400 años dando pan y cariño
El comedor del Ave María, en pleno centro de Madrid, celebra su cuarto centenario. En todo este tiempo se han visto desbordados por el apoyo de los madrileños: «La gente de Madrid es muy, muy solidaria»
El 12 de diciembre de 1618 empezaba a funcionar en Madrid por iniciativa de san Simón de Rojas uno de los comedores más antiguos de España, el del Ave María, en lo que hoy es el centro de la capital pero entonces era un apartado convento trinitario rodeado de huertas.
Siete años antes, Rojas fundó la Congregación de los Esclavos del Dulcísimo Nombre de María, prácticamente dedicada en exclusiva a propagar la devoción a la Virgen. «Pero Simón de Rojas se cansó y dijo que una congregación mariana no podía dedicarse solo a proveer de aceite a las lámparas [con la imagen de la Virgen], así que decidió empezar a repartir comidas a los pobres», cuenta el trinitario Paulino Alonso, encargado del comedor desde hace 27 años.
En aquella época acudían al Ave María sacerdotes pobres, muchos soldados, indigentes y presos que salían de la cárcel de la Madrid, entonces en el edificio que hoy ocupa el Ministerio de Asuntos Exteriores. Fueron los primeros que a lo largo de la historia de Madrid deben su sustento cotidiano a este pequeño enclave de caridad que ahora celebra su cuarto centenario bajo el lema 400 años dando pan y cariño, «porque nosotros no queremos solo dar comida, sino que los pobres se sientan acogidos y queridos», explica Alonso.
A lo largo de estos cuatro siglos, el Ave María ha ofrecido cenas, desayunos, comidas, bocadillos…, de manera ininterrumpida, con excepción de algún periodo de obras y de los avatares de la Guerra Civil. En la actualidad, el comedor hace posible que 350 personas puedan tomar un desayuno caliente por la mañana, y que cerca de 50 puedan tomar un bocadillo para pasar la tarde en las calles de Madrid. A eso se suma la atención a 35 familias cada semana, a las que se les da un carro lleno de alimentos.
«La gente responde muy bien»
«A nosotros nunca nos ha faltado de nada –asegura Paulino Alonso– porque la gente de Madrid es muy, muy generosa». A día de hoy, mantener el ritmo de ayuda que ofrece el comedor cuesta 300.000 euros al año, cantidad que se obtiene íntegramente de donativos privados: 100.000 euros en alimentos donados por establecimientos de la zona o por el Banco de Alimentos, y el resto procedente de las aportaciones económicas de particulares. Hasta hace poco el Ayuntamiento colaboraba con una subvención, «pero nos la ha quitado este año. Dicen que es por falta de presupuesto, pero no se entiende, la verdad», lamenta el religioso.
En sus 27 años al frente del Ave María, Paulino Alonso ha podido observar una evolución en las personas que acuden al comedor en busca de ayuda. «Cuando entré, venían muchos toxicómanos y enfermos de sida; luego, hasta los atentados del 11 de marzo, vinieron muchos marroquíes; y después muchos latinoamericanos e inmigrantes del este de Europa. En esta última etapa están viniendo muchas personas que simplemente se han quedado en el paro y no salen adelante, extranjeros y españoles que no tienen más remedio que venir a pedir alimentos. A estos se les nota mucho porque suelen entrar con la cabeza baja, como si estuvieran avergonzados…», dice, si bien aclara que, en los últimos tiempos, ha disminuido el número de personas que acuden al comedor: «Se nota que estamos saliendo de la crisis, vienen menos que en años anteriores, entre 40 y 60 personas menos cada día».
Aparte de toda esta labor, el Ave María ofrece un servicio de escucha, martes y viernes, para que quien quiera pueda hablar sobre sus problemas a la hora de encontrar trabajo o de conseguir papeles. Y hay una mano tendida a los internos de la cárcel de Soto del Real, donde Paulino Alonso ejerce también su labor de sacerdote al frente de la pastoral penitenciaria: «Les llevamos un paquete de ropa o un pequeño ingreso para sus gastos dentro de la prisión, y eso lo hacemos también como una iniciativa del comedor».
