía de Jesús que, entonces, a finales de los años 80, vibraba en la estela aún reciente del padre Arrupe, y el deseo de trabajar por la fe y la justicia.
Esta vocación se enriqueció con una segunda llamada, al sacerdocio. A ser testigo, ministro y mediador de Dios en el pan y la palabra. Muchas veces a lo largo de los años ese ministerio, que ejercía con devoción y entrega, fue para otros fuente de encuentro con Dios. Supo hacer de sus palabras eco de la Palabra, y de sus gestos, memoria viva de quien se entregó…
La tercera vocación es la de sanador. Nacho empezó medicina ya antes de entrar en el noviciado jesuita. Su preocupación por los otros y su capacidad de empatía le hacía sensible a las heridas de quienes le rodeaban. Y dentro de ellas, eligió las más difíciles, las de la mente. Así, ya jesuita, terminó medicina, y se especializó en psiquiatría. Durante años acompañó muchas batallas contra esos fantasmas de dentro, tan complejos y destructivos. Muchas personas encontraron en él más que un médico, un acompañante.
La cuarta vocación de Nacho es la de formador. Y no solo porque en los últimos años sus superiores le destinasen a ser rector de los jesuitas en casas de formación, sino porque siempre tuvo una veta que era al tiempo provocadora y tierna. Enfrentaba a los otros con sus contradicciones. Ayudaba a las personas a hacerse conscientes de sus pies de barro. Pero no lo hacía con exigencia o dureza, sino más bien con humor y ternura.
La quinta vocación es la de amigo. Y quien dice amigo dice hijo, y hermano, tío, compañero, maestro… Todo su mundo relacional estuvo teñido de una profunda humanidad. En la acción de gracias el día de su ordenación, en Zaragoza, Nacho citó unos versos de Casaldáliga: «Al final del camino me preguntarán, ¿has vivido? ¿has amado? Y sin decir nada, abriré un corazón lleno de nombres». Visto ahora, desde este final del camino, uno querría gritarle que lo cumplió. Por el vacío que nos deja a quienes ya le añoramos. Por la huella que ha dejado en tantas vidas. Por cómo fue siempre punto de unión. Por la sonrisa que su memoria va a despertar…
Y ahí comienza la última vocación de Nacho, la sexta, que tendrá que cumplirse en nosotros: vivir a la altura de su recuerdo. Llegaste, doctor.
José María Rodríguez Olaizola, SJ / ABC