«Salta de la azotea», decía una voz. Leyó El señor de los anillos... y la voz desapareció
Diego Blanco, autor del libro Un camino inesperado sobre el trasfondo católico de la obra de Tolkien, pasó una adolescencia muy problemática. Leer la aventura de Frodo Bolsón para destruir el anillo de poder le ayudó a escapar de ella. «Me daba una esperanza enorme», recuerda
«Si yo he conocido a Jesucristo, ha sido en parte gracias a Tolkien». Así se presenta el experto en el autor inglés Diego Blanco, autor del libro Un camino inesperado. Desvelando la parábola de “El señor de los anillos” (Ediciones Encuentro). En esta obra, este zaragozano y padre de nueve hijos explica el trasfondo católico de la obra maestra de John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973).
Un camino inesperado es la síntesis de 26 años de investigación y de muchas charlas y ciclos de conferencias impartidos por España y Europa, desgranando las distintas aplicaciones cristianas y católicas de esta popular obra literaria. Su interpretación le ha llevado a muchas parroquias y colegios católicos, pero también a la misma ciudad de Oxford, donde nació esta obra.
Sin embargo, la relación de Blanco y Tolkien es ante todo personal. En efecto, le debe no solo su relación con la fe sino su propia vida, en cierto sentido. Todo comenzó siendo él niño. «Siempre hemos vivido puerta con puerta con mis primos. Recuerdo una época que hubo un revuelo enorme en casa». Eran los años 1980, y «todo el mundo hablaba de un libro» que resultó ser, ni más ni menos, El señor de los anillos. Movido por la curiosidad, el pequeño Diego se deslizó una noche en la habitación de su primo «y se lo mangué».
«Me lo leí de pe a pa… y no entendí nada. Pero en ese libro había mapas», que le encantaban. Incluyendo «uno al final en el que ponía Mordor»; un lugar del que solo sabía que «era donde vivían los malos». Blanco recuerda esa época como la de «la mejor enfermedad de mi vida, porque me acabé el libro durante una amigdalitis».
Una adolescencia problemática
Sin embargo, «la luz de la niñez dio lugar a las tinieblas de la adolescencia». Así lo recordó durante la jornada Tolkien y el Corazón de Cristo, organizada por el Aula de Teología desde el Corazón de Cristo, de la diócesis de Getafe. Y una adolescencia, además, que en el caso de Diego fue particularmente difícil. Su padre era marino, y Diego encontró la figura paterna que necesitaba en dos sacerdotes de su colegio.
«Cuando estaba en 8º de EGB, se murieron los dos –narró–. Fue un acontecimiento fortísimo; como si mi padre se hubiera muerto dos veces en tres meses. Me rompió por dentro». El daño se agravó cuando un familiar, al conocer la noticia, comentó despectivamente «”un cura menos”. Me hizo mucho daño, porque sentí que no solamente no les importaba que yo sufriera, sino que se alegraban. Algo explotó dentro de mí. Me rebelé contra todo».
Dejó de ir a Misa al colegio, se hizo gótico… y, como él mismo reconoció, «probé de todo». Para desesperación de sus padres, que no sabían qué hacer con él. Si ellos decidían castigarle sin salir de casa… Diego optaba por encerrarse en su habitación y no salir de ella.
«Nadie te ve sufrir»
El problema es que en esa habitación «había una voz. Una voz que venía y me decía que estaba solo. “Nadie te ve sufrir”. En esa época leí un montón de libros porque cuando los cogía y leía la voz se iba. Pero en cuanto dejaba de leer, siempre volvía».
Un día de mediados de mayo, durante la Feria de San Isidro –recordó con detalle–, tocó fondo. Estaba, como siempre, en su cuarto, y la voz empezó a decirle: «Tírate desde la azotea. Cuando te mueras, todos llorarán. Y se darán cuenta de lo que has sufrido». Miró a su alrededor, y su mirada cayó en ese libro de El señor de los anillos, hurtado a su primo años atrás.
«No lo había querido volver a tocar nunca porque representaba mi infancia, y si lo leía ahora lo iba a manchar. Pero en ese momento lo cogí para quitarme la voz de encima». Fue entonces cuando comenzó a salir a flote. «Me lo pasé muy bien, pero no tuve ninguna revelación», aclaró. Lo que sí que ocurrió es que «cuando cerré el libro la voz ya no estaba». Se había ido para siempre. «Podía dormir, me levantaba y estaba bien. Fue como cuando se pasa 15 días lloviendo y de repente hay un sol maravilloso».
«La culpa no era mía»
Echando la vista atrás, Blanco recuperó algo que le ayudó mucho en ese momento: «Ese libro decía que la culpa de que yo estuviese en esa situación no era mía. El anillo tiene la capacidad de corromper a todos, de hacer que se inclinen al mal». Le pasa a Boromir, hijo de Denethor, el senescal de Gondor que, tentado por el anillo, intenta arrebatárselo al hobbit Frodo para utilizar su poder contra el maligno Sauron. Pero incluso el poderoso mago Gandalf lo aparta de sí porque es consciente del poder que tiene para hacer caer.
«Eso me daba una esperanza enorme –narró durante la jornada–. Sería genial que fuera así, porque significaría que yo puedo coger el anillo, metérmelo en el bolsillo, ir a Mordor, tirarlo al fuego del Monte del Destino… y se acaba el sufrimiento».
Por aquel entonces, Blanco no era consciente de que Tolkien era un autor profundamente católico, ni de la enorme influencia que su fe tiene en el contenido de su obra. Eso lo descubrió un tiempo después.
Lo que sí ocurrió con esta experiencia liberadora es que volvió a acercarse a la Iglesia. Fue por medio de las catequesis del Camino Neocatecumenal. Un itinerario en el cual descubrió, con sorpresa, que «estaban hablando del anillo». No literalmente, pero sí de la misma idea: «Los católicos creemos que Dios creó al hombre bueno, y por el engaño de la serpiente este contrajo el pecado original que le inclina al mal». Sin embargo, este pecado fue destruido por la redención, igual que el anillo en el Monte del Destino.
Esta interpretación –subraya Blanco– es muy distinta a la que existe en otras obras fantásticas, como Juego de tronos. «Su autor, G. R. R. Martin, también es católico. Pero cuando le preguntan quién es el malo en sus libros, responde que el ser humano». Esta visión lleva a pensar que «si los matrimonios se separan es porque son malos, el que se droga es porque es malo. Si en vez de El señor de los anillos yo hubiera tenido en mi cuarto Juego de tronos, me habría tirado desde la azotea».
Descubrir el paralelismo entre el anillo de poder y el pecado original hizo a este joven preguntarse «cómo se parecía tanto lo que yo vivía en la Iglesia con la obra de Tolkien». Fue entonces cuando decidió comenzar a investigar con profundidad la obra del autor inglés.