«Gracias a Dios, la gente responde siempre muy bien –prosigue–, en Madrid la gente es muy solidaria. Mucho, la verdad. En los años de la crisis estuvimos desbordados de donativos, hasta el punto de que los bocadillos de la tarde y los alimentos a las familias los empezamos a distribuir en los años más duros. Fue un plus de servicio que empezamos a ofrecer durante la crisis. La gente se volcó».
La generosidad de los madrileños
Esta generosidad se extiende también a los voluntarios, alrededor de 200, que se turnan para colaborar en el reparto de comida. «Nunca nos han faltado. En esto tampoco hemos tenido nunca ningún problema. A veces vienen de colegios o parroquias de los trinitarios, o también gente que llama a la puerta y se quiere apuntar. Los sábados están reservados a los jóvenes, que vienen de algún colegio nuestro. El resto suelen ser personas jubiladas o amas de casa que tienen tiempo disponible para pasar aquí una mañana. No hemos tenido nunca ningún problema, hasta el punto de que cada semana tenemos que rechazar a una o dos personas simplemente porque no hay plazas. Les tenemos que decir que no, que estamos a tope, hay personas que tienen que venir cada tres semanas porque no hay otra posibilidad. Eso es lo más asombroso de toda esta historia: la gente es muy, muy solidaria».
«No recuerdo cuándo fue el primer día que vine a comer al Ave María. Un amigo me habló de esto y vinimos. Pero nada más entrar por la puerta se me encendió la bombilla: yo había estado aquí 25 años antes, porque vine varios días a trabajar como voluntario. No me podía ni imaginar que acabaría comiendo aquí en el mismo comedor al que venía para ayudar…», dice Francisco, uno de los habituales del Ave María en los últimos tiempos.
«He conocido a mucha gente buena en la calle»
¿El motivo de su situación? «La vida, la crisis… Yo estaba con mi padre pero él se murió. Nos dedicábamos a comprar y vender terrenos pero luego se dio mal todo, y acabé en la calle. Llevo así desde 2013. Duermo en casa de amigos que me apoyan y poco a poco voy saliendo. Vengo aquí a desayunar, y el resto del día arreglo mis cosas para algún día salir de esto», dice Francisco, sin entrar en más detalles.
Francisco reconoce agradecido toda la ayuda que ha recibido estando en la calle, y recuerda con especial cariño a Paulino Alonso, a la comunidad de Sant’Egidio, al padre Ángel, a la comunidad del Cordero, a Manuel (el portero del palacio arzobispal de Madrid), al obispo de Alcalá, a diversos sacerdotes… «He conocido a mucha gente buena en la calle», afirma. Y se le saltan las lágrimas al recordar a los voluntarios del Ave María: Conchita, Enrique, Ángel…, que «son fantásticos, fuera de lo común».
Servir y dar alegría
Más o menos cuando Francisco vino por primera vez como voluntario lo hizo también Consuelo, que lleva ayudando en el comedor cada jueves desde hace 24 años. «Para mí es algo que me llena mucho, me reservo ese día para venir aquí y darle toda mi dedicación». Sus tareas aquí son sobre todo «servir e intentar darles algo de alegría. No se trata solo de darles un plato de comida, sino también de acogerlos y atenderlos y responder a sus preguntas. La calle quema mucho, es muy dura. Pienso a veces que cualquiera de mis hijos podría haber caído en este mundo y haber necesitado venir aquí. Yo me levanto y me ducho y desayuno y tengo agua caliente todos los días, pero ellos no. Yo tengo todo y ellos nada», dice. Por eso «vengo aquí con el objetivo de sacar lo mejor de mí misma, porque es bonito hacer algo por los demás. Para mí es una alegría poder venir aquí y ofrecer mi tiempo, y darles una palabra de cariño además del desayuno».