Jesuita en China: «Estamos llamados a tener paciencia histórica»
El jesuita Ignacio Ramos trabaja en China para fomentar, puntos de encuentro desde la cultura. Un camino a largo plazo en el que el Papa le ha animado a seguir
La Iglesia en China es una realidad «apasionante», pero también está en una encrucijada que va más allá del acuerdo provisional entre el Gobierno chino y la Santa Sede. Así lo transmite a Alfa y Omega desde el terreno el jesuita Ignacio Ramos, que investiga allí sobre espiritualidad y globalización y promueve iniciativas interculturales. Describe una comunidad que en su seno tiene «unas pasiones tremendas, muchas tensiones y división», pero para la que el acuerdo del pasado día 22 de septiembre de 2018 entre el Vaticano y el Gobierno chino respecto al procedimiento de nominación de obispos ha abierto un nuevo terreno por explorar. Si ya en los últimos años, al menos desde la carta de Benedicto XVI a los Católicos chinos de 2007, la distinción habitual entre una Iglesia clandestina y otra oficial y colaboracionista estaba desfasada, ahora se da el caso de que, en palabras del cardenal Parolin: «Por primera vez, hoy, todos los obispos en China están en comunión con el Santo Padre, con el Papa, el sucesor de Pedro». De entre ellos, la mayoría (70 de cien) y un número proporcional de sacerdotes compatibiliza el estar en comunión con el Papa y registrados en la Asociación Patriótica –y esto segundo, por obligación, para poder ejercer el ministerio legalmente en China–.
Sí hay una minoría (representada por más de 20 obispos) que después de una experiencia durísima de persecución y martirio no concibe más postura que «una oposición frontal a los comunistas». Ha de percibirse la situación de cambio extraordinario que se está viviendo desde hace unos días. Al menos hasta el acuerdo que acaba de tener lugar, había algunos casos de sacerdotes que decían a sus fieles que no fuesen con los clérigos registrados, objetando que «no estaban en comunión con el Papa», explica Ramos.
Era una postura de corte donatista, aquella herejía que en el siglo IV afirmaba que los sacramentos de aquellos sacerdotes sospechosos de traición a la fe no tenían validez. «Ahora, esta gente se está resituando y tratando en general de ver algo bueno al acuerdo, pero con un conflicto o sinsabor interno muy acentuado. Hay aún otro grupo de obispos que no está legitimado por el gobierno porque se niega a pertenecer a la Asociación Patriótica, pero no es combativo y desearía ser legitimado de algún modo por las autoridades. En este punto, puede que haya grandes cambios en los próximos meses».
Y en medio, los fieles
En el otro extremo, también existen clérigos de tendencia galicana –otra herejía, esta del siglo XVII– que dan la misma importancia a la fidelidad a la patria que a la fe. Ha llegado la hora, para estos, de demostrar dónde tienen puesto su corazón y si pueden trabajar eficazmente desde dentro de una situación de legitimidad por hacer que la situación de libertad esencial que se ha conquistado para la Iglesia gracias al acuerdo puede llegar a ser una libertad más plena; «les toca aquí tener el papel de Tarancón, salvando las distancias».
Los fieles de a pie van procesando poco a poco las noticias que les llegan «pero no se crean muchos problemas. Van a la comunidad en la que viven la fe, y no disertan mucho más». Es pronto para saber cómo evolucionarán las cosas, pero, en cualquier caso, puede destacarse el elemento enormemente positivo de que, «gracias a este acuerdo, en principio, no se va a generar ninguna nueva situación de ilegitimidad y muchas diócesis con sede vacante o con obispos de más de 90 años van a poder tener un Pastor en condiciones».
