Jean-Pierre Améris: «Educar es decir: Yo creo en ti»
«Ser maestro es el oficio más grande del mundo», dice Jean-Pierre Améris, director de La historia de Marie Heurtin. «La base de la educación es la creencia en el otro: Tú no crees en ti, pero yo sí», afirma
¿Qué es lo que más le interesó cuando conoció la verdadera historia de Marie Heurtin y qué le animó a llevarla al cine?
Lo que me pareció increíble es la genialidad del ser humano para encontrar formas de comunicación cuando le falta algún sentido. La genialidad en inventar. Lo que me admiró de sor Marguerite, en una época en la que todo el mundo decía: Es imposible comunicarse con los sordo-ciegos, es que ella decidiera intentarlo. Ella no era una científica, se ocupaba del jardín, pero creyó tanto en Marie Heurtin, que lo intentó e inventó este lenguaje de signos en la mano que se sigue utilizando actualmente con los sordo-ciegos (hay unos seis mil en Francia). Me gustó ese mensaje de fondo: Eres sordo-ciega, pero no nos vamos a pasar todo el tiempo llorando. Para mí la cuestión es: ¿Qué podemos hacer? Inventar, buscar… Había algo muy positivo e increíble en esta historia. Si me la hubiera inventado, tendría menos valor. Quise sacarla del olvido. Todo lo que vemos en la película es muy cercano a lo que sucedió realmente, gracias a un trabajo grande de documentación, de observación de sordo-ciegos durante tres años.
La película propone indirectamente un modelo educativo que no se basa en innovaciones pedagógicas, sino en acoger y abrazar incondicionalmente al otro. ¿No cree usted que hoy hemos sustituido al maestro por el experto en técnicas pedagógicas?
Espero que siga habiendo muchos maestros —el oficio más admirable del mundo— como sor Marguerite, y conseguir ver en un aula a un chico, un alumno, quizá sin discapacidad pero cerrado en sí mismo, identificar esa dificultad y decirle: Yo creo en ti. La base de la educación es la creencia en el otro: Tú no crees en ti, pero yo sí creo. He visto muchos jóvenes que no creen en sí mismos, tienen miedo del mundo, no tienen esperanza…; esto es una gran discapacidad. Hay que tener la suerte de encontrar una sor Marguerite que te diga: No eres estúpido, como un médico le dijo a los padres de Marie Heurtin: «Su hija nunca podrá hacer nada en la vida». Y se sigue diciendo. Es una suerte encontrar a alguien que te diga: Creo en ti. Tienes un talento como todo el mundo. Vamos a trabajar. Es un camino duro, y los chavales ofrecen una resistencia, y hay una lucha…, en la que consiste precisamente la educación. Por tanto, el tema de la película no es la discapacidad, sino la educación y la fe en el ser humano.
Algunas de sus películas, como la reciente Tímidos anónimos, o C’est la vie, tienen en común un encuentro humano que hace posible lo que parecía imposible. ¿Es casual, o responde a una forma personal de entender al ser humano?
Hago películas muy personales, que nacen de mí mismo. Yo tuve una adolescencia con problemas de comunicación, muy encerrado en mí mismo. Y tuve la suerte de descubrir el cine como pasión. Yo animo a los jóvenes a encontrar su pasión, que les dé la sal de la vida. Yo, gracias al cine, conseguí salir de mí mismo y relacionarme con los demás. Eso es el cine: que venga gente a la sala y ver que están emocionados y conmovidos por una historia. En mis películas, siempre cuento cómo salir de uno mismo. En C’est la vie, tenemos a un misántropo que va a morir pronto, que odia los grupos y va a entrar en un centro de cuidados paliativos, para descubrir al final que, relacionarse con los otros, también es fuente de felicidad. Tímidos anónimos era una historia muy autobiográfica. En la vida se deben superar los miedos, salir de uno mismo, porque, si no, lo lamentas. Es lo que quiero contar con mis películas. Historias positivas aun en medio de situaciones duras.
Su mirada positiva sobre el ser humano entronca con grandes cineastas europeos que podemos llamar humanistas, como Rossellini, Kaurismaki, Bresson… ¿Dónde están sus simpatías en la historia del cine?
Ésos son cineastas que me encantan, porque los tres, expresado de forma distinta, tienen una creencia en el ser humano. La empatía de Kaurismaki con sus personajes, cómo los ama bajo esa aparente frialdad. Rossellini, con esa Ingrid Bergman, en Europa 51, que se acerca a los pobres contra la opinión de todo el mundo; Bresson, uno de mis maestros, encuentra en The pickpocket el motivo cinematográfico de la mano que va hacia el otro, con esa frase final: «Ha sido largo el camino hasta ti». Has hablado de cineastas que tienen algo de cristiano, en el sentido de una elevación de lo humano. Yo necesito películas como La strada, en las que, al final, aunque hayamos atravesado cosas duras, salgamos del cine con ganas de vivir y de elevarnos. Al final de La strada vemos a un Anthony Quinn que ha sido atravesado por el amor.
En un momento en el que monjas y educación en el cine suele ser sinónimo de películas oscuras de maltratos, abusos e intolerancia, usted nos ofrece una historia de entrega y amor verdadero. ¿No cree que la Hermana Marguerite representa a tantas mujeres anónimas que dan su vida por los más débiles en colegios, hospitales y residencias, y que rara vez el cine las hace justicia?
No me gusta generalizar. Ha habido historias tristes —recordemos películas como Philomena, o Las hermanas de la Magdalena—, incluso en el ámbito de las casas dedicadas a sordos. Pero también hay muchas Hermanas Marguerites, muy humildes pero que hacen grandes cosas. A ella le quiso condecorar el Presidente de Francia y ella se negó. «He hecho lo que debía», dijo. Me da igual que sea monja o no. Lo que yo quiero realzar es el valor, es la gente que hace el bien con humildad, sin esperar medallas ni recompensas. Para mí, ése es el compromiso más hermoso y audaz.