Memoria y reconciliación
Así como no se han ahorrado denuncias contra las connivencias en la Iglesia con el marxismo, hay (o había) una autocrítica pendiente en lo que respecta al nacionalismo
La petición de perdón de los obispos en el País Vasco y Navarra no solo es un acto de justicia desde el reconocimiento de que «también se han dado entre nosotros complicidades, ambigüedades, omisiones…», que han aumentado la carga de sufrimiento de las víctimas del terrorismo. Se trata de más que un gesto, ya que marca un camino que seguir por toda la sociedad vasca, que no puede pasar página sin más tras cuatro décadas de violencia etarra, en las que unos por complicidad y otros por miedo han callado ante los asesinatos, extorsiones y secuestros, cuando no los han justificado con un indigno «algo habrá hecho». Ahora que «la deseada disolución de ETA ofrece nuevas posibilidades para la normalización, que debieran de ser aprovechadas por todos» –como afirma la declaración de los obispos–, es más necesario que nunca hacer examen de conciencia, puesto que «la verdadera reconciliación solo es posible si existe un auténtico arrepentimiento y una sincera petición de perdón; además de una disposición real a reparar el mal causado en la medida de lo posible». Y así, sin dejar de mostrar generosidad hacia «aquellas personas que desean emprender un camino nuevo», los obispos animan al mismo tiempo a cultivar la memoria y a extremar la sensibilidad al máximo «de forma que las víctimas del terrorismo no se sientan humilladas».
Es toda una hoja de ruta para la sociedad vasca, que se juega mucho en el relato que vaya a quedar de todas estas décadas. Para la Iglesia, la experiencia deja también la advertencia de que, ni mucho menos, es inmune a los conflictos en la sociedad. El peligro de dejarse contaminar por las diferentes ideologías está siempre presente. Pero así como no se han ahorrado denuncias contra las connivencias con el marxismo (caso de algunas teologías de la liberación), hay (o había) una autocrítica pendiente en lo que respecta al nacionalismo, presentado a veces como veneración de las tradiciones de los pueblos. A corto plazo, este tipo de connivencias granjean algunos aplausos, pero al final lo que queda son los desgarros en la comunión y la pérdida de credibilidad de la Iglesia, relegada a la insignificancia.