Conocerle era quererle
¿Quién era Chesterton? ¿Cómo vivía su fe este gran apologeta? Dale Ahlquist, uno de los principales impulsores de su Causa de canonización, le define como místico. También da interesantes pistas sobre su persona Aidan Mackey, fundador del Gilbert K. Chesterton Study Center, que ha tratado con muchas personas que le conocieron, en especial con su secretaria, Dorothy Collins. Mackey ofrece esta semblanza del escritor
Hay un acuerdo unánime de que Gilbert Keith Chesterton era un gran hombre, aparte de ser un gran escritor. Su grandeza era intrínseca, y él mismo era total y sinceramente inconsciente de ella. No tenía interés en escribir para la posteridad, y nunca se le ocurrió que su obra y su pensamiento permanecieran vivos después del final de su vida.
Era imposible conocerle, aunque fuera a un nivel muy superficial, y no encariñarse con él. El segundo estudio de Maisie Ward sobre él, Retorno a Chesterton, habla de Margaret Halford, una señora judía a la que le gustaban sus escritos pero le preocupaba que se dijera de él que era antisemita. Las reservas que tenía durante su primer encuentro desaparecieron muy pronto. Escribió: «La bondad y amor que había en el ambiente eran inconfundibles»; y ella, Gilbert y [su mujer] Frances se hicieron amigos íntimos. Al enterarse de la muerte de Gilbert, Nancy, la criada de la familia Nicholls, dijo con dolor: «Oh, señora, nuestro señor Chesterton muerto… Era una especie de santo, ¿verdad? Sólo mirarle cuando le dabas el sombrero te hacía sentir fenomenal».
Demasiado disponible
En el verano de 1909, Gilbert y Frances se mudaron de Londres a Beaconsfield, algo sobre lo que ha faltado comprensión por parte de algunos de sus biógrafos. Es absolutamente falso que Gilbert fuera arrastrado a Beaconsfield en contra de su voluntad. Le gustaba mucho su vida en ese pueblo encantador. Describe, en su autobiografía, cómo a él y a Frances se les antojó coger un tren a Slough y caminar hasta Beaconsfield, donde cada uno, por separado, pensó: «Éste es el tipo de lugar donde, algún día, tendremos nuestro hogar». Le encantaban, sí, algunos aspectos de la vida en Londres, pero el enorme placer de vivir en Beaconsfield se muestra muchas veces en sus escritos. Los dos participaban activamente en los eventos locales, y apoyaban mucho a la Casa de Convalecencia para Niños.
Una faceta desconocida sobre este gran apologeta cristiano es, paradójicamente, cómo vivía él la fe. Mackey cuenta: «Hay pruebas de su reverencia por María, mucho antes de descubrir el catolicismo. Después, siempre llevaba su rosario en el bolsillo». Cuando fue recibido en la Iglesia católica, el vicario anglicano de Beaconsfield se mostró complacido: «No era muy bueno como anglicano, pero será muy buen católico». Y Dale Ahlquist apunta la posibilidad de que tuviera «experiencias místicas. Creo que es apropiado describirlo como un contemplativo —dice—, alguien que siempre estaba rezando. Un amigo cercano declaró que siempre estaba pensando en Dios. Es difícil imaginar que un periodista que bebía cerveza y fumaba puros pudiera ser un contemplativo, ¡pero eso dicen las pruebas!» Ahlquist ha sido uno de los principales impulsores de la Causa de canonización de Chesterton, para la que se están poniendo los cimientos en la diócesis de Northampton.
Una de las cosas por las que esta mudanza era deseable era que, en Londres, estaba demasiado disponible. Los amigos lo visitaban a cualquier hora, y nunca los rechazaba, sin importar lo urgente o exigente que fuera el trabajo que tenía entre manos.
Un hogar para todos
En Retorno a Chesterton, una nube de testigos hablan de la cálida segunda casa que encontraban en su hogar. También sobre el tiempo que pasó hasta que Gilbert y Frances se dieron cuenta de que no iban a poder tener hijos, y sobre la enorme decepción cuando no tuvo éxito la operación a la que se sometió Frances, con la esperanza de alcanzar la maternidad que tanto deseaba. Privados de sus propios hijos, Frances y Gilbert llenaron su casa y sus vidas con pequeños.
En los años 20, Dorothy Collins entró como secretaria de G. K. y, rápidamente, se convirtió en la hija que Gilbert y Frances no pudieron tener físicamente. Me contó varias veces la capacidad de Gilbert para redactar dos textos diferentes a la vez. Le preocupaba que se pudiera pensar que le dictaba algo a ella, y mientras ella lo ponía en orden, él tomaba notas de otra idea. ¡De hecho, dictaba un texto, y al mismo tiempo escribía algo completamente diferente!
De dónde vienen los pijamas
Pero la función más valiosa de Dorothy fue siempre colaborar con Frances en cuidar de Gilbert, que era muy dependiente y despistado. Hay muchas anédcotas apócrifas o falsas sobre sus despistes, pero otras muchas son ciertas. Una vez fue a bañarse y, después de algún tiempo, Dorothy y Frances oyeron un rugido: «¡Maldita sea! ¡Si ya he estado aquí!» Resultó que, tras salir de la bañera, se había quedado absorto. Al cabo de un rato miró, vio la bañera llena y volvió a meterse en ella. En otra ocasión [al volver de un viaje], Frances le pidió perdón por haber olvidado meterle el pijama en la maleta. Le preguntó: «¿Te compraste otro?» Gilbert pareció sorprendido y contestó: «¡No sabía que los pijamas se compraran!» De dónde se imaginaba que salían sigue siendo un misterio.
Aidan Mackey