Desde la dinastía Tang
Los católicos chinos se sienten herederos de una tradición que se remonta a los primeros misioneros cristianos que llegaron a China en la dinastía Tang, o incluso crearon una diócesis en Beijing bajo el franciscano Giovanni de Montecorvino durante la dinastía Yuan (inaugurada por Gengis Khan), pero que echó definitivamente raíces en la época de los jesuitas Mateo Ricci y Diego de Pantoja –de cuya muerte se celebra este año el 400º aniversario–. «Un jesuita llegó a ser preceptor del emperador, y hubo dos o tres emperadores que o se bautizaron o fueron muy cercanos a la fe», recuerda el experto.
Esta rica tradición se ha vivido, durante siglos, sobre todo en el ámbito familiar y rural. Ahora, los católicos se encuentran con una China cada vez más urbana, y en medio de persistentes restricciones gubernamentales. Le está costando encontrar –continúa– «un tercer modo de existir» y de evangelizar entre los extremos oficialista y martirial. Con estas perspectiva no es fácil llegar «a un universitario o un joven trabajador sediento de espiritualidad». Por eso, muchos prefieren unirse a comunidades protestantes. Precisamente, esta es la situación evangelizadora que la firma del acuerdo puede comenzar a desatascar.
Miedo a los católicos
Hay otro motivo de que en los últimos años estas comunidades crezcan a mayor ritmo que las católicas. Pekín deja a los protestantes «hacer más, porque están más atomizados –explica el jesuita–. Lo que le da miedo de los católicos, además de la supuesta obediencia a un poder extranjero, es que se conciben en red y tienen la capacidad de organizarse a lo largo y ancho del país. Y cualquier canal de información de estas dimensiones que no puede ser controlado es percibido por el gobierno actual de China como una amenaza».
A pesar de todo, y obviando también el rechazo del Gobierno a la presencia de misioneros extranjeros –que al ser vistos como representantes de un mentalidad ajena a China tienen vedado el acceso pastoral tradicional a los fieles chinos, especialmente si pueden comunicarse en chino–, ya se puede hacer mucho en el gigante asiático. Ramos detecta en la sociedad china una cierta nostalgia por el pasado, que mira tanto a la religión tradicional como a los grandes misioneros de la talla de Ricci y Pantoja. Cita, por ejemplo, actividades como un reciente simposio en Pekín sobre este último, y las ofertas que ha recibido de dos importantes universidades chinas (Beiwai y Jinan) para investigar más sobre él. También «hay una sed muy grande por abrirse, por ganar legitimidad internacional y poder recibir y compartir en pie de igualdad con otros. En mucha gente hay un deseo de crear comunidad más allá de las fronteras clásicas», aunque también muchos chinos «son aún tremendamente tímidos e inseguros ante el extranjero».
Evangelizar con naturalidad
Otro importante punto de encuentro cultural que ha encontrado Ramos es el Camino de Santiago. Empezó recomendándoselo –siempre desde un enfoque cultural– a algunos conocidos que iban a visitar Europa. No tardó en comprobar la «profunda huella» que deja en la gente, incluidas tres personas que «han entrado en un proceso genuino de conversión». Esto le empujó a crear con un grupo de amigos chinos el Centro Intercultural para la Experiencia del Camino (en Beijing).
Esta vía cultural forma parte de la apuesta del Papa Francisco, que ve en ella «el mejor camino para la Iglesia. Me ha expresado personalmente su interés por que se dé impulso a estos proyectos». A partir de ahí, pueden surgir otras posibilidades de misión. «He experimentado que se pueden hacer cosas que, cuando estaba en Taiwán, me decían que eran imposibles. Se trata de que se produzca un encuentro en la plataforma adecuada. Entonces, con mucha naturalidad (por mucho que haya conciencia de que hay que ser discretos) la gente pregunta, quiere formarse, tiene inquietud por crecer espiritualmente y por descubrir el sentido de la fe católica». Una labor –reconoce– en la que «estamos llamados a tener paciencia histórica. Estamos construyendo una serie de puentes y plataformas que, si Dios quiere y por su gracia, lleguen algún día a dar mucho fruto».