Sorprendente película que arranca casi como cine documental, se convierte en seguida en cine social para ir adquiriendo intriga y desembocar en cine fantástico con elementos surrealistas y de realismo mágico. Lazzaro (Adriano Tardiolo) es un joven campesino tan bueno como retraído que trabaja a las órdenes de la marquesa De Luna en el cortijo La Inviolata. El primogénito de la marquesa, Tancredi, un joven arrogante y hastiado de su superflua vida y de la impostada vida de su madre, comienza una amistad con Lazzaro que le va a brindar una lealtad sin límites. El día que Lazzaro sufre un accidente en un barranco ocurrirá algo portentoso que cambiará su vida para siempre. La directora italiana Alice Rohrwacher nos ofrece en este su tercer largometraje una reivindicación de la evangélica pobreza de espíritu, un elogio de la mirada pura ya perdida, un canto a la inocencia original. Lazzaro es, según la categoría acuñada por Peio Sánchez, una figura crística, el cordero inocente acechado por los lobos de nuestra sociedad. Pero la película no es ingenua como su protagonista, ya que propone una mirada muy dura y crítica sobre una sociedad en la que pervive la esclavitud, en la que los descartes son cada vez más inhumanos. Pero Rohrwacher no se queda ahí, exalta la dignidad del pobre, la hidalguía del pícaro buscavidas que solo trata de sobrevivir y llevar un mendrugo de pan a la mesa de su familia. Además la película, de soslayo, es también un bello cuento sobre la amistad pura y gratuita, la familia y no faltan hermosos momentos de religiosidad.
Estamos ante un hermoso cuento para adultos en el que bajo una apariencia naif se ofrece un teatro del mundo desde una aguda perspectiva crítica. Algo así ocurría con Milagro en Milán de Vittorio de Sica (1948) película con la que tiene evidentes paralelismos, empezando por aquel Totó, chaval puro e inocente tocado por la Gracia, como un ángel de carne y hueso. Lo mismo sucede con Lazzaro: un joven incapaz del mal, servicial, obediente y desconocedor del reproche. Pero es que el final de Lazzaro feliz, con esa elevación al plano religioso a través del milagro de la música celestial de órgano, evoca ese final también religioso de Milagro en Milán. También podemos encontrar paralelismos con otra película de De Sica, Ladrón de bicicletas (1951), en la que se retrata el mundo de los desfavorecidos, la injusticia de un sistema en la que los pobres se ven impelidos a pervertirse. Además toda la primera parte parece sacada de El árbol de los zuecos, de Ermanno Olmi (1978), en la forma de contar con aire documental la vida de los paupérrimos campesinos, interpretados por auténticos paisanos, al estilo del Pasolini del Evangelio según san Mateo (1964). Pero es que la parte final del filme entronca de forma muy natural con el último Olmi, el de Il villaggio di cartone (2011), y su preocupación por los descartados. En definitiva, Lazzaro feliz es un compendio del mejor cine italiano emparentado con el neorrealismo, y con el mejor cine europeo heredero del mismo, ya que se pueden encontrar ecos de Buñuel –Los olvidados (1950)–, e incluso algunos planos nos llevan a El espíritu de la colmena de Víctor Erice (1973).
Alice Rohrwacher
Italia
2018
Drama
+12 años