La editorial Nuevo Inicio está empeñada en sorprendernos con su oferta editorial, y no solo porque publiquen libros que nadie se atreve a publicar. Cada texto, que en sí mismo es un mensaje, contiene una carga de profundidad tanto para la sociedad como para la Iglesia. Una carga destinada a auxiliarnos en el marasmo cultural en el que nos encontramos y también a proponernos algunos horizontes de superación de esa dicotomía nefasta en la relación entre lo natural y lo sobrenatural. Porque gustamos de lo sobrenatural, apreciamos lo natural. Porque nos fascina lo natural, nos arrodillamos ante lo sobrenatural. Inmersos en una tradición, también cultural, en una gran historia, también cultural, viva, fecunda, provocadora, los libros de Nuevo Inicio nos ayudan a romper el esquema de la lógica reduccionista, de la dialéctica, de las divisiones procedentes de un maniqueísmo moralista que nos separa de la realidad. Porque nos fascina la realidad, la experiencia, lo humano, hablamos de Dios.
Es cierto que a estos chicos de Granada les entusiasma traducir material que no ha llegado hasta ahora a nuestras estanterías o que ya ha pasado al olvido. Es cierto que tienen especial interés por una serie de autores modernos que quizá no estén entre los más vendidos, pero que, sin lugar a dudas, tienen mucho que decir. En estos últimas días nos han traído dos Péguys, distintos pero no distantes. Péguy, de partida, no es un autor fácil y probablemente el acceso a Péguy tiene otros accesos previos a los que voy a comentar. Pero una vez que te dejas seducir, todo es más fácil. El Péguy de Nuestra juventud, publicado originalmente en el decimosegundo cuaderno de la undécima serie el 12 de julio de 1910, es una muestra más de la profundidad profética de su pensamiento. El socialismo, la república, la política y la metafísica, el catecismo de la infancia, de las conferencias de san Vicente de Paúl hasta el idealismo obrero. El umbral de la Iglesia, lo eterno y lo temporal que se han hecho una sola cosa. Y, cómo no, los sueños de Péguy, el hombre nuevo y la ciudad nueva. ¿Era esa su utopía? ¿Una utopía más, como todas las utopías? Nicolás Berdiayev escribió que cuando el socialismo pertenecía aún al dominio de la utopía y de la poesía, cuando aún no había llegado a ser prosa de la vida y del poder, quería ser la organización de lo que es humano
Y no contentos con Nuestra juventud nos viene Sobre la razón, obra anterior a su conversión, destinada a publicarse como prefacio a un texto de Jean Jaurès, titulado Études socialistes, una colección de artículos de política socialista aparecidos en la revista La Petite République. Y aquí me van a permitir reproducir, a modo de presentación, unas ideas del arzobispo de Granada, monseñor Javier Martínez, discípulo también de Péguy, en una prolija introducción que acompaña a esta joyita: «El breve texto de Charles Péguy que se presenta aquí es sumamente actual. Extraordinariamente actual. Verdaderamente profético. Por eso, a pesar de su pequeñez, lo publicamos como un libro aparte, él solo, aunque parezca un cuaderno. Lo publicamos como una especie de manifiesto, como un breviario, como una declaración –casi póstuma– a favor de la razón, antes de que los hechos de la historia viniesen a marginar una idea, y un uso de razón, tan nobles y tan verdaderos. Una conciencia –casi póstuma– de que la razón no puede ser usada como banderín de ninguna bandería sin que deje de ser lo que es, lo que Dios ha querido que sea». Pues eso, sea.
Charles Péguy
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