Darío Villanueva: «La normalización de la mentira en política es peligrosísima»
El arzobispo de Madrid preside este jueves la Misa funeral que cada año organiza la Real Academia por Miguel de Cervantes y cuantos cultivaron las letras hispanas
El director de la Real Academia Española, Darío Villanueva (Villalba —Lugo—, 1950) recibe a diario cartas de protesta. Algunas de personas que creen que la RAE debería combatir activamente el sexismo en el lenguaje. Y hay otras más espurias, como la de «un señor que amenazaba con acudir al Defensor del Pueblo porque el Diccionario lo insultaba». Pero «su problema resulta difícil de resolver, ya que, aunque él argumentaba que no es homosexual ni vende su cuerpo, su apellido es Chapero».
Anécdotas al margen, la pasión con la que se han seguido en últimos años los debates sobre términos como posverdad o sexo débil son, para Villanueva, algo «sanísimo y muy estimulante». Con él al frente, la tres veces centenaria institución lleva a cabo un ambicioso proyecto de puesta al día con lo que califica de una «refundación del Diccionario». Ello, sin renegar de «un razonable conservadurismo» que debe presidir el rumbo de la Academia, encargada de mantener la unidad de una lengua que hablan 500 millones de personas.
¿Cómo surge la invitación al cardenal Osoro para celebrar una Misa por Cervantes?
En nuestro reglamento, se habla de «organizar anualmente el día 23 de abril, aniversario de la muerte de Cervantes, en la iglesia de las Madres Trinitarias donde descansan sus restos, exequias en honor de Cervantes y de cuantos han cultivado las letras españolas y, en especial, de los señores académicos fallecidos».
El 23 de abril es también el aniversario de Shakespeare. ¿A los ingleses ni agua?
Esto no es del todo así… En Inglaterra se utilizaba el calendario juliano, por lo que realmente hubo casi una semana de diferencia en las fechas. Ese día —eso sí que es exacto— falleció también el inca Garcilaso de la Vega, una figura importantísima para nosotros.
¿Se corresponde con la realidad esa imagen que hay de usted de purista de la lengua frente a la invasión de neologismos anglosajones?
Yo soy un gran admirador de la cultura inglesa y no soy partidario de que el español inicie un pulso con el inglés para ocupar su puesto. Creo que estamos bien donde estamos: somos la tercera lengua en número de hablantes totales y la segunda en número de hablantes nativos, la tercera en internet… El inglés ganó la II Guerra Mundial, esa es la razón por la que tiene ahora la preminencia. Antes, la lengua de la ciencia era el alemán y la lengua de la diplomacia, el francés. Pero las guerras cambian muchas cosas.
Entonces no es usted ningún anglófobo.
No soy anti nada, pero, como muchos hispanohablantes, creo que hay una propensión demasiado generalizada a utilizar palabras inglesas sin ton ni son, una actitud que parece reflejar un complejo de inferioridad. Igual que estuve contra el hecho estúpido de que España concurriera al Festival de Eurovisión con una canción en inglés, cuando deberíamos estar a la vanguardia en la defensa del español, una lengua que hablan 500 millones de personas.
¿Cómo fue su visita al Papa?
Muy grata. Nos contó su experiencia como profesor. Aunque su formación es de químico, en uno de los colegios en los que trabajó le encargaron la asignatura de Literatura española. Nos comentó con gracia que sus alumnos digerían mal algunas de las obras más áridas, pero en cambio les encantaba La Celestina, porque era picante.
El Papa habló también del empobrecimiento del vocabulario. No sé si esa es también su experiencia, pero la anécdota revela la importancia del buen uso del idioma para la religión, como ocurre también con la filosofía o las humanidades en general.
La filología nació por la necesidad de cuidar al detalle la lengua en función de dos objetivos: la religión y el derecho. Porque un error de transcripción, de interpretación… de los textos sagrados da lugar a una confusión que puede ser incluso dogmática. Y lo mismo ocurre con las leyes: una confusión en el texto de una ley puede dar lugar a un deterioro del principio de la justicia. Esto, que en sus principios tenía ese componente de mucha trascendencia, hoy lo podemos aplicar a muchos otros campos. La lengua, por ejemplo, tiene una importancia muy grande en política. Ahí entra esa forma de mentira que ahora hemos dado en llamar posverdad.
¿Está diciendo que los políticos mienten?
Las lenguas parten de un contrato implícito entre las personas. Es cierto que existen la mentira y el engaño, pero son prevaricaciones. En una situación normal, cuando hablamos con alguien, entendemos que lo que nos está diciendo es la verdad de lo que piensa o de lo que ha ocurrido. ¿Qué sucede en política? Que ese principio se está perdiendo completamente. Los enunciados ya no obedecen a esa regla de oro de la prueba de la verificación. Enrique Tierno Galván, uno de los políticos con mejor formación que hubo en la Transición, en sus memorias cuenta que, cuando empezó a dar mítines políticos, se encontraba desorientado, porque un profesor universitario está acostumbrado a las clases y conferencias; aquello no era lo suyo. Pero poco a poco se fue tranquilizando, dice él, porque se dio cuenta de que los mensajes, en un contexto de mitin político, son enunciados de aserción sin verificación. Esto es peligrosísimo, extraordinariamente grave. A menudo los propios votantes no queremos que nos digan la verdad, sino que nos engañen. Si nos dicen la verdad, rechazamos la opción de quien nos lo dice.
Esto se podría aplicar a la prensa.
Bertrand Russell decía que el problema de los lectores de periódicos es que confundimos la verdad con el cuerpo de letra. Cuanto más grande es el titular de un periódico, se supone que más verdad hay en él.
¿Cómo lleva usted tener que hacer labores casi de empresario, buscando patrocinios y nuevas fuentes de ingreso para paliar el recorte de fondos públicos?
