Fue en una procesión, esa que también va por dentro en la pasión de la vida. Le ocurrió a Doña Teresa de Ahumada, entonces una monja distraída que andaba de parletas en locutorios conventuales, dada a la vida que no era ni buena ni mala sino todo lo contrario: desaprovechada y baldía. Pero quedó de pronto tocada, casi hundida. Vio pasar ante sus ojos una imagen de Jesús que le cambió para siempre el alma. Aquel «Cristo muy llagado» que tantas veces habría visto, un día de cuaresma de 1554 le dio la vuelta a la vida y comenzó para ella una novedad tan grande que será el segundo nacimiento, que tuvo lugar aquel bendito día.
Santa Teresa, en cuyo centenario andamos admirados por tanto como nos enseñan sus lances andariegos de monja castellana, tuvo su particular procesión semanasantera. Fue su encuentro con Jesús a través de algo que tenía demasiado visto y que jamás había contemplado de veras. Toda Teresa quedó para siempre cambiada, y puso al servicio de Dios, de su Iglesia y de sus hermanas lo mucho con que el Señor le había dotado: su alegría, su sensatez, su fortaleza, su audacia, su cultura, sus buenas letras, su afecto rico de mujer, su hondura contemplativa. Todo a partir de ese momento en el que mirando una imagen de Jesús llagado, se le abrieron a ella las heridas que paradójicamente la curaron en la procesión de la vida.
Este es el sentido precioso que tienen los actos de toda Semana Santa: poder ser también nosotros tocados por Dios, cambiados por su gracia, tal vez en lo que hemos visto y escuchado tantas veces y que, sin embargo, sin poder explicarlo y sin previa cita, un día cualquiera se nos puede conceder el regalo de mirar las cosas desde otros ojos, de tener entrañas de perdón y razones para nuestra esperanza y nuestra alegría.
Al comenzar nuevamente una Semana Santa cristiana, nos disponemos a asomarnos y escuchar atentos cuanto en estos días se nos proclamará con la liturgia de un triduo santo que viene introducido por el Domingo de Ramos. Los oficios, oraciones y celebraciones de unas fechas como estas, nos adentran a los creyentes en el relato de la Pasión de Jesús. Como decía la santa abulense, pidamos al Buen Dios que nos conceda saber cuánto le hemos costado. Y esto se nos volverá a relatar con las lecturas bíblicas, con los gestos y los cantos, con cuanto celebramos en una liturgia especialmente querida y sentida.
Pero esta hondura rezada en el corazón y en las parroquias de nuestro pueblo cristiano, se hace también relato callejero. El talento de los artistas, la buena labor de nuestras cofradías, la devoción de la gente sencilla, se arrebuja en ciudades, pueblecitos y villas, para ver pasar la procesión que todo esto nos relata. Allí por donde nuestra vida se saluda, se enamora, se hiere, se lastima, pasa la narración de una Pasión que se escenifica con inmenso respeto a través del arte y la devoción de nuestros cofrades, y de cuantos viven en las afueras de calles y plazas, lo que rezan en los adentros de sus almas y sus templos.
Un momento en el que damos gracias por ver un año más la procesión pasar, la que va por fuera y la que va por dentro, pero siempre acompañados por ese Dios cirineo de nuestras cruces que clavadas en su Calvario, vendrá a anunciarnos la luz sin ocaso y la gracia regalada con la que pagó por nuestra felicidad. Un don ante el que vale la pena pararse, para que como a Teresa de Jesús también a nosotros nos pueda asombrar tanto, tanto, que nuestra vida cambie y empiece a ser salvada como le ocurrió a ella. Feliz Semana Santa. Feliz Pascua florida.