La santidad «no consiste en ser perfecto, sino en ser dócil a Dios»
La delegación de Misiones de Madrid organiza un curso de evangelizadores en la que los obispos auxiliares de Madrid hablan sobre santidad y evangelización
«Hay hombres y mujeres felices de verdad, que viven sin conformarse con una existencia mediocre, aguada, licuada: son los santos», ha afirmado el obispo auxiliar José Cobo durante el curso de evangelizadores que organiza esta semana la Delegación de Misiones de Madrid, en la que los auxiliares del cardenal Osoro han desentrañado la exhortación Gaudete et exsultate del Papa Francisco y su relación con la evangelización y la misión.
Para Cobo, «la santidad es nuestro destino». Se necesita hoy «una educación en la santidad» que tenga en cuenta «la fragilidad humana y la providencia ordinaria de la gracia de Dios y las mediaciones de la Iglesia», lo que da a luz a santos también en el mundo de hoy, «santos actuales», cuyas notas características son «el aguante, la paciencia, la mansedumbre o el trabajo por la paz hasta en el ámbito de las redes», a lo que se suman «la alegría, la humildad y el ejercicio de la caridad», todo ello «abrazado en oración por la comunidad cristiana, que es quien sostiene este horizonte de felicidad».
«Nada evangeliza más que un santo rodeado de su comunidad», prosiguió el obispo auxiliar, pero esto sucede también más allá de la muerte, pues «para ser evangelizadores miramos a los santos que ya han llegado a la presencia de Dios, y que mantienen con nosotros lazos de amor y comunión».
Esta dimensión comunitaria de la santidad fue también subrayada por Santos Montoya, otro de los cuatro auxiliares de Madrid, para quien «el rosto de Dios se refleja en muchos». Se trata de «ejemplos concretos» y «testimonios de vida» que «nos ayudan a entender la luz de las Bienaventuranzas», que son «el camino seguro para alcanzar la promesa de eternidad que Dios nos ofrece a todos», un camino «inaugurado por el mismo Cristo», y que básicamente se traduce «en practicar la misericordia con todos los que nos rodean».
Siempre en comunidad
Por su parte, Jesús Vidal puso el acento en la misión de los santos y en una santidad lejana del activismo, ya que «no consiste en una perfección humana, en algo extraordinario o fuera de lo normal». El santo «no es un superhombre, es un hombre real que sigue a Dios y, en consecuencia, vive aquello para lo que fue hecho. Esto es lo que significa hacer la voluntad de Dios». Así, «la clave para medir la santidad está en el seguimiento de Cristo», resumió el auxiliar de Madrid.
El santo no es un francotirador solitario, sino miembro de una comunidad. En esta idea insistieron todas las intervenciones. «El Señor no ha querido salvar individuos aislados, ha querido salvar un pueblo a través de individuos concretos. Es aquello popularmente dicho de que los santos son como las cerezas: cuando tiras de uno, siempre salen otros a su alrededor», comentó Jesús Vidal.
La santidad está lejos de lo espectacular, porque «Dios, en general, trabaja la orfebrería de la santidad en lo oculto. Así, el Señor vivió la mayor parte de su santidad en lo escondido de la vida oculta. La santidad de los grandes santos, también se ha forjado en lo escondido, revelándose solo en momentos determinados».
Para Vidal, hay un ADN de santidad propio de cada cual, ya que «es como la vocación, o como la huella digital, única e irrepetible para cada uno. Cada uno de nosotros estamos llamados a dar testimonio de Cristo de manera única en nosotros. Porque el testimonio no es la repetición de unas ideas, sino dejar que la verdad de Cristo traspase nuestra vida. Una vida no perfecta, sino llena de arrugas. Lo que da la santidad no es la cantidad de manchas o imperfecciones, sino la trasparencia que permite al Señor iluminarlas». Por este motivo, «cada santo es una misión, es decir, es enviado a una forma única e irrepetible de dar testimonio de Cristo».
En lo concreto, la santidad «se teje de pequeños gestos: no dejarse llevar por las críticas y la murmuración, abrirnos a la escucha paciente de los otros, renunciar con paciencia a la ira que exige justicia a nuestra medida, mirar y ayudar a los que lo necesitan… Así, en los actos cotidianos de cada día, se va desarrollando una santidad que no es el fruto de nuestro ingente esfuerzo por la perfección, sino de la docilidad cotidiana a los impulsos del Espíritu».
Además, la santidad comprende también el sufrimiento y el pecado, pues «Jesucristo va a nuestro lado también en los caminos del dolor y el sufrimiento. Y también lo hace cuando transitamos el camino del pecado, pues Él no nos traicionará porque no puede traicionarse a sí mismo. No podemos mirar la santidad como la ausencia de pecado, sino como la perfección de la relación de Cristo en nosotros».
La participación de los obispos auxiliares de Madrid concluye este jueves a las 19:00 horas con la ponencia de Juan Antonio Martínez Camino sobre Combate, vigilancia, discernimiento.