Pablo VI firma la encíclica Humanae vitae el día de Santiago (25 de julio) de 1968. Para actualizar su memoria, sorteando el riesgo del anacronismo y del juicio extemporáneo en una época de rápidas transformaciones, podemos atender a dos criterios.
1.- Las aportaciones de HV a la Iglesia y a la humanidad
Situémonos: Mayo francés, hippies, Vietnam, Praga, Barnard y el trasplante de corazón, asesinatos de Luther King y Robert Kennedy, primer asesinato de ETA, 2001 una odisea en el espacio.
Tiempos de amor psicodélico, de libertad crítica y contestataria y de guerra fotografiada en los que el Servus servorum Dei hace oír su palabra magisterial sobre algunas de las cuestiones que identifican lo humano: el amor y la vida. Tras un complicado proceso para gestionar los tiempos y los espacios de los argumentos conciliares, el papa Montini promulga su carta encíclica. Ésta nace necesitada de ajustada interpretación y discernimiento normativo, propuesto subsidiariamente por las ágiles Conferencias Episcopales.
Destacamos dos preocupaciones en la aportación papal: proponer el ideal evangélico y respetar a la persona en búsqueda de la verdad.
Se dirige a toda la Iglesia y a la humanidad, ofreciendo de modo razonado un objetivo de plenitud y unos valores para alcanzarlo. Desea mantener la tensión del Evangelio del amor y de la vida en aquello que ennoblece el espíritu del ser humano y favorece la vida social.
Respeta la conciencia de la persona humana, sagrario de Dios (GS., 16). Pide el recto aprecio de los valores verdaderos de la vida y de la familia (HV., 21) orientados hacia la paternidad responsable, a partir de la evaluación subjetiva separada de autonomías excluyentes.
Al recordar bienes antropológicos fundamentales como el carácter profundamente razonable y humano del principio que une el amor y la vida (HV., 12) anticipa que la separación de los aspectos procreativo y unitivo de la vivencia de la sexualidad matrimonial puede ser fuente de graves desajustes. La escisión irracional de dichas dimensiones hace más frágil y vulnerable a la persona, favoreciendo a la larga la mercantilización del cuerpo. Las víctimas primeras de esa fragilidad suelen ser la mujer y los hijos.
2.- La honestidad de conciencia
Montini actúa sabiéndose continuador de sus predecesores en su misión de evangelización: amplía la comisión creada por Juan XXIII, excluye el debate del aula conciliar, consulta a los mayores especialistas y busca la colegialidad de los padres sinodales de la 1ª Asamblea General del Sínodo de los obispos de otoño de 1967. Asimismo, se reserva la decisión –a la que dedica cuatro años de estudio y elaboración a partir de datos sin consenso unánime– y rechaza otro texto concluido por extraño al personalismo conciliar.
En la Audiencia general de 31 de julio de 1968 muestra algunas pistas de su decisión. Habla de «grandísima responsabilidad», de estudiar, leer, debatir y rezar «cuanto pudimos», con sufrimiento, con sensación de insuficiencia y pobreza personal, buscando la libertad apostólica para expresarse con la caridad necesaria. ¿Qué más se puede pedir éticamente en una toma de decisión incómoda?
El Papa escucha su conciencia y respeta la de los esposos firmando un texto de tono dialogante, propositivo, no infalible; sugiere deberes, ignora penas, recuerda la gracia de Dios y la posibilidad de reconciliación y misericordia. Presenta un elevado ideal de vida arriesgándose a provocar el escándalo de muchos cristianos. Espera la comprensión de los matrimonios sospechando su mala recepción. Aun así, hay que respetar el misterio de su honestidad responsable tras decidir «a ciencia y en conciencia» por la opción minoritaria.
HV no pretende ser un estudio orgánico y sintético, sino una toma de posición sobre una cuestión particular. Celebrar su quincuagésimo aniversario sugiere releerla serenamente a partir de un amplio diálogo interdisciplinar alejado de las lecturas escoradas de defensores/detractores a ultranza. Hay que actualizar sus enseñanzas normativas, fortalecer la jerarquía de valores (HV., 10) sin perder de vista el ideal evangélico-montiniano, las sucesivas enseñanzas magisteriales y la experiencia, incorporando el sensus fidelium acerca del amor generador de vida.