Esa es la parte para mí más gravosa, lo que realmente me quita el sueño. Los académicos no cobran un sueldo, solo dietas, unos 140 euros por sesión a la que acuden. El problema está en las 85 personas que trabajan en la academia, personas de mucha cualificación (ingenieros informáticos, lingüistas, lexicógrafos, personal de Administración…), sin las cuales la Academia no podría realizar su labor.
En los últimos años, deliberaciones de la Academia sobre términos como posverdad, aporofobia o sexo débil han acaparado una atención comparable a un Madrid-Barça.
Cuando decimos que los propietarios de la lengua somos los hablantes, no estamos haciendo retórica. Cualquier cosa que toca a la lengua produce una reacción inmediata. Eso es un principio sanísimo y muy estimulante. La academia todavía arrastra el sanbenito de ser un lugar elitista, cerrado, poco transparente, muy conservador… Y queremos desmontar ese tópico a base de hechos. Que se vea que la Academia trabaja con la mejor de las voluntades y no somos unos malintencionados. Estas acusaciones se producen mucho con la corrección política. Decía Ortega que el lexicógrafo es el único que, cuando escribe una palabra, no la pronuncia: si escribe mamarracho no se lo está llamando a nadie, solamente describe algo que existe en la lengua.
Pero ustedes tienen ese poder del que habla el personaje Humpty Dumpty en Alicia en el país de las maravillas: definir las palabras.
Tenemos la facultad de darle forma al significado que los hablantes le damos a las palabras. Nunca inventamos el significado de una palabra. Cuando una palabra aparece, nos documentamos acerca de su origen y de su uso, y sobre eso establecemos la definición lexicográfica.
¿Cómo es su relación con las otras 22 academias de la lengua española?
Este es uno de los elementos más gratificantes de mi cargo, que lleva aparejado el de presidente de la Asociación de Academias. Mi intención es que las otras academias sientan el aprecio que tenemos por ellas.
Es un hecho absolutamente cierto y demostrable que el español mantiene una unidad extraordinaria. Otros idiomas no tienen esa unidad ortográfica, y hay una profunda unidad gramatical. También en el léxico hay una unidad elevadísima. Los estudios que han hecho algunos lingüistas sobre muestras de ciudades demuestran, por ejemplo, que entre Ciudad de México y Madrid hay una coincidencia de más del 95 %, lo cual no excluye que haya palabras locales o regionales, como sucede también entre las distintas regiones de España.
¿Qué impacto tienen en el idioma las migraciones entre países de habla española?
Las migraciones y las comunicaciones no cabe duda de que han favorecido la unidad del idioma, que era mucho más difícil de mantener en el siglo XIX que ahora. Pero sobre las migraciones, lo primero que hay que decir es que tener que emigrar es muy duro, sobre todo cuando se hace para salvar la vida, la libertad o simplemente para encontrar un sustento. Siendo esto así, emigrar a un lugar donde hablan tu misma lengua alivia el trauma. Eso nos ocurrió a los españoles con la emigración a América. Pensemos ahora en la inmigración ecuatoriana a España, que se ha integrado muy fácilmente. No tienen el problema idiomático, y ha ayudado también mucho la religión.
Ha anunciado usted una refundación del diccionario en la próxima edición. ¿No suena esto exagerado?
Hay una acepción de la palabra refundar que se ajusta muy bien a lo que estamos haciendo: «Revisar la marcha de una entidad o institución, para hacerla volver a sus principios originales o para adaptar estos a los nuevos tiempos». ¿Cuáles son los nuevos tiempos? La sociedad digital. Es un cambio de civilización provocado por la tecnología pero con unas consecuencias enormes en la cultura, el pensamiento, la sociedad e incluso en la propia condición humana. Desde 1713 hasta ahora ha habido una clara continuidad con nuestro Diccionario. En cambio ahora necesitamos una refundación, hacer el diccionario de los nativos digitales. El primer paso fue digitalizar y ofrecer en la red los diccionarios de 2001 y 2014, con un éxito abrumador (750 millones de consultas el año pasado). Pero hasta ahora sigue siendo un libro que se ha digitalizado. La refundación consiste en que va a ser digital desde su origen. Esto permitirá unas mejoras extraordinarias. Por ejemplo: el diccionario-libro tiene el problema de la limitación de espacio. El actual tiene 93.000 lemas y 200.000 acepciones, pero no podemos incluir más.
¿Abrirán la mano a más palabras?
Sí. La consecuencia de no hacerlo es que personas que utilizan palabras que no se encuentran en el Diccionario consideran que la Academia prohíbe su uso, y no es así: es un simple problema de espacio.
¿Habrá que ir purgando más palabras simultáneamente? Usted ha puesto el ejemplo de pagafantas, un término caído en desuso.
Pero con cierto criterio de prudencia, porque nuestro Diccionario, desde sus orígenes, tiene la pretensión de servir para entender el español desde 1500 hasta ahora.
¿Y hay perspectivas de refundar el lema de la Academia: «Limpia, fija y da esplendor», que hoy suena a anuncio de lavavajillas?
Fue el lema que escogieron los fundadores en 1713, al que, a partir del siglo XIX, la Academia añadió un cuarto elemento, que, aunque no figura oficialmente, sí está implícito: «Y mantiene la unidad del idioma». En esto mantenemos una actitud de razonable conservadurismo. También por admiración a los fundadores. Eran personas bienintencionadas, con un sentido de servicio a la sociedad y a la patria y, sobre todo, muy trabajadores. Entre 1726 y 1739, ellos solos elaboraron en seis tomos el mejor diccionario de una lengua europea que hubo en el siglo XVIII, el Diccionario de Autoridades.