«La cárcel también es una oportunidad para el reencuentro con Dios»
La delegada de Pastoral Penitenciaria en Madrid, María Yela, explica la realidad de la cárcel en España y la actuación de los equipos de pastoral penitenciaria en los centros de internamiento
La labor de la pastoral penitenciaria busca «un encuentro terapéutico entre internos y profesionales en un lugar tan hostil como es una cárcel», porque las personas que llegan a los centros «es verdad que han herido, pero también están heridos», dijo María Yela, delegada de Pastoral Penitenciaria de Madrid en la basílica de la Asunción de Nuestra Señora, de Colmenar Viejo (Madrid), en una charla organizada por la Escuela Itinerante de Formación Social.
Para María, en el perfil de cada interno «entran variables que actúan como condicionantes, pero que no son determinantes» de su persona. Por eso, la labor que se realiza entre los muros de una prisión incluye un itinerario «en el que entran también las familias, las víctimas y los recursos sociales», para llevar a cada interno «al reconocimiento de sus errores y también de sus logros», contemplando asimismo «la posibilidad de reparar el daño cometido y abrir las puertas a una posible mediación».
En este itinerario terapéutico entra también el equipo de pastoral penitenciaria, que actúa con diferentes claves, como explica Yela: «lo primero es comenzar revisando nuestras actitudes para darnos cuenta de que al final somos humanos trabajando con humanos». Por eso es necesario «no re-juzgar» al interno, pero también «evitar por el otro extremo una sobreimplicación de los miembros del equipo».
Desde su larga experiencia en las cárceles, María es consciente de algunas consecuencias no deseables del internamiento: «hay una especie de infantilización y puede surgir un miedo a la libertad en las personas», pero este período también supone «una oportunidad para el reencuentro con las personas y con Dios».
Por eso, «el momento de la libertad, después de todo el recorrido que se ha hecho con estas personas, es para ellos una segunda oportunidad, que se la da la sociedad pero que ellos deben también darse a sí mismos, para que el fin de la condena no suponga empezar otro tipo de pena», concluye María.
En prisión viven 68.000 presos (el 8 % mujeres) y trabajan unos 20.000 empleados públicos en tareas de vigilancia, de tratamiento, o de tipo administrativo-burocrático.
La población reclusa española (excluyendo a Cataluña que tiene competencias en materia penitenciaria) cuenta con el 21 % de internos preventivos a la espera de juicio; el resto está cumpliendo condena. De estos últimos, cumplen en primer grado –el más restrictivo– el 2 % del total de penados, el 75 % en segundo grado, y el 23 % en tercer grado.
El 35 % de los internos en España son extranjeros, y respecto al delito el 30 % cumple por hechos relacionados contra el patrimonio, el 20 % contra la salud pública, el 4,5 % contra la libertad sexual, el 3,6 % por homicidio, el 3,5 % por lesiones, el 2 % por violencia en el ámbito familiar, y el resto por otros delitos como hacer peligrar la seguridad en el tráfico, contra la libertad, contra la Administración…
En cuanto a la distribución por edad: el 6 % tiene entre 18 y 21 años, el 17 % entre 21 y 25, el 23 % entre 26 y 30, el 32 % entre 30 y 40, el 19 % entre 41 y 60, y con más de 60 años el 2 %.
Cursan estudios no universitarios 14.000 internos, universitarios 900, y programas educativos no reglados 730. La ocupación del tiempo del resto de los internos se distribuye fundamentalmente entre trabajos productivos (30 %) y destinos generales (cocina, mantenimiento), además de otros programas de tratamiento.